Capítulo 30

270 26 1
                                    


Ese día no fui a clases, y al día siguiente, mamá justificó mi inasistencia y tuve que enfrentarme a Sally; estaba muy sentida conmigo, y con razón... Creo que yo no podía evitar hacer siempre todo mal.

Me disculpé con ella durante el recreo, pero me empezó a interrogar para que le contara qué había pasado en casa luego de la discución con mi padre en la calle. Yo le bajé el perfil, y me hice el tonto, no quería hablar del tema porque sabía lo que me iba a decir, pero insistió aún molesta conmigo.

Respondí todo con balbuceantes evasivas, pero tuve que decirle que de nuevo no podríamos juntarnos por algún tiempo después de clases, porque me había castigado quitándome el permiso para salir. Creo que por primera vez, sentí demasiada vergüenza de ese hecho; ya tenía 16 años, me veía a mí mismo como alguien más grande y por lo mismo odiaba que ella me viera como a un niño débil y sometido, a pesar de que eso era justamente lo que era.

Ella me conocía; tal vez mejor que nadie y volvió a soltar la maldita pregunta de siempre:

—¿Te golpeó?

—¡No! —respondí enfadado; estaba aburrido de esa maldita pregunta que ella siempre me hacía; odiaba ser una victima ante sus ojos.

—Gaspar... estoy cansada... de esto —dijo de pronto en un murmullo, mirando al piso.

—Cansada... ¿De mí? —pregunté de pronto con temor, y me sudaron las manos de nerviosismo.

—Gaspar, yo...

—Dijiste... tú... dijist...te q-que no... —empecé a tartamudear de inmediato, y mis ojos se humedecieron— que no... me... ibas a dejar... solo...

—No puedo más... no sé cómo ayudarte; no te entiendo... —musitó llorosa.

—¿Ya... no me... amas? —pregunté esforzándome por volver mi voz más estable— ¿Me dejarás? ¿Ahora? —fue casi un chillido lastimoso mis palabras.

—¿Seamos amigos...? Necesito un tiempo... por favor —rogó tomándome la cara con sus temblorosas manos.

La campana de termino del recreo sonó, pero ninguno de los dos nos movimos de donde estábamos.

Miles de pensamientos cruzaban por mi mente en ese instante, mientras nos mirabamos con tristeza a la cara en el fondo del patio del liceo.

—¿Perdóname? Haré lo que tu quieras... —le supliqué con la voz quebrada.

—No me gusta que me mientas...

—¿Quieres saber si me golpeó? ¡Tú ya sabes la respuesta...! ¿Para qué quieres que te diga? —respondí lloroso.

—Me prometiste que si eso pasaba lo denunciarías... ¿Lo harás? —me miró seria.

—No puedo... —musité con un suspiro.

—Entonces, si te gusta vivir así, yo no puedo hacer nada, pero no me pidas que sea parte de eso...

—Sally... por favor; no me dejes...

No pudimos seguir hablando, el inspector nos pilló y nos mandó volver al salón de clases. Ya estaban todos en la sala, y cuando nos vieron entrar, ambos con los ojos llorosos y mirando el suelo, empezaron a murmurar entre sí, la profesora nos regañó por llegar tarde, y nos fuimos a sentar en silencio.

Cuando terminó la clase, las amigas de Sally llegaron a nuestro lado, querían saber qué había pasado, y porqué ella estaba llorando. Se la llevaron con ellas y yo me quedé solo.

AdolecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora