Tercera parte: Boda

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Treinta y nueve:


Las ceremonias en Lagos eran un poco diferentes a la de los mortales, todo el centro de Lagos (la plazoleta) estaba decorado con guirnaldas, hojas de ovilo y laureles. Claro que, durante los últimos siglos las "leyes" del matrimonio griego habían cambiado. La ceremonia comenzó con la entrada de la novia, como una boda mortal, pero a la hora de llegar al centro del altar, todos los líderes de las bases se colocaban en media luna, como testigos principales de la unión, un leve recuerdo de hace nueve años me llegó a la mente, por un momento imagine a Phoe vestida de novia, pero lo hice a un lado y puse mi atención en los invitados, toda Lagos estaba invitada, habían cerrado las calles, habilitado palcos de hasta tres pisos, como si fuera un concierto. Hayley estaba a mi derecha y a mí izquierda mi madre, Maxi solo estaba a dos asientos de distancia mía, ubiqué entre la multitud a el oráculo, que iba vestido de blanco, al igual que todos los presentes, exceptuando a los novios, quienes solo era diferenciados por un listón rojo, que simbolizaba amor y fuerza.

Una vez que ambos bebieron de la copa de la unión, se le colocaron las coronas de laureles doradas y se dieron el beso,  los aplausos llegaron, y como era de costumbre la familia de los novios iban a felicitarlos, en este caso, la familia de Valent éramos nosotros, cuando fue mi turno noté que sus mejillas estaban húmedas, lágrimas de felicidad, ella me miró directo a los ojos y sin darme tiempo a responder me abrazó.

-Sonríe un poco Tom.

-Lo intentaré.-le respondí. En el centro de la plazoleta se había instalado una pista de baile, sentí un tirón en la manga y volví a ver a mi madre.

-Tienes que bailar conmigo.

Iba a protestar pero debía admitir que mi madre era fuerte, ya que me estaba halando hacia la pista de baile, la música comenzó a resonar por todo el lugar y sonreí, por segunda vez en la semana. La música cambio, pero esta vez no era una pista, había una banda de músicos a unos metros de la gran pista de baile, la canción comenzó a sonar, era una tradicional griega, la mano de mi madre se deslizo entre mis dedos ya a volví a ver, mi padre la halaba entre risas, esa imagen me levantó un poco el ánimo, justo cuando iba a darme la vuelta una chica se interpuso en mi camino.

-Tío, ¿me concede está pieza?-dijo Sabana extendiéndome sus manos con una pequeña sonrisas a la cual nadie se le podría negar, asentí y las sujete, conocía el baile, como el resto de las parejas, todos se movían al mismo compás sincronizados.

Mano izquierda en la cintura y mano derecha sujetando la otra mano a la altura del hombro, un paso adelante y otro atrás, giró, pie derecho adelante y pie izquierdo atrás.

La chica de cabellos rubios río mientras la hacía dar otro giro, siempre había admirado a Sabana por una sola cosa, su energía, siempre emanaba vibras positivas, que sinceramente me estaba contagiando. Por un momento logré olvidar todo, comencé a reír con la niña de quince años mientras dábamos giros y giros, una alzada y devuelta al suelo y por último la rueda. Que consistía en un círculo de personas, siguiendo un mismo patrón de pasos. El baile terminó con una serie de aplausos por parte de los mismos bailarines y las demás personas.

Miré a Sabana quien reía y aplauda junto con los demás, la chica me devolvió la mirada y sonreí.-Si tu madre bailará así de bien, no sería tan amargada.

-Si tu madre bailará así de bien, no sería tan amargada

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