Capítulo 40: Toda Obsesión Termina Mal

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La delgada línea entre estar enamorada y obsesionada. ¿En cuál cuelgas tú?


    Ese día, los arboles estaban cubiertos con mantos de hielo, daba la impresión de que todo el planeta se había vestido de boda. Dos hombres suspirando con cansancio, dejan sus palas incrustadas en la nieve; frente a una chica castaña, hay un agujero en forma rectangular, a la derecha de ello un pequeño cerro de tierra mezclado con nieve y, a la izquierda, un cadáver.

    Como debes de imaginar, alguien había muerto.

    La castaña trata de generar calor en sus manos, su cálido aliento se convierte en un aire seco y frio mientras hunde su rostro en su bufanda buscando un aire más tibio. Le castañean los dientes y las lágrimas se han helado sobre su rostro, esas mismas que el hombre dentro del cajón no merecía.

    ¿Por qué razón lo haría, si ese vil ser hizo cosas asquerosas a su propia hija?

    Cuando su madre murió, le había quitado su intimidad, su secreto, dejándola noches (que él apetecía) desnuda en medio de su cama, desnuda junto a su arrugado padre que le daba la espalda para dormir. No comprende cómo pudo soportar durante tanto tiempo esa situación, sin sentir ningún sentimiento de amor, totalmente desprotegida, atemorizada, solo recibiendo manoseos de un viudo.

    ¿No pidió ayuda? ¿Y a quién lo haría? No tenía familiares de parte de su madre porque era hija única y sus abuelos estaban fallecidos. ¿Y de su «padre»? Peor aún, la única familiar que quedaba, era la hermana mayor que estaba kilómetros de distancia, exactamente, en Londres. No tenía número, ni dirección de ella. Entonces, ¿Qué tenía? Nada más que veneno para ratas y comida recién hecha.

    Ahora, con el poco dinero que tenía, logró conseguir un ataúd para ver el final de su tormento siendo tapado por tierra húmeda. Años más tarde, consiguió trabajo en una mansión como empleada, conoció algunos que otros amigos ignorantes al secreto que ocultaba, sin saber que la castaña: cuando le daba rabia algo que hizo, un fracaso que cometió, una debilidad que sintió, fácilmente... se autocastigaba. De cualquier forma, da igual si sentía un dolor pequeño o grande, simplemente lo hacía.

    Un día sonó un ruido, no se repitió, pero era perfectamente identificable: una bofetada. Y puesto que Amy y Chris estaban al otro lado de la puerta de la oficina de él, no había que ser detective para deducir que se había abofeteado a sí misma. Había cometido un error: «Habían pedido Espresso, no cappuccino. Tonta, tonta. ». Se repetía constantemente en su cabeza.

«Cuando una personalidad psicótica empieza a caer en un periodo depresivo, uno de los síntomas que exhibe es el autocastigo: se abofetea, se golpea, se pellizca, se quema con cigarrillos....»

«Hay situaciones que cuando quiere algo, su personalidad cambia. En vez de autocastigarse, castiga al que provoca autocastigarse... »

«Me ha hecho fracasar. Todo es su culpa. Yo sé que soy la mejor opción de mujer para él. No ella, no _____. » Pensó la castaña detrás de la nombrada con la cuchilla detrás de su espalda.

  **Narra _____**

    Con tan solo sentir una presencia detrás de mí, giro sobre mis tobillos hasta topar con unos ojos llenos de ira contenida.

— ¿Tracy?

— ¿Por qué?

— ¿De qué hablas?

— ¿Por qué?...—Su voz apenas es un murmullo audible— ¿Por qué?...—Me fulmina con la mirada para explotar en gritos— ¿¡Por qué!? ¿¡POR QUÉ!? ¿¡POR QUÉ!?

Andy, Andy... ¿Estás aquí? [Andy Biersack]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora