Capítulo 4: ¡Aléjate!

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¿Qué harías si, altas horas de la noche, comienzas a escuchar risas y susurros enfermizos? Pero ese no es el problema, sino el hecho de que vives sola.


    Mis manos sudan, mi cuerpo tirita y la piel se me eriza al sentir un aroma putrefacto entrar por mis fosas nasales, tal como si se tratase de la carne fermentada de la carnicería que estaba a unas distancias de la casa de mis padres (que por milagro la clausuraron).

    El espanto no deja de crecer y la presencia detrás de mí, que no desaparece, no ayuda tampoco. Distingo el caer de un hilo de sangre de la nariz de Juliet, sus cristalizados ojos tan hinchados y enrojecidos hace pensar que en poco tiempo explotarían. Todavía permanecen sus manos en su boca como si la estuviera obligando a no emitir ningún sonido.

     Las llamas de las velas flamean con intensidad, algunas se apagan; una brisa fría y oscura comienza a emanar en la habitación, unos ladridos se oyen eufóricos por allí detrás. Los adornos y todo tipo de decoración que tenía colgadas en las murallas comienzan a caer, ocasionando que algunos se rompan, dejando cristales rotos desparramados por el suelo.

    Una pequeña risa desquiciada recorre por mis tímpanos y el tacto de una mano en mi hombro hace que, sin pensar, me gire. Al minuto me arrepiento.

    Mis ojos están fijos en aquellos iris, admirando los diversos sentimientos ocultos, eso sí, ninguno bueno. El chillido detrás de mí es audible siendo seguido de un fuerte ruido, dándome cuenta que el cuerpo desmallado de Juliet cae directo al suelo como un saco de papas.

    Doy unos pasos atrás hasta chocar con la pequeña mesa, la esfera rueda y se hace trizas. No puedo articular sonido ni palabra alguna, la mirada de aquel ser frente a mí produce que me estremezca por completo: vestido de negro, con aquella aura sombría que lo rodea, su cabello azabache que combina con sus ojos, los más azulados y profundos que jamás he visto, junto a aquellos labios que forman una curva burlona y, al mismo tiempo, tétrica.

Qué desobediente. Sonríe todavía más, permitiendo admirar su blanca dentaduraNo debiste darte vuelta.

    Da unos pasos rápidos en mi dirección lo que provoca inquietud en mi corazón. No me da tiempo de reaccionar, solo un gemido débil brota de mi garganta en vez del grito eufórico que hubiera roto mis cuerdas bocales. Cierro con rapidez los ojos, esperando el empuje de él, mas nada obtengo y solo siento un frío envolverme. Al abrir mis ojos, una neblina grisácea me abraza para desaparecer a los segundos después, de la misma manera que el extraño ser.

    Las llamas de las pocas velas que quedaron prendidas, se detienen de flamear, permitiendo ver con claridad el estado en que ha quedado la habitación. Admiro cómo casi todo se encuentra por los suelos: cada detalle del lugar está roto o desarmado. En cambio, lo único que permanece colgado en una de las murallas, es un Jesús crucificado, pero diferente al común:  gotea un líquido roja y espesa.

    Mi mirada se dirige al cuerpo de Juliet: corro hacia ella, la tomo de los hombros y doy leves golpecitos en su mejilla, intentando despertarla, pero no consigo nada. Sin rodeos, busco mi celular en uno de mis bolsillos para marcar el número de la ambulancia.

  (.........)

—Ella estará bien señorita. —Me asegura el paramédico, en tanto dos más se llevan la camilla con el cuerpo de Juliet dentro de la ambulancia.

    Asiento por la confirmación que él me ofrece aunque, a decir verdad, no me interesa mucho.

    Él sonríe amablemente para después subirse a la ambulancia y dejarme escuchando el sonido de la sirena alejarse hasta que ya no puedo verlo más. Giro sobre mis talones en dirección al edificio, acabo de recordar que no he cerrado la puerta: tal vez sería bueno el hacerlo y que, cuando la muchacha regrese a su hogar, pueda encontrar su casa en buen estado.

Andy, Andy... ¿Estás aquí? [Andy Biersack]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora