Capítulo 33 - Lo haré

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El psicólogo


Todos tenemos cierto grado de locura, sin embargo, creemos que es normal y la ignoramos fácilmente.

Esperaba despertar en un cuarto con colchones en sus paredes y con cámaras en cada esquina; tal como muestran en las películas las habitaciones para personas con problemas mentales y que según el oficial, pertenezco a ese grupo. Tenía planeado actuar de la manera más correcta para que se dieran cuenta de su equivocación al llevarme a ese lugar y que de esta manera me dejaran salir pronto. Sin embargo, me encuentro en este cuarto de concreto, que no contiene más que una vieja cama y donde me han despojado de los aretes, del reloj y de la ropa que vestía, sólo para cubrirme con un traje naranja que me queda grande y flojo.

La celda es abierta y un nuevo policía me custodia hasta una sala de interrogación.

Me indica que tome asiento y que debo esperar a la persona que me hará preguntas. No respondo y sale del lugar. Nunca había estado en una sala de interrogación, menos... en una prisión.

A los pocos minutos, entra un hombre alto, blanco, con unas cuantas canas adornando su cabello. Viste un traje formal color gris que combina perfectamente con sus ojos. En su mano izquierda trae consigo una carpeta negra y en su mano derecha, una taza de té que aún desprende humo.

Su rostro se me hace conocido.

— Mi nombre es Robert y estoy encargado de su caso —informa con voz tranquila pero segura cuando ha tomado asiento frente a mí y la única distancia entre nosotros es el ancho de la mesa—. ¿Desea algo para tomar?

— No.

— Bien. ¿Sabe por qué está aquí?

— No.

— Debe cooperar si desea salir pronto.

— En primer lugar, nunca debí ingresar.

— ¿Así que cree que es un error?

— Es lo que estoy diciendo. —Afirmo perdiendo la paciencia.

— Estoy siendo amable con usted porque quiero ayudarle, deseo al menos recibir la misma actitud de su parte.

— ¿Cómo pretende que sea amable si me han encerrado aquí sin razón alguna? Primero le dijeron a doña Martha que iría a un tratamiento especial, luego se retractaron porque el oficial Martínez dijo que debía ir a un centro de rehabilitación que al parecer tampoco iré, pues en lugar de eso, me encuentro aquí, sentada delante de usted, sin tener la más mínima idea del por qué. Señor oficial, sería usted tan amable, como alardea que es, explicarme cuál es esa razón por la cual estoy prisionera en estas cuatro paredes.

El ríe de manera ronca y dos hoyuelos aparecen en sus mejillas. En algún lugar lo he visto, sé que sí, pero no recuerdo dónde.

— No soy oficial, ni siquiera policía. Le tengo pánico a las armas —dice en voz baja avergonzado—. Poseo diferentes especialidades y agradezco que en ninguna debo disparar, de lo contrario hubiese sido yo el que recibiría la bala, apuesto a que quedaría inmóvil como una estatua —confiesa riendo—. Como decía, me especializo en varias áreas, una de ellas es la psicología y esa es la razón por la cual los dos nos encontramos en esta sala. Quizás usted no se percató de mi presencia en ese momento pero yo estaba en una de las esquinas de la cafetería observando todo lo que ocurría. Mi objetivo al ir a ese lugar era estar pendiente de todos sus movimientos, gestos, palabras e incluso las acciones que por impulso realizara. Mientras aún estaba inconsciente intercambiamos algunas palabras mas no creo que las recuerde.

Una indestructible mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora