Capítulo 8

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Los días en casa de mi tía fueron muy agradables, en especial, porque dejó que Sally pudiera estar allí conmigo. Por las tardes tomabamos onces, y luego charlabamos o jugabamos un rato en la pc de mi primo. Allí se conocieron mi tía Dina y la tía Margarita, y se entendieron tan bien, que en unos instantes parecían grandes amigas.

Por las noches, conversaba y jugaba un rato play con Alejandro; él me llamaba "bones"; por lo flaco que yo era, y a mí no me molestaba ese apodo, quizás por estar en inglés y parecer más un apellido.

Mi tía me regaló ropa nueva, que compró especialmente para mí; yo estaba feliz. Me agradó sentirme regaloneado por todos esos días, mi tía Dina con su cariño, regalos y comida rica, mi primo que compartió sus cosas conmigo, la tía Margarita que me recibía en su casa y siempre me trataba bien, y por supuesto, Sally, que me daba el ánimo y la fuerza para seguir con mi vida.

Pero cinco días después tuve que regresar con mi familia; no deseaba irme y mi tía me hubiera dejado allí con ella, pero mi padre me quería en casa.

Regresé un viernes por la noche, como un condenado que camina hacia su ejecución. No sabía cuánta rabia habría acumulado mi padre contra mí durante mi ausencia, y tenía miedo de que me estuviera esperando solo para darme otra golpiza.

Pero papá aún no había llegado del trabajo, se había retrasado, y sólo mi mamá me recibió. Me regañó con suavidad, y me pidió que intentara no hacer enojar a mi padre; se veía triste, cansada, pero muchas veces se veía así. Le mostré la ropa que me regalo mi tía, pero ella no me prestó mucha atención y me dijo que fuera a dormir.

Me acosté sintiendo alivio de que mi padre no estuviera, al menos no tendría que enfrentarme con él hasta el día siguiente... eso pensé yo.

Unos fuertes gritos y unos sacudones, me despertaron sobresaltado; mi padre estaba vociferando una vez más a mi lado.

—¡Gaspar! ¡Despierta, carajo!

—¿Papá?... ¿Qué pasa? —farfullé adormilado y temeroso.

—¡Así que llegó el muy imbécil! ¡Pedazo de porquería! ¡Debería molerte a palos!

Por eso no quería regresar.

Me arrinconé a los pies de la cama intentando protegerme y llamé a mamá pidiendo ayuda.

—¡Mamá! ¡Mamá! No dejes que me pegue —musité apenas la última frase. Él estaba a punto de golpearme, cuando ella entró, la vio y se detuvo.

—¿Dónde está la ropa, que dice tu mamá que te regaló tu tía? —Al oírlo comprendí que se desquitaría de otra forma. Miré con rabia a mamá, ¿por qué le dijo?

—Allá —Susurré apuntando el viejo ropero.

—Tráela Anaya —ordenó, y mi mamá me observó con tristeza, como pidiéndome perdón con los ojos, sacó la ropa y se la entregó.

—¿Con que fuiste a mendigar esto donde tu tía? ¿Fuiste a causarle lástima? ¿Pero donde la usarás? ¿Para qué quieres más ropa si no irás a ningún lado? No te quedarás con esto —me dijo con rabia— ¡Con lo que tienes es suficiente!

—Papá no... por favor —empecé a llorar— A nadie más le sirven; la compró mi tía para mí... —volví a sentirme, una vez más, tan desgraciado— ¡Mamá! ¡Qué no se la lleve, por favor! —supliqué— ¡Es mía!... ¡Me la dieron a mí! ¡No es justo! —Pero ella no decía nada.

—¡Y esa pijama no es tuya! —me dijo él, apuntando a lo que llevaba puesto.—¡Quítatela! —Me ordenó.

—Era del Alejandro y le quedó chica, por eso me la dieron —me defendí.

Estaba nervioso, asustado, soportando esa nueva humillación, mis manos temblaban; ya sabía que no me dejaría conservar nada de lo que me había regalado mi tía. Hasta ese momento no había notado que a él no le gustaba verme con cosas nuevas.

—¿Y dónde está la pijama tuya? —preguntó.

—Mi tía la echó a la basura —Musité.

—¡Deberías dormir desnudo! —me gritó.

—¡No es justo! ¡No es Justo! —Empecé a gritar enrabiado, pero no entregué la pijama— ¡No pueden quitarme mis cosas! ¡No pueden! —Me abalancé contra él para recuperar la demás ropa y forcejeamos por unos instantes.

—¡Gaspar, cálmate! —suplicó mi madre

—¡Es mía! ¡Mía! —Les grité, y entonces él muy furioso, me dio un puñetazo en el estomago; quedé tendido en el suelo sintiendo que no podía respirar.

—¡Acuéstate y duérmete! —Terminó por decir, y yo me arrastré como pude hasta la cama. Él se llevó la ropa, y no dejó que mi mamá se quedara conmigo.

Me acosté y lloré hasta que me dormí.

Cuando Sally me vio al día siguiente en el liceo, no tuve forma de disimular que había llorado mucho y que me sentía enfermo.

—¿Qué te pasó? ¿Te peleaste de nuevo con tu papá? —me preguntó preocupada al verme así.

—Él se enojo por quedarme donde mi tía.

—Pero me dijiste que te habían dado permiso...

—Sí, pero La verdad es que primero me arranqué —reconocí avergonzado.

—¿Por lo del otro día?

—¡No quiero hablar de eso!

—¿Te golpeo de nuevo? ¿Verdad? —preguntó con cautela y ni siquiera necesitó mi respuesta para saberlo, por lo que agregó:— ¡Gaspar, deberías denunciarlo!

—¡Tú no entiendes! ¡Es mi familia! ¡Soy yo el que se porta mal!

—¡Aún así, no tiene porque tratarte de esa forma!

—Todo es mi culpa. Supongo que merezco todo lo que me pasa.

—¡No es así¡ ¡Nadie merece que le hagan daño!

—¡Mi papá no me hace daño!... sólo es disciplina.

—¡Te mientes a ti mismo!

—Yo estoy bien ya, así que no importa.

—Ahora estás bien de nuevo ¿Pero mañana y pasado?

—Cambiemos de tema, por favor, no quiero hablar más de esto.

—Gaspar, no quiero verte triste...

—¡Tú me alegras!

Durante ese periodo, tuvimos muchas veces este tipo de conversación, y a pesar de todo yo aún tenía respeto y admiración por mi padre y pensaba que era yo el que estaba mal; jamás me hubiera atrevido a denunciarlo en aquella época, y prefería ni siquiera tocar el tema, pero la violencia va en escalada y una vez que empieza, ya no para.

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