Capítulo 34

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Mi tía Dina, apareció esa misma noche en casa, acompañada de mi tía Yeisy y del Alejandro. Hablaron con mamá en la sala, y mi tía Dina estaba super enojada con papá, después de enterarse por mi tía Yeisy que él me había vuelto a golpear.

Mis tías quisieron hablar con papá, pero este no quiso recibirlas.

Yo hablé también con ellas, mi tía Dina se puso a llorar en mi hombro y me hacía cariño, y mi tía Yeisy me pidió disculpas a nombre del Fabio, pues se enteró que papá me había golpeado por no llegar a la hora que tenía que regresar, porque mi primo no quiso venirse antes. Y para mí todo eso era demasiado incómodo, estaba cansado y sólo quería acostarme a dormir y no pensar más en el asunto.

Charlaron un rato más mi mamá y mis tías; mi mamá intentando calmar los animos de ellas y de convencerlas que todo estaba bien en casa, qué no se preocuparan por demás.

Yo estaba conversando un rato con el Alejandro en la puerta de la casa, porque mi primo no quería entrar, y ahí luego de preguntarme cómo estaba, me dijo que estaban vendiendo la casa, porque se iban a ir a Santiago; que mi tía estaba enferma y tenía que hacerse un tratamiento.

Yo no sabía nada de eso, sabía que ella se había estado sintiendo mal los últimos tiempos, pero no sabía que era tan malo lo que tenía.

Cuando papá volvió a irse a la faena y quedamos libres de él nuevamente, esa misma tarde y sin avisar vino mi tía Dina a la casa, y no vino sola, vino con la tía Margarita y con Sally.

Yo estaba viendo tv con mis hermanos cuando ellas llegaron, mi mamá las hizo pasar, y Sally apenas me vio, puso cara de preocupación o de lástima... no me gusta pensar en que quizás muchas veces le he dado lástima, pero debo reconocer que lo más probable es que sea así.

Ella se acomodó al lado mío, mientras mis tías, luego de saludar, tenían un interrogatorio con mi mamá en la mesa del comedor, lo que me ponía nervioso, porque sabía que era por mí.

Junto a Sally escuchábamos todo lo que hablaban y yo empecé a ponerme preocupado y temeroso por todo lo que decían, Sally me tomaba de la mano y estaba tensa igual que yo.

—¿Qué vas hacer ahora Anaya? ¿No te parece que ya es como mucho? —le decía mi tía Dina a mamá.

—Dina, por favor; deja de meterte en este asunto.

—¡A mí no me vengas con eso! Acuérdate que tú misma me metiste en "este asunto" desde el principio —respondió seria y enigmática—, y si te ayudé en ese entonces, ahora tienes que responsabilizarte de esas decisiones.

—Calla, Dina —le pidió mamá bajando la voz—, no saques eso otra vez, no ahora.

—Bueno. Pero quiero que pienses en que vas a hacer para proteger a ese niño, no puedes permitir que Julio continúe tratándolo mal.

—Aunque asegures que tu marido sólo tiene problemas con el Gaspar, aún así es un hombre violento, no es bueno que permitas una relación así, y menos que agreda a tus hijos —escuché la voz de la tía Margarita.

—¿Anaya porque no te vas tú con los niños donde el papá? —dijo mi Tía Dina.

—¿Al campo? No puedo Dina; sea como sea el Julio es mi esposo, además, iría tras de mí, y el papá ya está viejo para estar pasando malos ratos.

—Entonces, manda al Gaspar para allá, que se quede donde el papá hasta que cumpla los dieciocho; estoy segura que lo recibiría. Yo misma te ayudo con el dinero para los pasajes.

—Yo también puedo ayudarte si lo que necesitas es dinero para sacar al Gaspar de aquí o para que te vayas tú con tus hijos —ofreció la tía Margarita.

—No quiero irme... —le susurré a Sally— no quiero que decidan por mí.

—Vamos... hablemos también nosotros con ellas —me sugirió Sally también con un susurro.

Nos levantamos y nos acercamos a donde ellas estaban.

Mi mamá estaba dando sus motivos para no enviarme fuera de casa, y para mí fue un alivio saber que mamá se oponía a la idea de mi tía de enviarme al campo, aunque yo no tenía la más mínima idea de la verdadera razón por la que mamá no aceptó que me fuera.

Yo también me atreví a dar mi opinión y les comenté que no quería irme lejos; que quería quedarme en la ciudad, con Sally, y con mis hermanos y mi mamá, y que ya ni recordaba al abuelo, porque no lo veía desde que estaba chico.

La verdad es que me hubiera sentido más mal si me hubieran obligado a irme, aunque fuera para protegerme de los golpes de papá. Porque me hubiera sentido aún más sólo y abandonado de tener que marcharme, lamentablemente no tenía idea de que ese año iban a pasar tantas cosas dificiles; viendo ahora hacia atrás mi tía Dina tenía razón... era para mí más seguro estar lejos de papá, pero en ese tiempo no lo vi así; lo único importante en esa época era poder seguir estando junto a Sally e intentar proteger a mis hermanos.

Con el brazo enyesado me aburría aún más en casa, porque no podía siquiera hacer muchas cosas, y mi papá le había dejado ordenes a mamá de no dejarme salir a la calle si es que no era por algo importante, y quizás qué le habrá dicho a mamá, pero ella lo cumplió, así que de nuevo no podía ir a casa de Sally y tampoco quería que viniera ella a nuestra casa. Eso me hizo sentir muy triste, porque todo lo que yo quería era estar con ella ese verano.

Pasaron un par de días y tal vez por verme mi mamá demasiado deprimido todo el tiempo o por el hecho que mi tía Dina y la tía Margarita la llamaban casi a diario, finalmente ella cedió y dejó que Sally viniera a la casa a verme.

Los siguientes días Sally se pasaba todo el día en mi casa, y a mí me volvió la sonrisa al rostro. Ella me mimaba, siempre cariñosa y a mí me encantaba, aunque los días de descanso de papá esos no podía venir, y yo lo pasaba más encerrado en mi cuarto que nada.

Durante esos días volví a escribirle cartas a Sally o le hacía dibujos muy románticos, también le inventé algunos poemas y le hice hasta un collage de trozos de revistas viejas, y es que me la llevaba pensando en ella todo el día; la necesitaba como al aire para respirar.

Cuando papá volvía al trabajo, Sally volvía a venir a la casa. Así fue durante un par de semanas, hasta que ella se fue de vacaciones con su mamá por unos días.

Era mediados de febrero cuando me sacaron el yeso, luego de veinte días de tenerlo puesto, fue un gran alivio.

A finales de febrero, mi tía nos invitó a su casa a mamá y a mí con mis hermanos.

Tomamos té con ella y ahí nos anunció que se marchaban a Santiago luego de dos semanas.

El Alejandro me lo había dicho, pero me había pedido que no comentara nada porque mi tía no quería que nadie aquí supiera.

La que sabía era mi tía Yeisi y por eso había venido de tan lejos a visitarla, porque mi tía quería verla. Ellas no se veían desde antes que yo naciera, porque mi tía Yeisi se había enamorado de un artesano hippie que vagabundeaba por la zona y se había ido con él cuando era muy joven, y de ahí habían tenido muy poco contacto.

Esa fue una de las últimas veces que vi a mi tía Dina.

Ella se fue con toda su familia a mediados de marzo, le había dado una enfermedad degenerativa y mi tío Horacio la llevó a Santiago para que pudiera tener un buen tratamiento en una clínica; cuando se marchó, la eché mucho de menos. 

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