Batalla

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–¿Cómo se siente saber que vas a morir?–preguntó con diversión Maxi, el mortal y su humor negro.
–Genial, ya sabes eso de mentirle a todo un ejército e ir a morir. –respondí en el mismo tono mientras me amarraba las botas. Levanté la vista y cuando hicimos contacto visual reímos, por un momento pensé que estábamos en la facultad de  la Universidad, en una de esas fiestas donde solíamos tomar alcohol hasta vomitar, hablando sobre que chica iba a ser la favorecida, pensando en el aburrido día que nos esperaba al día siguiente y el terrible dolor de cabeza, ahora ese era un recuerdo lejano, demasiado lejano.
Las risas se apagaron al minuto y su mirada había cambiado. –Esto va sonar muy gay, pero, te quiero tío. Como dos hermanos de dos madres de diferentes mundos. Eres leal y eso es algo que uno no se encuentra todos los días a la vuelta de la esquina, me siento honrado de ser tu amigo Tomás.–Solté una pequeña risa y asentí lentamente.
–Si logro cambiar todo esto, te ayudaré con Hayley.
El mortal negó con una sonrisa triste. –Eso es un amor imposible. Además, ella y Michael deben de estar juntos.

Lo miré confundido y me puse en pie.- ¿Por qué te rindes?

-No me rindo, solo la dejo ser feliz al lado de la persona que ama, aparte que… soy un mortal y ella una mitológica. Nunca habría funcionado, mi cuerpo no va resistir mucho tiempo y ella se merece ser feliz al lado de alguien que la pueda acompañar por cien años, además, sé que hay alguien ahí afuera esperando a que la encuentre. Sé que esa chica existe.

Su corto y melancólico discurso terminó, y sin saber que decirle pregunté lo primero que me llegó a la mente.- ¿Trajiste lo que te pedí?

Maxi asintió y metió la mano en su bolsillo, para después sacar una bolsa trasparente con un contenido negro. Me entregó la bolsa y deshice del pequeño nudo que servía como seguro.-Bien, ¿recuerdas cuando vimos la caída del halcón negro?

Con un rostro muy confundido Maxi.–Genial, porque siempre quise hacer esto.

Metí dos dedos izquierdos en la bolsa, los saqué y sin pensarlo mucho pasé estos por ambas mejillas creando dos líneas horizontales. Las comisuras de los labios del mortal se empezaron a elevar y negó divertido.-Vaya, hora sí que estás listo para la guerra.

-Lo sé, tengo estilo.

-Entonces… es la hora.-dijo mientras se balanceaba sobre sus pies.

-Es la hora.-reafirmé y por mi mente pasó un recuerdo, el día en que conocí a Maximiliano Rodríguez Rojas, éramos dos chicos como cualquier otro con un solo objetivo, graduarnos.

-Puedes hacerlo Tomas, creo en ti, ahora baja a esa maldita sala y despídete de tus padres y ve a darles una paliza a esos malditos hijos de puta para que aprendan que con los griegos nadie se mete.

Bajé hacia la primera planta de la casa, como había dicho Maxi mamá y papá estaban en ella, me sentí como un niño de cuatro años que caminaba con la cabeza hacia abajo a rendirle cuentas a sus padres por haber roto el florero, pero en vez de tener la sensación de culpa, habitaba el miedo. Sería inútil ocultarlo, tenía miedo. Mucho miedo.

Mamá me miró con la cabeza ladeada, sus ojos estaban llorosos y lo cierto era que, ver a una madre llorar dolía como una bala en el pecho o quizás más. Era una de las peores sensaciones del mundo. Tomé su rostro en mis manos y deposité un beso en su frente.-Te amo.-susurré y la abracé. No quería hacerme a la idea de que tal vez esa fuera la última vez que la viera o abrazara, cuando logramos separarnos se limpió las lágrimas y besó mi mejilla a modo de despedida, sin decir alguna palabra se fue caminando escaleras arriba dejándonos solos a mi padre y a mí.

-Por donde comenzar…-susurró el hombre que estaba en frente de mí.-No pensé que iba a ser de esta forma.-dijo riendo tristemente, lo miré con confusión pero le incité a continuar.–Bien… recuerdo el día en que dijiste “No quiero ser un vigilante”… recuerdo mi reacción… recuerdo que fui un idiota… recuerdo como alejé a mi hijo de mí. Recuerdo el día en el que te fuiste, pensé que regresarías pero no lo hiciste, te busque pero no dejaste rastro. En ese momento me dije “Es un chico muy inteligente”-una corta risa salió de sus cuerdas vocales, a diferencia de la primera, esta era más animada.-También recuerdo al chico de catorce años que cruzó medio continente por volver a ver a su madre, inclusive desafió a la misma muerte con tal de volver a ver a su madre. Eso fue digno de admirar, sino me equivoco tenías quince años y medio cuando te fugaste tengo que admitir que usar la persuasión fue una buena técnica. Había pasado un mes hasta que por fin dimos con tu paradero, íbamos a intervenir hasta que noté una cosa…-su mirada se posó en la mía.-Eras feliz, ibas a esa escuela de mortales, tenías amigos, buenas notas, pequeñas responsabilidades y sobre todo, seguías siendo tú. Noble hasta la muerte. Entonces tu madre y yo tomamos  una de las mejores decisiones de nuestras vidas, dejarte en manos de Marta. Aunque quizás nunca lo supiste Marta era una vigilante española y antes de que digas algo, tu madre y yo nunca te dejaríamos sin cuidado. En estos ocho casi nueve años me percaté de una cosa Tomas, tú no querías ser un vigilante, pero… siempre lo fuiste. Siempre te preocupaste por los demás, siempre buscaste la forma de hacer el bien y eso es algo que solo un verdadero vigilante lo tiene, me equivoqué tanto en el pasado, pero si hay alguna cosa buena que he hecho esa en definitiva eres tú. No hay alguna cosa que pueda hacer para remediar el daño, pero quiero que sepas que eres mi mayor orgullo, estoy tan orgulloso del hombre que tengo en frente de mí y estoy más orgulloso de saber que podré empuñar una espada junto a él.

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