Olor

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Cuarenta y uno:


 Ochenta y siete era el número de mestizos que había en el clero, las habitaciones del templo estaban en su totalidad, en cada habitación habían por lo menos tres chicos habitándolas y cada día llegaban más mestizos. Carites caminaba junto a mí, haciendo su informe rutinario. Me mantenía al tanto de todo lo que pasaba desde que se empezaron a impartir los entrenamientos.


-... Tenemos veinte arqueros, de los cuales ocho tienen una excelente puntería.

-Bien, eso suena bien.

Carites sonrió en respuesta pero su sonrisa se borró en segundos y me miró con seriedad.-Si sabe que ante algún ataque el miedo los paralizará, majestad, ellos podrán saber manejar un arma pero ante una amenaza no sabrán cómo responder.

Asentí, yo más que nadie sabía lo que eso se sentía, el miedo. Era algo con lo que todos los días lidiaba.-Haz una audiencia en el campo de entrenamiento en quince minutos.-la chica hizo un movimiento afirmativo con su cabeza.

-¿Necesita algo más?-me detuve en el filo de las escaleras y la miré, sus ojos violetas brillaban como de costumbre.

-Gracias Carites, fuiste la una de las primeras en apoyarme.

La chica de cabello plateado sonrió logrando que en sus mejillas aparecieran sus característicos hoyuelos.-Gracias a usted, por darnos esperanza.

Sonreí a modo de respuesta y la chica hizo una pequeña reverencia antes de seguir su camino, baje las escaleras y sonreír a los chicos que me hacían pequeñas reverencias en el camino. Desde hace diez días habían comenzado los entrenamientos desde entonces Carites había sido la encargada de mantener de todo al tanto, era la primera vez que me sentía tan segura de mí misma.

-Emily.-inmediatamente me detuve, solo había una persona que aún me hablaba con esa autoridad, Leila. Me giré hacia ella, la rubia traía su cabello sujeto en una coleta alta, como de costumbre usaba su pantalón negro, botas cafés y camisa negra. Ahora había comenzado entender porque la mayoría del tiempo usaba ese atuendo, era más cómodo a la hora de combatir, días atrás le había pedido a las hadas el favor de confeccionar algo similar a eso, lo hicieron en menos de un día.-Tenemos que hablar.-dijo con seriedad, fruncí el ceño.-A solas.-dijo mirando alrededor.
-Bien.-accedí, caminamos hasta llegar a los inicios del bosque y la rubia se detuvo.

-¿Qué sucede?-pregunté intrigada.

-Hace unos días atrás he estado hablando con Anthea, por medio de los sueños. Morfeo me ha ayudado a establecer contacto con ella, los sueños no conocen el límite de tiempo, la línea de tiempo no existe entre ellos. Son otro mundo completamente diferente, es así como Phoebe pudo establecer contacto contigo. Pero ese no es el punto, el punto es que Anthea es mi media hermana.-soltó abruptamente.

-Espera, no entiendo, comienza desde el principio.-ella tomo una bocanada de aire y comenzó hablar.

-Desde hace un mes y medio he buscado pistas sobre mi familia, ¿recuerdas que te dije que mi madre fue una de las primeras vigilantes?-asentí.-Bien, porque el padre de Nicolás y Anthea también lo era.

-¿Qué edad tienes Leila?

-Veinticinco, sé que dirás que estoy loca pero no lo estoy. Sabes que los vigilantes nos podemos congelar durante años, mi madre y Leila hicieron eso por décadas. Cuando tú estabas en tus entrenamientos con Nike o Eolo, Morfeo me ayudaba a contactar con alguien del presente, el lazo más cercano que tuviera, Anthea. Pero ese no es el punto de esta charla Emily, tú no eres la reina.-La miré sin entender, la corona que tenía en mi cabeza decía lo contrario.-Tienes que escuchar con atención, hay alguien llamada Némesis es ella la reina, la verdadera reina. Tomas vendrá por nosotras, falta poco, esta no es nuestra guerra, nuestro lugar está en el presente. Tenemos que huir.

Negué, el relato de Leila cada vez sonaba más y más descabellado, creí que ella ya había entendido que no había forma de volver, era más que evidente más de cinco meses atrapadas en este lugar, Phoebe me había dicho lo mismo pero estaba claro que solo era una mentira.-No voy a huir Leila.-su sonrisa desapareció y su semblante cambió por completo.-Esta gente, estás personas me necesitan.

-Emily, ¿te estás escuchando? Su destino es morir.-dijo con dureza.-te están utilizando.

-¿Cómo lo sabes?-pregunté con escepticismo.

-Por todos los Dioses Emily, ¿sabes porque no hay registro de esta guerra? Porque los hijos no sobrevivieron, porque los Dioses se mataron los uno a los otros.

-No quiero seguir hablando sobre esto.-comencé a caminar en dirección al campo de arqueros pero un jalón en el brazo me hizo detenerme, miré enojada a Leila, estaba colmando mi paciencia.

-Vas a venir conmigo, porque eres mi responsabilidad.-su tonó solo hizo enfurecerme más. Sujete su brazo derecho con el que me tenía agarrada y miré sus ojos.

-Me vas a soltar ya.-dije remarcando cada palabra, mi voz sonó distinta y ella lo notó, su expresión cambio por completo. Sin demorar soltó mi brazo y me giré sin volver a mirarla, una extraña sensación había aparecido en el momento, me di cuenta de que algunos mestizos habían mirado la escena. Alce una ceja y volvieron a sus asuntos, logré divisar a Carites entre el tumulto de gente que se iba formando, la audiencia.

La gente se hizo a un lado al verme, caminé hasta el centro y me posicione al lado de Carites, Circe, Niké y Eolo. Como si fueran muñecos sincronizados todos hicieron una pequeña reverencia con la cabeza a lo cual respondí con una sonrisa.

-La reina me ha pedido que los reúna aquí para darles unas palabras.-habló Carites, más de uno suspiro cuando la diosa de ojos violetas terminó de hablar. Di un paso al frente y miré un punto sin especificar.

-Cada día van llegando más personas, no se les va negar estadía ni protección, como han notado en estos últimos diez días a los más grandes se les ha estado impartiendo entrenamientos, a los más pequeños clases de medicina con las hadas y centauros. Todos tenemos una historia que nos ha traído hasta aquí, cada una de ellas nos han dejado una cicatriz una pesadilla constante que nos persigue por la noche, que nos hace temblar. El miedo, nuestro principal enemigo, superarlos llevará tiempo pero por ahora solo podemos hacer una cosa, aprender a controlarlo. Porque el día en que tengamos que defendernos ese miedo va ser nuestro principal enemigo, porque aunque estemos aquí resguardados por este bosque no estamos a salvo ellos vendrán y para cuando lo hagan estaremos preparados, no solo soy su reina, soy su hermana, aliada y guerrera.-miré el rostro de una niña de rasgos finos y cabello negro rizado, de tal vez unos ocho años, tenía un ligero corte en su mejilla.-Y prometo dar mi vida así sea necesario por todos ustedes.

Una ovación comenzó apenas terminé de hablar, mi corazón latía con fuerza hice una reverencia frente a ellos y más gritos sonaron.

-Te los has ganado.-susurró Eolo en mi oído. Sonreí, ellos me habían ganado a mí, está ahora era mi guerra. Esto era por lo que había nacido, este era mi destino.

Sentí una mano rodear la mía, era la de él. Cálida, así se sentía.-Pueden volver a sus modos.-ordenó Circe, quien hasta ese momento no había hablado. Sin soltar la mano de Eolo caminé hasta el interior del templo, con más de alguna mirada sobre nosotros. Nos detuvimos frente a las escaleras y él soltó mi mano.

-Eso fue muy inspirador.

-Gracias, supongo que era lo que necesitaban. Confianza en sí mismos.

Sus ojos azules se tornaron un poco oscuros, una extraña sensación me invadió. Proviene de él, deseo.-El beso en la sala de tronos.

Sentí las mejillas arder, por supuesto que algún día se iba acordar de eso, era algo que uno no olvidaba de un día para otro.-Yo...

-Solo quiero decir algo.-me frenó.-Significo mucho para mí.

Un pequeño olor llegó a mi nariz, lo reconocí al instante era una mezcla entre chocolate, café y fresas. Amor. Antes de que pudiera decir algo al respecto alguien chocó contra el hombro de Eolo, sus cejas se formaron en una línea recta y se volteó hacia la persona.

-Lo siento.-se disculpó el chico, cuyo nombre era Andros. En los diez días que habían pasado era la primera vez que lo veía fuera de su habitación. Miré su mano, tenía sujetado algo envuelto en un pañuelo rojo.

-Aprender a caminar.-dijo irritado Eolo, Andros asintió he hizo una pequeña reverencia antes de continuar su camino.

-Andros.-le llamé pero no se volteó.-Hablaremos luego Eolo.

No presté atención a sus palabras, el chico que se parecía a Tomas iba a una distancia considerablemente larga, caminaba muy rápido. Crucé medio templo hasta llegar a la parte trasera, estaba casi desierto el lugar excepto por el chico que estaba hincado en el césped. Me acerqué silenciosamente y noté que habían grumos de tierra a su alrededor, estaba cavando un hueco.

-Andros.-el mencionado brincó y giró abruptamente su cabeza.

-Majestad.

Me acerqué unos metros más, sus manos estaban cubiertas de tierra y a su lado estaba el pañuelo, el chico al fijarse en donde estaba puesta mi vista tomó el objeto el vuelto entre sus manos intentando ocultarlo. -¿Qué ocultas?

-Es algo tonto, no debéis perder vuestro tiempo en algo como esto. Además...

Dejé de prestar atención a sus palabras, era muy evidente que estaba nervioso. Pero eso no era lo que más me llamaba la atención, sino la forma en la que sus ojos y labios se movían, cada expresión, cada gesticulación, Tomas. Cerré los ojos por un momento, había algo en el pecho que me incomodaba, una aguja que me hincaba con cualquier recuerdo del futuro-presente.

-Majestad, ¿se encuentra bien?-abrí los ojos, Andros ya no estaba en suelo. Estaba de pie frente a mí, con una mirada de preocupación.

-Claro que sí.-sonreí falsamente. Porque eso era lo único que podía hacer, sonreír y pretender que todo estaba bien, armarme de confianza y mantener la cabeza en alto, porque eso era lo que una reina hacía.    

    

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