Capítulo 5

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Dos semanas más tarde, ella misma me pidió que hiciéramos un nuevo trabajo juntos. Yo estaba más que feliz, aunque obviamente no nos juntamos ni en mi casa ni en la suya, trabajamos en la escuela, en los ratos libres, lo que nos dio la oportunidad de conocernos mejor, y fue ahí cuando empezó nuestra amistad.

Ella alegraba mis días, a su lado me olvidaba de todo lo demás y poco a poco sentí que se volvía la chica más hermosa que hubiera podido conocer: siempre alegre, inteligente, segura de si misma, con una sonrisa perfecta que me derretía; era en todo opuesta a mi, y sin embargo, por alguna razón nos comprendíamos muy bien.

Una mañana, después de clases, yo no me aguanté las ganas de darle un beso, no sé que me pasó, creo que mis hormonas se volvieron locas en ese preciso momento, actué por impulso y por suerte a ella le gustó, creo, pues dejó que la besara... Fue así que empezamos a ser más que amigos; su boca sabe delicioso.

Estuvimos un breve tiempo así, besándonos a escondidas, en una especie de amigos con ventaja, hasta que una mañana en un recreo fue ella, quién con mucha seriedad me preguntó que cuándo le pediría pololeo.

¿Pololear? Me puse nervioso al tiro; sabía que mi padre no me daba permiso para eso, porque decía que estaba muy chico, ese mes iba a cumplir recién 14 años. Pololear solo significaba más problemas, pero como no quería que se enojara, menos perder su amistad, y como yo también quería tener la experiencia de querer a alguien, le pedí que fuera mi polola.

Nunca antes la había visto tan alegre, dio saltitos, mientras me decía que sí, y luego me abrazó y me dio un beso en la mejilla. Lo recuerdo con claridad; eramos sólo unos niños, bastante inocentes.

¿Qué vio ella en mí? Hasta ahora no lo sé con exactitud, solo sé que jamás me arrepentí de la decisión de ese día, pues conocerla y más tarde, a su mamá, ha sido lo mejor que me ha pasado en toda mi vida.

Ese día me sentí en las nubes, estaba simplemente feliz. Pero los problemas no tardaron en llegar, porque llegaba tarde a casa casi todos los días y la que se armaba era grande entre mi papá y yo. Pero es que me acostumbré a quedarme con ella después de clases; ibamos al moai; es un mirador frente a la playa que está cerca del liceo, o nos quedabamos un rato charlando, en los asientos de la avenida 18 de septiembre que está junto a la escuela, rodeados por los arboles y el pasto. Después, ella quizo que conociera a su mamá, y me invitó a su casa una tarde, a tomar onces. Allí conocí a Margarita Williams, su mamá; la mujer más linda, tierna, elegante, comprensiva y cariñosa que yo haya conocido jamás; qué suerte tuvo Sally de tener una mamá así.

La casa que tenían Sally y su mamá era grande, muy cerca del centro de la ciudad; tenía dos pisos, la primera planta la arrendaban como local comercial y ellas vivían en la segunda. Tenía además, un patio inmenso, que daba con la calle de atrás y que era por dónde estaba el estacionamiento. Comparado con la mini casita de mi familia, la de ellas era espaciosa, luminosa y muy linda.

La tía Margarita —como yo la llamo,— me saludó cuando llegué, se presentó con amabilidad y nunca me discriminó ni por mi aspecto pobre, ni por cualquier otra cosa. Ella es una mujer maravillosa. Es estilista, tiene su propio salón de belleza y es muy hermosa: alta, rubia, de tez clara y ojos azules, Tiene una elegancia natural y una voz firme y dulce a la vez, le gusta cocinar y siempre hacía algo rico para comer cuando iba a su casa.

Margarita es mamá soltera. Con el tiempo me enteré de que el padre de ella era comerciante, mitad gringo, mitad chileno, y hablaba muy bien el inglés. Fue así que él conoció a un europeo, un embarcado que llegó al puerto, y del cual se hizo amigo, era un hombre joven, que se enamoró de Margarita y se quedó allí un tiempo; la dejó embarazada, y poco antes de que naciera Sally se fue diciendo que iba a ir a arreglar algunos asuntos pendientes en su país y que regresaría para quedarse con ellas. Se suponía que no demoraría mucho, pero nunca regresó, y por más que intentaron no lograron volver a ubicarlo. A la tía Margarita no le gusta hablar de eso, se quedó sola con Sally y no sé porqué no rehizo nunca más su vida. Por eso Sally solo lleva el apellido de su mamá: Williams.

¡Irónica e increiblemente, supe antes, más cosas de la vida de Sally y su madre que de los malditos secretos de mi familia y de mi propia vida!

Me encantaba estar en casa de ellas; allí el ambiente era siempre tan grato, ni comparado con la densidad que había siempre en la mía. Pero el estar siempre incumpliendo las famosas reglas controladoras de mi padre tenía un costo; las discuciones, y el que él me siguiera golpeando; demasiado seguido, a veces.


*Pololear: relación sentimental semejante al noviazgo, pero con menos compromiso.

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