Capítulo 4 - Nuevo Sitio

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La mente es tan poderosa que podemos temer aquello que sólo es producto de nuestra propia imaginación.

Mis pensamientos me están traicionando y necesito hacer algo para alejarlos de mí. Doy vueltas y vueltas por la habitación pensando en cuál debería ser mi próximo movimiento.

Siento un dolor en mi pecho, específicamente donde descansa el corazón; al instante sé lo que significa, ella lo está pasando mal, lo presiento, no se encuentra bien y yo sigo aquí sin poder hacer nada para recuperarla. Duele, es un dolor real.

En ese momento veo un destello que cruza la habitación y va golpear directamente el espejo que se encuentra aquí; uno de los pocos adornos que puede tener este cajón.

Me voy acercando con pasos lentos hacia el lugar donde se fue detener el chispazo de luz, ver que hay un espejo aquí despeja mis dudas sobre este lugar siendo un manicomio.

Porque ¿Quién con sus cinco sentidos completos dejaría un espejo en una habitación para locos? Es claro que nadie. Podría ser usado como arma ya sea para el paciente o para los doctores. En este lugar ningún doctor me ha visitado, en realidad nadie me ha visitado desde que llegué aquí pero si estuviera loca seguramente un doctor ya hubieran venido a verme. No es un manicomio, no creo que lo sea.

Dudo unos instantes antes de llegar sin embargo es demasiado tarde, ya me encuentro frente a él y no puedo evitar ver lo que proyecta.

No soy yo.

No es esta habitación.

No es este lugar.

Reconozco el sitio, tal vez haya cambiado un poco pero estoy segura que conozco muy bien ese patio.

Es la casa de mis padres, donde jugué, crecí, viví la mayor parte de mi vida y no puedo negar que es el lugar donde también fui feliz.

Se sigue mostrando la imagen en el espejo, no estoy segura si esto es real o no pero de un momento a otro nos encontramos dentro de la casa. Hay un silencio absoluto en la sala, todo se ve oscuro, desolado y sin vida; de pronto pequeños sollozos comienzan a hacerse presentes y la imagen se dirige por las escaleras hacia el cuarto de mis padres. Al llegar a la habitación veo dos figuras sentadas en la cama donde efectivamente se encuentran ellos.

Cuando los observo por instinto llevo mis manos a la boca y un llanto ahogado se escapa de mí; el aspecto de ellos me espanta, me entristece y me hace sufrir; están tan distintos a como los recuerdo y esto sólo hace que lágrimas empiecen a caer por mis mejillas.

Si sus rostros son el reflejo de su dolor entonces su sufrimiento es incalculable. Cuando vemos a un ser querido sufrir también sufrimos pero al menos esperamos que el dolor que sentimos sea disminuido del dolor de ellos, lamentablemente eso no sucede.

No entiendo la razón por la que tienen ese aspecto y admito que con sólo verlos en esta forma me hace daño; mamá llora sobre el hombro de papá y aunque él trata de consolarla y susurrarle palabras que no alcanzo a escuchar con precisión, la aflicción en su rostro no desaparece.

Esto no está bien, ellos lucen extremadamente mal, están delgados, marchitos y tristes; lo único que percibo en sus vidas es una angustia profunda. Se puede notar que están sufriendo tanto como yo aquí o quizás mucho más. Ver éstas imágenes es lo peor que he visto en mi vida, no, no puedo seguir viendo esto y no hacer nada.

¡Mamá, papá! ¡Aquí estoy! —Grito con la esperanza de ser escuchada.

¡Mamá! ¿Me oyes? Soy yo, tu hija. ¡Tu hija, mamá!

¡Mamá, papá, por favor, respóndanme! —Chillo cada vez más fuerte.

¡Mamita, por favor! ¡Escúchame! —Como si haya oído mis ruegos se lleva la mano al corazón, comienza a hablar y ahora sí tengo la oportunidad de escucharla.

— A veces pienso que no se ha ido. La siento aquí, conmigo —presiona la palma de su mano nuevamente sobre su pecho—. No puedo con éste dolor Andrés ya van cinco años de no tenerla aquí, ya van cinco años de no verla sonreír, de no escuchar sus alegrías, de no ver cómo cumplía sus sueños, sus quejas, incluso daría lo que fuera por seguir escuchando sus quejas. ¡Dios, como se quejaba! —Continúa mamá— Se quejaba por todo. « ¿Quién tocó mis libros?» « ¿Quién entró a mi habitación?» « ¿Por qué los papás son tan irresponsables que no ven que sus niños llevan tarea y no la hacen?» Amaba sus quejas, amaba todo de ella, cuanto hacía y decía, siempre será mi orgullo más grande y quiero que vuelva, la amo tanto, tanto. —Regresa de nuevo a refugiarse en el hombro de papá.

Lo que acabo de escuchar me parte el alma en pedazos, no entiendo lo que ocurre pero sé que habla de mí y entonces las dos lloramos, espero que de algún modo yo también la esté consolando.

La imagen del espejo se torna borrosa y se apaga. No vuelve a reflejar nada, se ha vuelto en un horripilante color negro. Golpeo el espejo con mis puños desesperada y de nuevo empiezo a gritar:

¡Mamá, papá, vuelvan que aquí estoy! ¡Los puedo ver! ¡Por favor, regresen!

El espejo se niega a mis súplicas y a mi presente clamor por más que grite no ocurre nada, la imagen ya se ha ido.

Mis padres están sufriendo, mi pequeña está sufriendo, yo estoy sufriendo. ¿Qué clase de mundo es éste en el que todos sufrimos? ¿Hay alguien que se deleite con vernos sufrir? Sólo espero que después de tanto dolor la felicidad vuelva a nuestras vidas.

De repente caigo en cuenta de algo: Han pasado cinco años. ¡Cinco!

Cinco años en los que no he vivido en los que no sé qué ha pasado con mi vida, con mi familia, con mi pequeña. Ruego para que esto sea sólo una horrible pesadilla, una alucinación de la cual ya quiero despertar.

— Esto apenas comienza. —Escucho la voz, pero ya me he acostumbrado a ella que no le temo.

— Por favor, ¿dime qué está pasando aquí? ¿Lo que vi en el espejo es real?

— Tan real como que tu hija se llamaba Jessy.

— ¿Cómo que se llamaba Jessy? ¿Qué le han hecho? ¿Qué le hiciste? ¡Ella se llama Jessy! Ni se te ocurra meterte con mi hija porque entonces conocerás la verdadera furia de una madre. ¡Dime que le has hecho! —Bramo irritada a la nada, lo único que obtengo de respuesta es su risa.

— ¿Qué vas a hacer? ¿Golpearme? Si no puedes ni verme. Además, nosotros no hicimos nada. Lamento decirte y decepcionarte pero fuiste tú quién la dejó. —Lo dice de una manera tan tranquila que me hace hervir la sangre.

— ¿Yo? Pero ni siquiera sé qué rayos está sucediendo, ni se te ocurra decir que es mi culpa. ¿Crees que me atrevería a hacerle algún mal a mi bebé? Estás loco. Tú estás loco, no yo.

Llevo mis manos a la cabeza no aguanto estar más tiempo encerrada aquí. La voz no dice nada.

— ¿Dónde está ella? —Pregunto y temo la respuesta.

— No creo que quieras saber.

— Me interesa mi hija no lo que supones que quiero. ¡Dime dónde está!

— Si ya te afectó lo que viste no imagino cómo te pondrás cuando veas dónde está ella. No estás preparada para eso, todavía.

Trato de mantener la calma ante sus palabras y pensar que esto no es real que pronto despertaré pero me afectan tanto que estoy tentada a creer que sí lo es.

— Si no puedes decirme dónde está ella dime dónde estoy yo, te lo ruego.

— Pensé que ya lo habías adivinado, al parecer no, pero se ve claramente que estás... en el Lugar de Espera.

Una indestructible mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora