Capítulo 4

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Después de suplicar un poco, logré que mi mamá me ayudara, y ese sábado, la delgada trigueña de ojos verdes, llegó puntual a mi casa.

Trabajamos tranquilos en la mesa del comedor de la sala. Mamá dio permiso a los pequeños para que fueran a jugar a casa de la vecina; no era primera vez que iban: ese era un secreto que teníamos del cual papá no debía enterarse.

Sally quería imprimir unas imágenes para nuestro trabajo, pero yo no tenía computadora, menos impresora, y la de ella dijo que estaba mala, por lo que quiso que imprimiéramos en un ciber y compartiéramos los gastos. Con vergüenza tuve que decirle que no tenía dinero para eso, pero le dije que podía dibujar; para salir del paso.

Dibujar siempre me ha gustado, creo que tengo un poco de talento para eso. Ese día me esforcé por hacer unos excelentes dibujos y los pinté; aún hoy recuerdo la cara de agrado de ella, y todos los elogios que me dio. Era la primera vez que alguien me elogiaba por algo; nunca lo olvidaré, me sentí más que feliz en ese instante y eso me dio la confianza para conversar más con ella, rompimos por completo el hielo y la tarde se hizo mucho más alegre.

Aún nos faltaba terminar, cuando mamá me hizo un ademán para que la despidiera. Pronto llegaría mi papá y no debía encontrarla allí. Para mi pésima suerte él llegó antes que ella se fuera y balbuceante le expliqué que era mi compañera de clases. Al menos no explotó en ese momento, pero después que Sally se fue, regañó a mamá por autorizarme a traer a alguien a casa sin su consentimiento. Lo peor es que ella volvería a venir al día siguiente, porque no habíamos terminado.

Me pasé la hora de la once, pidiéndole a mi padre que me dejara continuar al día siguiente en casa la tarea de la escuela con ella. El ambiente se puso tenso, mis hermanos nos miraban asustados y a mamá ya le parecía que pelearíamos de nuevo; por suerte eso no pasó y al final él aceptó que viniera.

Pero el domingo todo fue un caos. Enrique y Daniel revoloteaban a nuestro alrededor, mientras mi padre veía futbol en el sofá. Los niños nos sacaban las cosas de la mesa y nos interrumpían a cada momento. Enrique tomó algunos de mis dibujos y los destrozó, yo me enfadé y le grité regañándolo, pero papá se enojó conmigo por gritarle a mi hermanito. Ahora que lo pienso, él siempre hizo diferencia entre ellos y yo, pero nunca lo quise ver hasta que supe... Supongo que no quise darme cuenta.

Otra discusión más, y ahora con Sally allí presente.

—¡Pero papá! ¡Me rompieron los dibujos para el trabajo!

—¡Bah! ¿Y por eso haces escándalo? ¡Hace de nuevo tus adefesios, y no le vuelvas a gritar a los niños si no quieres consecuencias! ¡Además, sabes lo que pienso sobre que andes dibujando tonterías!

La amenaza velada en sus palabras no pasó desapercibida; me sentí humillado delante de ella, tuve ganas de llorar y de gritarle a él tantas cosas, pero me contuve. Todo lo que hacía en esa casa estaba mal para él; yo sabía cuánto odiaba verme dibujando. Él decía que era oficio de vagos y gente ociosa, o de raros y maricas... eso no es cierto lo sé, pero ¿quién podía hacer cambiar su cerrada visión que tenía del mundo?

Sally me observó incómoda y prefirió irse pronto, teníamos listo el informe y el diario mural, solo nos faltaba terminar de aprendernos cada uno nuestra parte de la disertación.

El lunes llegué temprano a clases, aunque me había quedado estudiando hasta tarde en mi cuarto; no quería fallarle a ella. Los grupos formados empezaron a hacer sus presentaciones y cuando nos tocó nuestro turno, tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas para no tartamudear como siempre, aunque me sudaban las manos de los nervios: si no conseguíamos una buena nota ella estaría muy enojada conmigo. Pero la presentación le gustó a la profesora, y a muchos le encantaron mis dibujos, lo cual me resultó extraño, sobretodo porque desde ese momento, algunos chicos de la clase y varias muchachas, incluyendo a Sally y sus amigas, empezaron a acercárseme para que yo les hiciera dibujos de lo que ellos querían. Y aunque seguían los que siempre me ponían apodos y de mí se burlaban, el resto me empezó a tratar mejor y sentí que por fin estaba logrando algo que deseaba constantemente: que los demás me aceptaran sin tener prejuicios por mi aspecto, o mi personalidad.

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