La Reina

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Treinta y ocho:


    Mi vista estaba puesta en Tomas, quien aún mantenía sus ojos cerrados, no sentía mi cuerpo, estaba entumido al igual que el de Leila, quien estaba al otro lado de la cama observándolo al igual que yo. Mi corazón comenzó a latir con fuerza al notar como sus pestañas se movían hasta que por fin se abrieron dejándonos ver sus ojos.

Tardó unos segundos en acostumbrarse a la luz, lo primero que hizo fue llevar su mano a la cabeza.-Todo está bien Tom.-le dijo Leila, intentando calmar su emoción. Tomas la miró extrañado y luego giró su cabeza hacia mí.

-¿Quiénes son ustedes?-preguntó, fruncí el ceño pero luego sonreí, el golpe debe de haberle afectado.

-Emily y Leila Tomas, estamos tan emocionadas de verte.

-¿Tomas? ¿Pero de qué están hablando?-preguntó aún más confundido.

Leila se puso en pie y lo miró extrañada. -¿No nos recuerdas?

-Nunca en mi vida os he visto.-miré rápidamente a Leila quien también se había girado hacía mí. Ambas lo volvimos a ver y esta vez fui yo quien preguntó.

-¿Cómo te llamas?

-Andros.-respondió sin titubear.-Hijo de Aqueloo.

-Pero Aqueloo solo tuvo a las sirenas.

El chico desvió la mirada y en un tono frío le contestó a Leila.-Por eso estoy aquí.

Leila y yo nos quedamos calladas al instante, entendimos quien le había causado esas heridas, con un carraspeo logré llamar su atención.-Lamento... el inconveniente... ella es Leila y yo soy Emily.

-¿La reina?-asentí con una pequeña mueca y rápidamente el chico se puso en pie he hizo una reverencia.-Os pido disculpas por el trato que le he dado.

Asentí sin saber que decir y el chico casi se cae de no ser por Leila quien lo ayudó a sentarse en la cama, el parecido con Tomas era increíble, me puse en pie y me disculpé pero necesitaba salir de esa habitación, caminé por los pasillos del templo hasta que detuve en la escalera principal, la parte de abajo estaba vacía pero desde el borde de las escaleras podía escuchar las voces de los mestizos afuera, tomé una bocanada de aire y bajé las escaleras, pero no salí por la puerta principal, crucé la entrada principal hasta bajar las escaleras en forma de caracol y llegar a la sala de tronos, que también estaba vacía, miré los tronos y me senté en uno de ellos, toda la esperanza que había tenido se me había esfumado, la primera lágrima cayó seguida de otra, el pecho me dolía, intenté imaginar el rostro de mi madre, pero me fue imposible, tanto tiempo había pasado que ya no recordaba su rostro, tapé mi boca para evitar que el sollozo fuera escuchado por alguien más.

-¿Emily?-pero al parecer, alguien ya lo había escuchado, debajo del umbral de la entrada estaba Eolo mirándome fijamente con preocupación.-Una reina no debería de llorar.

-¿Acaso los reyes no tienen sentimientos?-pregunté entre lágrimas, sus rizos oscuros cayeron sobre sus ojos a la hora en la que estos se posaron en el suelo.-Porque si es así ya no quiero serlo.

Eolo levantó la vista y caminó en mi dirección, me quedé sentada en silencio y el Dios se sentó a mi lado, con la vista perdida entre la nada.-Soy egoísta.

Lo miré sin entender y él sonrió o al menos eso intentó.-Veo tus ojos, veo tristeza... veo dolor. Y me veo a mí reflejado en ellos y por último, te veo a ti y a mí. Tú vienes de otra época totalmente distinta, vuestra forma de hablar lo deja en claro, pero... por todas las corrientes de aire, no quiero que te vayas. Por eso soy egoísta.-Eolo se puso en pie y lo imité.-Lo siento, ha sido un arrebato, yo... me tengo que...
Sus palabras fueron calladas a la hora en la que mis labios tocaron los suyos.


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