Capítulo 49

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            Miré todo con extrañeza al entrar, se veía todo diferente, los muebles estaban cambiados, y la pintura de las paredes tenía otro color.

Mi pequeña hermana vino directo hacia mí, y me confundió aún más verla, pues la recordaba siendo un bebé; me tomó de una mano y me abrazó diciéndome hermanito.

Mi mamá asomó su cabeza por la puerta de la cocina y nos echó un vistazo; no la recordaba tan avejentada, parecía que los años se le hubieran caído encima de golpe.

En eso un chico larguirucho de ceño fruncido se asomó a las escaleras.

—Que bueno que llegaste —le dijo al Enrique con voz tosca—, mi papá ya quería mandarme a buscarte, y yo ni sé para donde habías partido —comentó molesto—. Además, tengo hambre; mi 'amá no me dejó comer más pan, porque dijo que tenía que quedar para ustedes; así que toma té rápido y déjame algo —le espetó.

—Ya Daniel; si siempres te comes todo y no te cansas nunca de quejarte... —le reprochó el Enrique y si no es porque lo nombra yo no lo hubiera reconocido.

—Déjense de discutir ustedes dos —reconocí al momento esa voz y miré hacia el sofa, pues aún no había notado que él estaba allí—. ¿Porqué se tardaron? —preguntó poniéndose de pie y dirijiéndose a mi hermano.

—Me retrasé sólo media hora, papá —contestó en tono de disculpa bajando la voz.

Julio se le acercó y lo observó y luego se volteó a verme de la misma forma, y volvió a observar a mi hermano.

—¿Es mi idea o estás nervioso? ¿Qué me estás ocultando? —le preguntó.

—Nada, papá. Solo estoy cansado —arguyó.

—¿Crees que soy idiota, acaso? ¿Vas a empezar ahora tú a hacer problemas?

—Julio... Deja tranquilo al Enrique... —lo enfrentó mamá saliendo de la cocina al momento.

—Cállate, mujer —se dirigió a mamá—. Ahora dime, ¿A dónde te estás llevando a este otro? —le preguntó a mi hermano señalándome.

—Ya le dije; necesitaba ayuda para mover unos paneles; tengo una obra de teatro para lenguaje —balbuceó en respuesta, incómodo y nervioso.

—Tú me estás mintiendo —aseveró—. Vamos, dime la verdad ¿En dónde estaban? —exigió presionándolo.

—Por favor, créame —le pidió, al tiempo que me hacía un gesto de guardar silencio al ver que yo iba a decir algo.

—¡La verdad! ¡Ahora! —le gritó y todos nos quedamos como paralizados en nuestras pocisiones por un instante.

—Yo lo lleve... donde ella... Llevé a mi hermano a ver a la Sally... —confesó finalmente.

Luego mi hermanita corrió a refugiarse donde mi madre y el Daniel bajó las escaleras quedándose al pie de estas.

—Es mi culpa... —musité y de pronto todos se me quedaron viendo con diferentes expresiones en el rostro, pero la expresión de mi padre fue la que más me afectó.

Se me voltéo a ver con la cara desfigurada, casi con espanto, como si estuviera viendo un fantasma, pero no era enojo lo que vi en él, más parecía miedo.

Gritó una maldición y arremetió contra mi hermano Enrique; era la primera vez que yo veía que él golpeaba a alguien más aparte de mí.

Lo insultaba dejando caer golpes y más golpes sobre él, y mi hermano torpemente trataba de protegerse con los brazos y las manos.

Yo quería reaccionar, pero estaba paralizado, pegado al piso temblando sin poder contenerme, pero en eso la voz de mamá se dejó oir en la sala; con potencia, como nunca la había escuchado:

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