Desengaño

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¿Qué era un vigilante? ¿En qué se basaban sus valores? Esas eran las dos preguntas que me asechaban todas las mañanas desde treinta días atrás.

Estaba sola.

Y lo mejor, me lo había ganado.

Ni siquiera sabía si seguía con vida.

Me sentía sola.

La ausencia de Leila por mucho que fingiera que no me afectaba realmente si lo hacía. Era más que una vigilante, era mi hermana, mi única familia en esta tierra del pasado.

La presión por cargar con tantas responsabilidades en mis hombros me estaba matando, cada vez que salía de la habitación veía miradas de admiración en sus ojos. Veía el reflejo de una chica pelirroja con una corona de oro. Pero también tenía que admitir que sentir esa clase de poder era adictivo, en el fondo de mi corazón albergaba una mínima esperanza de que Phoebe no nos hubiera olvidado, pero con el paso del tiempo estaba perdiendo mi fe.

Las antorchas se estaban encendiendo y el sol cayendo. La hora de comer se acercaba, como de costumbre se comía en un gran comedor, pero hoy no tenía ganas de comer, estaba cansada de pasar encerrada en el clero. Necesitaba salir.

Observé mi ropa nuevamente en el espejo, una túnica café oscuro con bordes dorados, no sabía de dónde las sacaba. Pero el armario estaba lleno de vestidos y túnicas, todas elegantes y a la altura de una reina. Miré mis ojos en el espejo, dorados. El color que había en ellos, pero aun así lucían apagados.

Extrañaba muchas cosas, mis amigos, mi familia, mi vida normal.

Mis oídos captaron el sonido de unas pisadas acercándose por el pasillo, rápidamente caminé hacia la ventana y tomé el libro que estaba en su borde, la puerta de la habitación se abrió y miré hacia ella. Morfeo me observó fijamente y cerró la puerta con rapidez susurrando unas palabras con la misma rapidez.

–¿Morfeo?

–Emily, tienes que salir de aquí. –explicó acercándose hacía mí y me apartó de la ventana.

–¿Qué está pasando? –pregunté alarmada.

–Es una estafa Emily, Circe y Eolo nos engañaron a todos. Los Olímpicos vienen hacia acá, Leila está intentando sacar a todos los mestizos por el arco de árboles, vienen por ti.

La puerta fue golpeada y seguidamente una voz habló del otro lado de esta. –Huele a tu magia querido Morfeo, abre la puerta y estaréis bien.

Eolo.

El muchacho tragó con fuerza y sus ojos viajaron por toda la habitación hasta detenerse en la ventana. –Bien, nunca he hecho esto, pero tendremos que salir por ahí.

Miré horrorizada la ventana, era una caída de tres metros. El Dios del sueño quitó con una increíble velocidad la sabana que cubría mi cama y se plantó a mi lado cubriéndonos a las dos con ella, pasó un brazo por mi cintura y me apegó más a él.–Bien pequeña Emily, cierra los ojos cuando te lo diga.–tragué con fuerza y ya que era la única salida asentí, retrocedimos unos pasos y cuando la puerta fue aporreada con fuerza corrimos hacía la ventana.–Ahora.–Cerré los ojos en el momento que dejé de sentir el suelo bajo mis pies, su otra mano me rodeo con la sabana y a los pocos segundos ambos chocamos contra el duro suelo, con una velocidad extraordinaria el muchacho se puso en pie y extendió su mano, la tomé y ambos comenzamos a correr hacia el bosque.

Un gran estallido sonó, proveniente del cielo. Ambos paramos en secó y miramos detrás de nosotros el oscuro manto, un ciclón se había empezado a formar proveniente de un chico que nos miraba desde mi ventana. –¡Corre Emily! ¡Corre!

Inmediatamente reanudamos nuestra acción y corrí sin darme tiempo a respirar, pasábamos los árboles y podría jurar que a la vista de un simple mortal no éramos más que unas manchas corriendo con rapidez. Pero algo había salido mal porque cuando llegué al arco de árboles que ponía fin al clero el muchacho no estaba. –¡Morfeo! –grité mirando hacia ambos lados, pero nadie me respondió.

–¡Emily! –seguí el sonido de la voz femenina y dándome la vuelta logré vislumbrar a Leila corriendo hacia mí con la mitad de su cara y ropa llena de sangre, la miré con horror, pero antes de que hablara la rubia se me adelantó diciendo. –¡No es mía, tenemos que salir de aquí, hemos logrado sacar a la mayoría, pero no hay tiempo ese huracán viene hacia acá! –gritó por encima del ruido y se detuvo en frente de mí.

–¡Pero Morfeo no está!

–¡Está a salvo, te lo prometo, pero tenemos que cruzar ese arco ya!

El viento comenzó a ser más fuerte y extendí mi mano, ella rápidamente la sujeto y ambas cruzamos el arco antes de que el viento terminara por halarnos hacia Eolo.

Al otro lado del arco todo era un caos, habían mestizos corriendo de un lado para otro con sus pertenencias. Entre la multitud un Morfeo malherido se acercó junto a Carites y Andrea, los tres Dioses lucían muy mal heridos, Andrea tenía uno de sus brazos mal vendados mientras que Carites cojeaba. –Ciérrenlo. –ordenó la vigilante. La miré sin entender, hasta que los tres Dioses se plantaron frente al arco que servía como portal hasta el clero, se tomaron de las manos y con los ojos cerrados comenzaron a recitar palabras que no entendía, pero sin duda alguna era algún tipo de magia ya que una extraña onda de aire salió de sus cuerpos haciendo que más de uno diera unos pasos hacia atrás a causa de la fuerza de la energía que emanaba de ellos tres, el extraño palabrerío terminó y el cuerpo de Carites colapsó pero antes de que tocara el suelo Morfeo la sujetó de la cintura e hizo una mueca de dolor.–Está agotada, tenemos que salir de aquí, ese sello no durará para siempre.

–Le tomará unas pocas horas a Circe para deshacerlo.–informó Andrea entre jadeos.

–Solo conozco un lugar seguro, pero ustedes están muy mal heridos como para trasladarnos, ni siquiera se pueden trasladar ustedes.

Leila tenía razón, se les notaba en las caras el cansancio, miré a los mestizos quienes estaban expectantes a la pequeña conversación de mi vigilante y los hijos de los Dioses, la preocupación y el temor se podía observar en sus rostros, todos teníamos miedo.

–Pero yo sí puedo.–dije en voz alta y firme.–¡Necesito que todos se tomen de la mano! ¿Me oísteis? ¡Sujétense de las manos todos, ya!

­–Son demasiados Emily. –dijo con preocupación la vigilante. –En definitiva, no lo harás.

Podía hacerlo, pero me dejaría exhausta lo sabía, pero no iba a dejarlos morir. Los mestizos comenzaron a sujetarse de las manos, tomé la de Leila y esta sujetó a una chica pelirroja. –No voy abandonarlos Leila, ¡cierren los ojos y no los abran por nada del mundo!

A lo lejos sonaron varios árboles caer, la sensación de varios cuerpos cargados de furia me golpeó de inmediato. Pero aparte de la furia había algo más fuerte que los hacía destacar, sus auras no eran las de un mortal, mestizo o semidiós, eran Dioses del Olimpo.

­­–¡Ya!

Cerré los ojos y pensé en el único lugar en esta tierra en el que podríamos estar a salvo, Itaca.

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