capítulo 7

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Creía que mi cuerpo estaría acostumbrado al maltrato después de tantos años siendo sometido a estos, pero aquí estaba un día mas con el cuerpo dolorido, con sangre acumulada en mi boca por las golpizas que llegaban sin avisar o sin razones suficientes para comprender porque estaba siendo sometida.

«No sé cuánto tiempo más podrá aguantar mi cuerpo esta vida o cuánto podré resistir yo las golpizas que me dejan en la inconciencia»

Solo había un par cosa siendo diferente a lo que pasaba en México. La primera era que no estaba en una casa de seguridad y la segunda que estaba durmiendo en una cama bastante cómoda, pero tal comodidad en una persona como yo no podía ser ni cierta ni duradera.

Me acurruque mejor en la cama, arropándome con el cobertor de lana negro.
—¡Tengo que disfrutar mientras dure!— pensé.

Me disponía a volver a dormir, todo era demasiado bello para ser verdad.
Mire el reloj de mesa que se hallaba sobre una al lado de la cama. Jamás me habían dejado dormir asta tarde, siempre me despertaban muy temprano casi con el Alba, y si no me ponía de pie en ese instante tenían la cruel costumbre de tirarme botes de agua fría.
Volví a ver la hora cerciorarme que era correcta y efectivamente eran casi las once del día.

A veces me sentía afortunada por poder dormir en un cuarto y no en un sótano en condiciones inimaginables, que era donde las chicas que prostituían dormían en grupos y hacían sus necesidades ahí mismo, realmente era denigrante y asqueroso; como podían tenerlas en tan malas condiciones.

La primera vez que estuve ahí fue hace tres años cuando aún tenía catorce, ahora que lo recuerdo fue hace cuatro años, ni siquiera recordé mi décimo octavo cumpleaños que se supone fue hace tres. En qué momento había cumplido años, la última vez que me preguntaron mi edad dije tener dieciséis entonces ¿Qué edad se supone que tenía si hoy ya tengo dieciocho?

¡OH DIOS... YA SOY MAYOR DE EDAD! Grite por dentro.

Si tuviera una vida normal como cualquier otra chica que esté cumpliendo sus dieciocho sería motivo de celebración, pero ahora me aterra el solo hecho de pensarlo.

Cerré los ojos recordando a todas esas niñas que se habían quedado en México en los calabozos sin llegar a cumplir sus sueños de ser modelo motivo por el cual habían salido de sus países por el mismo que estaban aquí encerradas.

—¡Mirleth!— alguien entro a la recámara —mmm—- conteste aun con los ojos cerrados. Un chorro de agua helada fue lanzado a mi rostro. Respingue con un gruñido, el agua estaba casi congelada, ahora teóricamente tenía el cuerpo húmedo al igual que la ropa y el colchón. Levante la vista con las pestañas goteando diminutas gotas de agua, me limpie los ojos para ver mejor a Ebet y Richard parados al pie de la cama.
—Quien crees que eres como para dormir a estas horas,—hablo Ebet tirándome al piso.

No sabía que estaba más duro, si el piso o el colchón, pero en fin... yo dormía en colchón dentro de una "recámara", no como las pobres chicas de los sótanos.

—Lo-Lo siento Ebet— solloce. Richard me tomo del cabello arrastrándome de el por todo el pasillo de una de las recamaras que daban al sótano...

—¿A-A-Adonde me-me llevas Ri-Richard?— tartamudee la pregunta. Sabía que si entraba al sótano ya no saldría de ahí, en ese lugar siempre se oían llantos, gritos, golpes y la rendija de la parte inferior de la puerta expedía un hedor nauseabundo, putrefacto.

—Eso es algo que a ti no te incumbe— recalcó con rabia tirando más fuerte de mi cabello.

—Por favor Richard, no me golpes, aun no sanan las heridas de la semana pasada.

—Ja-Ja-Ja— fingió una risa sarcástica —no estás en disposición de pedir— habíamos llegado a la entrada de la casa; dos hombres con armas en las espalda fumaban hierva mientras otros daban rondín por el perímetro. Richard se detuvo frente a una camioneta estacionada en la entrada de la casa abrió la puerta y me arrojo como trapo sucio dentro de esta.

Unos pantalones desgastados, una blusa blanca con manchas de suciedad y sangre eran lo que vestía, llevaba los pies descalzos ya que ni eso me permitieron usar.

¡Gracias dios! susurre, por lo menos el día de hoy no estaba haciendo frio sino lo contrario.

Tal vez este día este a mi favor con respecto al clima.

La camioneta había andado por un buen tiempo en carretera y brechas desconocidas hasta que se había detenido en la esquina de un antro de mala muerte justo enseguida de un prostíbulo.
—Ten... más vale que lo vendas todo— escupió excéntrico entregando una mariconera llena de droga de todo tipo.

Hahh— suspire cansada —ok. Y que pasa si...olvídalo ya se lo que pasara— rodé los ojos y balance la cabeza de un lado a otro mientras canturreaba lo dicho.

—¿Que dijiste?— su mano izquierda se cerró en mi cuello apretando con fuerza, doblegándome hasta la altura de su cinturón —que ni se te ocurra; ahora besa mis pies.

—¡Pero!— Exclame sin aliento.
—Que lo hagas— demando arrojándome con fuerza al piso. Movió un pie como si fuera a patearme. Me puse en cuatro bajando el pecho para besar sus zapatos.

«Una humillación más una humillación menos, la verdad ya da igual»

—A si me gusta— sonrió de lado. Volvió a tirar de mi cabello hacia arriba y rio, al ver la mueca de dolor en mi cara. La gente que pasaba por la calle solo veía, como cualquier curioso presenciando un intento de robo; pero no hacían nada, nadie quería arriesgar su vida por un desconocido.

Las personas viven evitando esta clase de escenas, quizá para no sentir culpa por no haber hecho nada.

Tenía alrededor de dos horas caminando de aquí para haya. Llevaba vendido 100 gramos de cocaína, marihuana, éxtasis y crack, las ventas eran buenas y la pasta en la bolsa iba en aumento casi terminaba toda la mercancía. Hoy tendría una minúscula recompensa como darme una ducha con agua caliente o una deliciosa cena en base a papas fritas y una hamburguesa: aunque me conformaba con no recibir más golpes.

Como eso de las 9:20p.m caminaba por una de las calles menos transcurridas por gente de "bien", en cambió hombres con aspecto de cholos con sus ropas holgadas, paños en la cabeza y brazos tatuados se hallaban por esa calle llamada "bulevar Tepito".

—Traes— se acercó un hombre por mi lado derecho. Movía sus manos con frecuencia como si estuviera nervioso pero solo andaba tan colado que eran efectos secundarios de la droga en su organismo.

—Claro, ¿Qué querías?— hable despacio pero con total seguridad en la voz, ya que a cualquier rasgo de debilidad eras propensa a que te atacaran para robarte.

El chico fumado me pidió nombrara lo que traía, así que le dije lo que me quedaba. El chico tomo una de las bolsas con cinco pastillas de éxtasis. Tomo la bolsa que le extendí llevándola a su bolsa trasera del pantalón. Con manos temblorosas saco un par de billetes y me los dejo en la mano. No se cómo es posible que puedan consumir esta clase de porquería, si por mi fuera nunca la hubiera vendido, menos sabiendo el daño que le hace al cuerpo, aunque algunas puedan llegar a venderse para usos medicinales; aun así no dejan de ser drogas dañinas para la salud.

Si no te haces adicto o te mata la droga, te vuelves paranoico, rebelde e ofensivo-agresivo,

Seguí caminando alrededor de 20 minutos más, esta era mi última parada de la noche.

"Club Night show" alcance a ver el letrero que colgaba de la puerta negra, había muchos chicos y chicas fuera del lugar esperando entrar.

Hombres exhalando humo gracias a los cigarrillos de tabaco y nicotina, otros forjándose churros de mota con sus zigzag, pasando sus lenguas para sellar estos y comenzar a fumarlos.

Inocencia Robada. © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora