Capítulo 22 - Estar con ella

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Estar con ella

En medio de la oscuridad podemos ver luz si estamos dispuestos a buscarla.

Lágrimas y más lágrimas caen sobre mis mejillas, con cada segundo que transcurre los sollozos se hacen más presentes, más fuertes, más desgarradores, llantos que salen desde lo profundo del corazón; de un corazón roto, quebrantado, incompleto y casi destruido.

Dolor y llanto que sale de mi corazón.

Es el vivo lamento causado por la ausencia de alguien que no está y que nunca más estará presente, el dolor de un ser que jamás dejaré de amar pero que nunca llegué a conocer.

Nunca la conocí, mis ojos no tuvieron el privilegio de contemplarla, de ver su rosado rostro, no logré tocar sus pequeñas manos ni sus diminutos pies, no llegué a conocer su risa ni su sonrisa, no alcancé a acunarla en mis brazos, ni a observarla mientras dormía cuando entonara las canciones que junto a Danny me esmeré en aprender, solo para dedicárselas a ella.

No vi crecer su primer diente, tampoco vi cuando los mudaba.

Nunca escuché de sus labios la palabra que me llenaría de orgullo y satisfacción: mamá, tampoco escuché sus primeros enojos.

No pude sentir la emoción de ver sus primeros pasos, tampoco sus primeras caídas.

No tuve la oportunidad de llevarla a la escuela, tampoco pude ver cómo lloraba mientras me iba.

No la vi jugar muñecas, ni tampoco logré jugar con ella.

En pocas palabras diría que no disfruté nada de ella y ahora me doy cuenta que... nunca lo podré hacer.

No conseguí hacer nada cuando mamá sin fuerzas se levantó de la tumba fría donde descansa el cuerpecito sin vida de mi pequeña, mis pies se negaron a levantarse, mi cuerpo no reaccionó; deseaba con todo mi ser levantarme y brindarle un abrazo en el que sintiéramos que nos teníamos, que estábamos juntas en esto, en el que podíamos saber que había alguien más que estaba soportando el mismo dolor o quizás peor; quise hacerlo, en realidad lo intenté pero mi cuerpo no se movió.

Ya no salían palabras de su boca pero podía ver el sufrimiento que mamá estaba cargando, yo estaba sufriendo por mi hija; pero ella sufría por las dos; por mi pequeña y por mí. Su dolor era peor y no se iría hasta que dejara de sentirse culpable.

Luego de unos minutos más donde continuaba susurrando palabras que no logré a comprender, limpió sus lágrimas con el dorso de su mano y después se levantó. Temerosa de verla levanté el rostro y al instante nuestras miradas se conectaron por unos segundos, pude ver sus pequeños ojos rojos y muy hinchados, intenté hablar pero no salieron palabras de mi boca, sentí un nudo en mi garganta que no me permitía pronunciar una sola palabra. Ella solamente me dio un pequeño asentimiento de cabeza, vio la tumba donde me encontraba y dijo:

—Lo lamento. Sé cómo duele.

Su voz sonó quebrada como si de un momento a otro volvería a romper en llanto, salió prácticamente corriendo de este lugar, dejándome sola en este sitio que temo y que contiene el ser que más he amado.

—Yo también lo lamento mamá, me duele tanto verte sufrir. —Dije llorando a la nada porque estoy segura que ella ya no me puede escuchar.

Sin levantarme ya que mis pies se niegan a hacerlo avanzo hasta donde mamá se encontraba minutos atrás. Mis ojos nublados no me permiten ver bien la inscripción de la tumba que contiene el cuerpecito de lo que alguna vez la vida dijo que me pertenecía y que amaría, pero como si quería burlarse de mí me lo quitó. Sin darme explicaciones.

Una indestructible mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora