Capítulo 23

282 26 5
                                    


Una mañana de sábado, a principios de octubre, la vecina de la casa contigua a la de mis padres llamó nerviosa por teléfono, para decir que mi mamá se encontraba mal, y que mi papá no estaba, que necesitaba que alguien de la familia fuera para allá a verla. Yo me asusté mucho; no quería que a mi mamá le pasara algo malo o se enfermara, mi tía no estaba, ni nadie más en la casa, por lo que sin pensarlo un momento salí corriendo hasta llegar a la casa de mis padres. La vecina atendía a mi mamá que se había desmayado y estaba super pálida; mis hermanos lloraban y me abrazaron apenas me vieron preguntándome si se iba a morir. Traté de tranquilizarlos como pude, y llamamos a la ambulancia, la vecina se quedó con los niños y yo fui con mi mamá al hospital.

La atendieron de urgencia, a mí no me dejaron pasar y me quedé afuera en la sala de espera. Muchos minutos después salió un paramédico y me hizo entrar a donde tenían a mi mamá; ya estaba consciente y estable, el doctor me preguntó por mi padre y yo sólo quería saber qué le pasaba; entonces me dijo que ella estaba embarazada.

La tuvieron algunas horas en el hospital, desde allí llamé a la vecina que seguía con los niños para que estuviera tranquila, y llamé a mi tía, la que apenas había llegado de las compras cuando se enteró y se vino de inmediato al hospital.

Ni mi madre sabía que estaba embarazada, el médico dijo que según la eco ya tenía más de cinco meses, y dijo también que iba a tener que hacer bastante reposo, de lo contrario podría tener aún más complicaciones.

Ya en la casa, ayudé a mamá a subir las escaleras hasta el segundo piso y la hice recostarse; mi mamá se veía preocupada, los niños se acomodaron a su lado y mi tía regresó a su casa, luego de dejar almuerzo preparado para todos, yo me quedé allí con ella y mis hermanitos; no podía dejarlos sólos.

—Gracias, Gaspar —me dijo con una sútil sonrisa, haciéndome cariño en una mano.

—No se preocupe, quédese tranquila —le respondí, dándole un beso en la frente, que me nació no sé porqué.

Me bastaba verle a los ojos para adivinar que estaba pensando; hacer reposo no es algo que pudiera darse el lujo de hacer; su rostro lo decía todo: "¿Quién va a cuidar de los niños? ¿Quién va a hacer las cosas de las casa? ¿Qué va a pasar con este bebé si no puedo descansar como el doctor dice?" Era fácil leer su semblante, tal vez, porque eran las mismas preguntas que yo me hacía.

Me quedé con ellos todo ese día, les dí de almorzar a mis hermanos y le llevé la comida a mi madre a la cama, lavé la loza, y los atendí lo mejor que supe hacerlo, y fue solo cuando sentí la puerta y supe que era mi padre, que un frío me recorrió la espalda; no lo veía hacía meses, no sabía cómo me iba a tratar al verme, y cómo se iba a tomar todo lo que estaba pasando, o si se iba a enojar por no haberle avisado que mamá se sentía mal.

—¿Qué haces aquí? —Fue lo primero que dijo al verme, con una clara expresión de disgusto, mientras yo ponía la mesa para tomar onces.

—Mamá se sentía mal; estoy cuidándola —respondí intentando que mi voz se sintiera segura al hablar, pero notando que aun así era apenas un nervioso balbuceo.

—¿Qué le pasó? —dijo hosco, frunciendo el ceño.

—Se desmayó, y hubo que llevarla al hospital... —Me apresuré a responder y me alejé instintivamente unos pasos de él.

—¿Y qué es lo que tiene? —Me interrumpió mostrando más preocupación de lo usual.

—Mmm... Está embarazada —dudé si debía decirselo yo o esperar a que ella lo hiciera, pero se lo dije tal vez por miedo a su expresión ya molesta.

—¿Embarazada? —dijo sorprendido, y corrió escaleras arriba dónde ella; yo por primera vez me quedé asombrado de su actitud.

Continué con lo que hacía, aún nervioso, se me notaba en que la loza temblaba en mis manos, y como mi padre no bajaba, no sabía si llevarle el té a mamá o alimentar primero a los niños que ya estaban con hambre. Pero preferí esperar con ellos a que papá bajara. Los dos me empezaron a preguntar si me iba a quedar en casa o si volvería a irme; yo miraba sus ojitos y veía en ellos el miedo a estar solos.

Mi padre bajó al rato. Se metió recién al baño a lavarse, porque venía lleno de polvo del trabajo, y yo aproveché para llevarle la once a mamá.

—Tu papá ya llegó; es mejor que te marches... sé que no es fácil para ti estar cerca de él —me dijo mamá, mientras yo acomodaba la bandeja en la cama.

—¿Él va a estar aquí mañana? —Quise saber, sabiendo que esos trabajos no siempre tienen días fijos.

—Tiene trabajo mediodía, pero ya me siento mejor; además que sea lo que tenga que ser...

—¿Por qué dice eso? —respondí un poco molesto interrumpiéndola, pensando en que de pronto a ella le daba lo mismo si perdía o no a ese bebé¾ ¿Es que no piensa cuidarse?

—No entiendes... tú serías más feliz si yo no hubiera tenido a tus hermanos y yo me sentiría menos culpable... —respondió enigmática y un par de lágrimas rodaron por sus ojos, yo la miré boquiabierto.

—¿Es que acaso tampoco quiere al Enrique y al Daniel? —dije temeroso.

—No he dicho eso; sólo digo que todo sería diferente si sólo estuvieras tú.

—¿...O si yo no estuviera, verdad? —dije con una lágrima a punto de brotar.

—Ay, mi niño... eras tan lindo cuando te tuve en mis brazos; tan pequeño e indefenso; lamento no poder protegerte como tú querrías... —me dijo con los ojos llorosos, y yo en ese momento sospeché que algo ocurría, que algún misterio que yo desconocía había, algo que probablemente todos sabían, menos yo, y justamente así era.

No quise decir nada más, no quería que mamá estuviera triste y se volviera a sentir mal, ahora por mi culpa, por lo que volví a decirle que no se preocupara de nada y que estuviera tranquila y salí de allí.

Le serví el té a mi padre, comió sin decirme nada, les dí de comer a los niños y no sabía si debía o podía sentarme yo también con ellos a la mesa.

—¿Puedo tomar té yo también? —pregunté a papá agachando la cabeza.

—Siéntate y come, ya que te has dignado en aparecer por aquí, y por fin has dejado de estar oculto tras las faldas de tu tía.

—Gracias. —Fue lo único que atiné a musitar; de sólo verlo y oírlo ya me ponía tembloroso y más torpe de lo usual.

Comí observándolo de reojo a cada tanto, los niños me hablaban y yo traté de sólo enfocarme en ellos, pero no puedo negar que ya me parecía que en cualquier momento se iba a levantar y me agarraría a golpes; sentía un temor dificil de disuadir y sólo quería salir huyendo lo más rápido posible de ahí.

AdolecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora