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Treinta y tres:

Las gotas de agua seguían cayendo, mis piernas dolían. Pero eran un dolor soportable, luego de entrenar con Maxi toda la tarde decidimos volver a casa de mis padres, claro que en el trayecto el mortal había estado quejándose sobre la ventaja que tenía al ser un vigilante, excusas. La ducha me había ayudado a despejarme, estaba decidido hablar con las gemelas e iría mañana mismo hablar con ellas. La puerta de la habitación sonó y me coloqué un pantalón de franela que había en la cama.

-Pase.-escuché como la puerta se abrió pero no giré.

-Tengo que darte este sobre...-la voz se fue apagando y sonreí al notar de quien se trataba, me giré con los brazos cruzados y vi como Anthea tragaba con fuerza y se obligaba a verme el rostro.

-Hola tú.-sus mejillas se encendieron y negué divertido.

-Yo... venía a dejarte este sobre.-miré sus manos y asentí, su brazo se extendió hacía mí, tomé el sobre y lo deje sobre la cama.

-¿De qué trata?-pregunté con curiosidad y ella se encogió de hombros.

-Solo sé que tienes que verlo con las gemelas.-volví asentir y ella pasó un mechón de cabello detrás de su oreja. Estaba nerviosa, no me reí ni parpadeé, solo veía sus ojos color cafés claros, eran hermosos.-Te veré mañana.

Por primera vez pude decir que fui más rápido que Anthea Dalton, sujete su brazo antes que se girara y cerré la puerta que yacía detrás de ella.

-Mañana es mucho tiempo, quiero verte ahora.-susurré a centímetros de su cara.

-Eso es muy tonto.

-Que puedo decir, me vuelvo tonto a tu alrededor.-una risa salió de sus labios.

-Ponte una camisa Tomas.-reí ante su tono, fingía seriedad. Incluso sonó como mi madre cuando tenía cinco años.

-¿Por qué?-pregunté haciéndome el desentendido.

-Porque...

No la dejé terminar, mis manos tomaron su rostro y lo unieron con el mío, inmediatamente me correspondió, una de mis manos fue a parar a su cintura y la otra a su cabello, mientras que las de ella se quedaron atrapadas en mi pecho. Me separé solo para tomar aire y noté como sus ojos brillaban con fuerza, bese su nariz y luego su mejilla derecha hasta llegar a sus labios. No era un vals, ni tampoco se sentía como un baile de lenguas, era diferente. Algo nuevo jamás visto, era amor.

Sus manos se enrollaron en mi cuello y sin darnos cuenta caímos en la cama, tome sus caderas entre mis manos. Nunca había estado más feliz de estar debajo de ella, recordé cuantas veces peleábamos de niños por esta misma razón pero ahora, era diferente. Su cabello caía en olas alrededor de su cara, sus manos a cada lado de mi cabeza, me di la libertad de poner mi mano en su mejilla.

-Te amo.

-Te amo.-respondió y esta vez fue ella quien continuó el beso, las caricias aumentaban y el deseo también, mis manos fueron aparar al borde de su blusa pero fue ella quien se la quitó.

-Alguien está desesperada.-bromeé y sentí un mordisco en mi hombro.

-Cierra la boca tonto.-con un movimiento rápido logré que fuera ella quien ahora estuviera debajo.-Alguien no olvida las viejas rivalidades.

Tomé un mechón de su cabello y lo jalé con suavidad pero ella fingió una mueca de dolor.-Rara.-volví a besarla y sujete una de sus manos arriba de su cabeza, su pecho subía y baja con suma rapidez.

Pero algo me hizo detenerme, ella me miró extrañada y bese su frente. Algo en mí cambió así no es como quería que pasará.

-¿Tom?

-Tranquila, no es nada, pero solo hay una manera en la que quiero que esto pase. Quiero que seas mía y no solo en las sabanas quiero casarme contigo Anthea Dalton.

Su sonrisa se borró y sus ojos se pusieron brillosos. -¿Thea?-pregunté preocupado.

-No hay palabra en todo el mundo que pueda describir el gran amor que estoy sintiendo, es más allá que amor, es algo trascendente.-explicó y la primera lágrima cayó.

-Es hora de que me vaya.-sin entender su reacción la vigilante se puso de pie e inmediatamente se puso la blusa.-Nos vemos después.-esta vez su tono era serio y no fingía.

La puerta se abrió y cerro, me senté en la cama sin comprender su reacción, no es que le estuviera proponiendo matrimonio ahora... solo era... ni siquiera sé porque lo había dicho. La había cagado.

Tome el sobre que ella había dejado y lo examine por fuera, lucía desgastado y casi que estaba en mal estado, suspiré. Tal vez esta sería la excusa para hablar con las gemelas.

AscendanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora