Milagro

607 40 10
                                    

Justo entonces se cierran las puertas y el tren empieza a moverse. No hay nadie más en todo el vagón. Es triste que no vaya a tener a nadie a mi lado cuando me muera. Lo más probable es que no se den cuenta de que he muerto hasta horas después de la llegada a Eastbourne.

Mis ojos están cerrados. Todo es silencio, a excepción del ruido del motor y el suave chirriar de las ruedas. Todo está tan en paz...
Lo único que irrumpe tal serenidad son las pisadas irregulares y nerviosas del que parece ser el único otro pasajero de este tren. ¿Por qué tanta prisa? Me gustaría decirle que se calmara, que aún tiene toda la vida por delante (no como otros) y que, de todas maneras, está en un tren en marcha y por mucho que corra ya no podrá hacer mucho.

Siento la muerte cada vez más cerca, pero esas pisadas me incomodan y me ponen tensa. Las oigo caminar apresuradas por los vagones, acercándose a mí. Maldita sea, ¿por qué no puedo morir ya?

En pocos segundos empiezo a escuchar la respiración agitada de esa persona. Parece un hombre. ¿Por qué corre? Oigo como se para de tanto en tanto y se gira. ¿Busca algo?

Mi aliento se hace cada vez más imperceptible.

El hombre se acerca. Está a unos pasos de mí. No quiero que me vea morir.

Se detiene. Está delante de mí. Oigo como suelta todo el aire retenido en un gemido de alivio.

No sé de dónde saco fuerzas para hacerlo, pero abro los ojos. Veo unas botas negras a un metro de mí. Levanto la mirada y solo soy capaz de distinguir una vieja chupa de cuero sucia antes de perder el conocimiento.



Un pitido regular. Bip, bip, bip... Me relaja. Me siento descansada pero aún así todo el cuerpo me pesa como si estuviera recubierta de cemento. ¿He muerto ya? Unos minutos más tarde abro los ojos. Esto no se parece a mi idea del cielo o el infierno. Estoy tumbada sobre algo blando, un colchón, supongo. Solo puedo distinguir una luz tenue y amarillenta al fondo. Parece que me encuentre en una habitación de hospital vieja, aunque no puedo distinguir mucho con tan poca luz. Extiendo el brazo para buscar un interruptor pero siento un pinchazo en él. Toco con la otra mano la fuente del dolor y siento una aguja dentro de mí. Suero.

Palpo con la mano libre la pared hasta encontrar un interruptor y lo presiono. La luz parpadea hasta encenderse por completo y me ciega. Me llevo la mano instintivamente a la cara para taparme los ojos.
Al acostumbrarme a la luminosidad empiezo a escudriñar la pequeña habitación con la mirada. Efectivamente me encuentro en lo que debe ser un hospital viejo porque hay máquinas, cajas con agujas, monitores... Y aquí en medio estoy yo, con una bata azul cielo y todo el cuerpo lleno de electrodos y sueros en vena. No hay ninguna ventana. Tengo todo el cuerpo dormido y siento la necesidad irreparable de estirar las piernas, así que me levanto poco a poco como si llevara siglos son hacerlo y pongo los pies descalzos en el suelo. Está frío. Me gusta ésta sensación. Agarro el pie del suelo y me giro hacia el monitor que muestra mi ritmo cardíaco. Se mueve de forma regular. Bip, bip, bip. Debo estar milagrosamente viva, aunque sigo preguntándome cómo. Me desconecto los electrodos (que dejan de pitar) y me dirijo a la puerta arrastrando el suero tras de mí.

Justo en el último momento pienso en las películas de intriga, en la que la protagonista siempre es encerrada en la habitación de un hospital para ser estudiada y analizada a traición

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Justo en el último momento pienso en las películas de intriga, en la que la protagonista siempre es encerrada en la habitación de un hospital para ser estudiada y analizada a traición. ¿Y si han descubierto mi mutación? Hay millones de personas que sienten un miedo repulsivo hacia nosotros y solo tienen la intención de diseccionarnos para encontrar algo con lo que matarnos a todos. Un miedo frío me recorre la columna mientras pongo la mano sobre el pomo.

"Por favor", pienso. "Por favor"...

Y se abre. Y con ella todos esos pensamientos se esfuman. Estoy en un pasillo oscuro con blancas luces parpadeantes. Todo es silencio. No veo a nadie, al menos en la parte en la que me encuentro. Unos metros más allá veo que el pasillo se dobla en una esquina. Ando hacia allí, pero justo al doblar la esquina me encuentro de cara a un hombre con bata blanca y una inyección en la mano. Estamos cara a cara y vuelve a mí el sentimiento de miedo. Sin pararme a pensar, levanto una mano y la coloco a unos centímetros de su cuello. Él retrocede y levanta las manos.

- No quiero hacerte daño. Por favor. Dime dónde estoy y qué hago aquí y te juro que no te va a pasar nada -digo susurrando a media voz.

"Por favor, no hagas que me arrepienta de eso. No quiero hacer daño a nadie más..." pienso con tristeza.

- Tranquila Pícara, no voy a hacerte daño... -contesta con una voz suave, intentando calmarme.

¿Pícara? ¿Cómo sabe mi nombre?

Justo entonces se aparta y señala con la cabeza hacia unos metros más allá de la esquina. Dudando, me acerco hacia donde dice... Y mi mundo se desmorona.

Alguien corpulento está estirado durmiendo sobre unas sillas viejas de la sala de espera. Y lleva una chupa de cuero vieja.

Me acerco temblorosa y cuando veo su rostro dormido como un niño, tan en paz, no puedo hacer más que caer de rodillas al suelo y llorar. No lo veo, pero sé que Logan se ha despertado y está caminando hacia mí. Unos segundos más tarde siento su abrazo cálido que me acerca a su pecho. Quiero decirle, preguntarle tantas cosas... Quiero pedirle tantas disculpas. Pero todo eso se queda solo como un simple pensamiento en mi boca que no soy capaz de pronunciar. No me sale ninguna palabra aún queriendo decir tantas, así que solo lloro y lo abrazo más fuerte, agradeciendo que la bata de hospital que llevo sea de manga larga y me pueda acercar a él sin miedo.

Siento mi cuerpo temblar entre sus brazos robustos, y éstos cómo me toman de la cintura y me hacen colocar mi cara en su pecho. Lloro contra su camiseta.
Sigo de rodillas en el suelo y él se mantiene con un pié hincado a tierra, como si se tratase de un noble caballero... Porque a mis ojos lo es.

No sé cuanto tiempo pasa hasta que consigo separarme y armarme de valor para intentar mirarlo a la cara, pero no soy capaz. Siento tanta culpabilidad (aunque ahora vea que fue infundada), que no puedo mirarlo a los ojos como antes. Es por eso que me decido a hablarle mirando al suelo y decirle todo lo que le quiero decir en susurros, porque así tal vez se pierden las palabras que aún dudo que quiera que sean oídas:

- Yo... Lo... Lo s...

Logan me corta:
- Vamos, Sean nos espera. Tengo ganas de que lo conozcas. Es un muy buen hombre, ¿sabes? Estuvimos en la Escuela X juntos, ayudando al Profesor, hasta que encontró a una chica llamada Sharon y nos dejó a todos para irse con ella. ¿Te lo puedes creer?

... ¿Que?

¿Por qué me habla como si no hubiera pasado nada? Creía que lo había matado, huí durante semanas, estuve a nada de morir de culpabilidad y ahora aparezco aquí con él y me habla como si se tratara de un día cualquiera en la Escuela.

- Venga, vamos.

Me saca de mis pensamientos. No quiere que me disculpe. ¿A caso no cree que cometí suficientes atrocidades e idioteces como para no tener que disculparme después?
Logan no me deja pensar y me agarra de la manga suavemente y empieza a caminar hacia la habitación donde estaba antes.

Me arrastra juguetonamente pero con cuidado, a sabiendas de que sigo conectada al suero y me encuentro en bata en medio de un hospital medio en ruinas.

- Antes andabas más rápido, ¿eh?

X-Men: Mi inmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora