Capítulo 39

252 22 1
                                    


En algún momento oí como si las escuchara a los lejos, a mi mamá y a la tía Margarita. Querían abrir la puerta, pero estaba con llave, y al parecer mi padre se la había llevado.

La tía Margarita me llamaba, pero aunque yo quería responder parece que mi voz no era casi audible, y me dolía la garganta al intentar forzarla para pronunciar algo.

Oí que la tía regañaba a mi madre, mientras le pedía unas herramientas, pero no tengo claridad de lo que se decían, pues me sentía tan mal que creo no era muy consciente de todo.

Lo que recuerdo es que en algún momento vi a la tía Margarita sobre mí, tratando de auxiliarme.

—Está hirviendo en fiebre —la oí decir, luego de poner su mano en mi frente.

—Sálveme... —fue lo único que logré a duras penas pronunciar con mi garganta reseca.

Me desataron las manos, y me ayudaron a levantarme, tenía el cuerpo tan adormecido y dolorido, que apenas si lograba sostenerme, afirmado por ellas.

Mi tía quitó una manta de la cama y me cubrió con ella, y la sentí que me abrazaba o me sostenía. Me dio a beber agua y pude al fin sentir alivio en mi garganta, luego me acarició el rostro maternalmente.

—vamos —la oí decir.

Sé que bajamos las escaleras, y pronto estaba en el auto de ella, sentado en el asiento del copiloto. La oí hablar por teléfono con Sally, dándole algunas instrucciones, antes de echar a correr el vehículo.

—¿Qué pasó mamá? —oí la voz de Sally a la entrada del garaje— ¿Gaspar? Por Dios, mamá ¿Qué pasó? —la escuché llena de pánico.

—¿Llamaste a Marcial? ¿Tienes lista el agua en la tina?

—Hice todo lo que me pediste...

—Ayúdame a llevarlo hasta el baño —le dijo a Sally, abriendo la puerta del auto por dónde yo estaba.

—¿Fuiste por él? ¿Qué le hicieron ahora? ¿Porqué está así?

—Me llamó Anaya. Ay, hija, No te imaginas la escena que ví; no entiendo como puede haber personas así. Pero ahora lo importante es atenderlo, sujétalo con cuidado.

Entre las dos me ayudaron a salir del auto y sosteniéndome me hicieron subir las escaleras y me guiaron hasta el baño.

—Tendrás que bañarlo tú; está muy débil —oí que la tía Margarita le dijo a Sally.

En otras circunstancias me hubiera opuesto a eso, pero me sentía tan mal que no tenía fuerzas para nada, ni siquiera para sentir vergüenza o pudor.

Sally me desvistió con dedos nerviosos, y me ayudó a entrar en el agua, la cual me reconfortó, y el sentir que ella enjabonaba suavemente mi cuerpo me ayudó a que se relajaran mis agarrotados musculos. La observé por un momento y noté que su cara estaba bañada en lagrimas, quise decirle que no llorara por mí, pero no me dejó hablar, me dio un beso en los labios, y me dijo que estuviera tranquilo que ella cuidaría de mí.

Me ayudó a salir del agua, me envolvió con una mullida y suave toalla y sentado a los pies de la tina me secó suavemente empezando por la cabeza. Me quitó las vendas de las manos que se habían mojado, y vimos que aún estaban muy dañadas y seguían doliéndome bastante.

Caminé apoyado en ella, vestido con su bata de baño y calzado con sus pantuflas que me quedaban algo pequeñas. Me llevó hasta el cuarto de invitados que tenían, y la tía Margarita estaba poniendo ropa de cama limpia allí.

Sally nuevamente me ayudó a desvestirme y vestirme, esta vez me puso un pijama de ella color rosa claro, y luego me hizo acostarme y me cubrió con las mantas; yo me sentí agradecido de sus cuidados y de que me rescataran... ya no quería sufrir más.

La tía Margarita me trajo alimentos y Sally me dio de comer en la boca, mientras esperaban que llegara el paramédico que es amigo de la tía, para que me viera.

No pasó mucho cuando aquel llegó; era un hombre bastante bajito de estatura, de piel morena y ojos redondos. Me tomó la temperatura, la presión, me observó la vista, la respiración, me revisó los moretones que tenía en el cuerpo, y las quemaduras de las manos, todo mientras hablaba con la tía Margarita, preguntándole cosas de mí y comentando mi estado.

—Maggie deberías haberlo llevado a un hospital, y dar aviso a carabineros, en vez de traerlo a tu casa ¿Lo sabes, verdad? —dijo el hombre.

—Ay, Marcial, lo sé. Pero la madre de él me suplicó que no lo hiciera. Creo que su esposo la tiene amenazada o algo; no sé qué pensar... —respondió.

—Mira, yo no puedo esconder estos hechos, es mi deber como profesional hacer la denuncia; nadie debe quedarse callado ante maltratos de este tipo.

—Ese hombre es muy violento, tengo temor, es alguien peligroso —musitó con preocupación.

—Por lo mismo, hay que detenerlo, y evitar que cause más daño.

—¿Y si me estoy poniendo en riesgo yo y mi hija? Él ya nos amenazó antes.

—¿Hiciste la denuncia?

—Llamé a carabineros y dejé la constancia, quedaron de investigar, pero al parecer no hicieron nada.

—Sino denuncias tú, lo haré yo; lo siento Maggie, pero tengo que informar de esto.

—Hazlo. Creo que será lo mejor para todos.

Yo sólo los escuchaba, no me sentía con fuerzas para hablar, y lo único que quería era dormir.

El paramédico se fue, dejándole una receta para mí y varias recomendaciones.

La tía salió con el hombre, y le dijo a la Sally que iría por los medicamentos a la farmacia, que me cuidara en tanto volvía.

Sally se sentó en la cama a mi lado y me hacía cariño tiernamente y así me quedé dormido.

Cuando desperté ya estaba oscureciendo, Sally no estaba a mi lado, pero las oí que hablaban fuera del dormitorio, y esa fue la primera revelación que tuve de mi pasado, y tuve que enterarme por la conversación de ellas.

—No le puedes decir, Sally; la Dina me lo confidenció, pero no puedo divulgarlo; si su madre no se lo dice, no podemos hacerlo nosotras.

—Pero mamá, Gaspar tiene derecho a saber que ese hombre no es su padre...

La cabeza me martilló fuertemente cuando escuché a Sally... ¿Julio no era mi padre? ¿Eso era verdad? Me pregunté intentando encontrar en mis memorias algo que me permitiera rebatir aquello, pero si consideraba que rara vez me llamaba hijo, y que siempre me trataba más con desdeñosos insultos, que siempre hacía diferencia entre mí y mis hermanos, que jamás me hizo cariño, o me sonrío siquiera, la respuesta era más que clara.

Las lagrimas brotaron a borbotones de mis ojos, mi pecho se oprimía dolorosamente y sentí que al fin entendía la razón de todo lo que me hacía; pero lo que no sabía era que eso era apenas la punta del iceberg; habían tantos secretos más en torno a mi vida, que jamás lo hubiera siquiera imaginado.

AdolecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora