capítulo 13

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Las drogas en su bebida no tardaron en hacer efecto, y el muy estúpido creyendo que lo vencía el sueño.

Me quede sentada a su lado viéndolo como caía en un profundo sueño, —Reynaldo, Reynaldo— le pique el pecho verificando que realmente estuviera dormido y si efectivamente estaba muerto en vida.

Me apresure a ponerme algo de la ropa que se encontraba doblada encima de un mueble, Reynaldo había dejado un pantalón de mezclilla negra y la blusa del mismo color pero en cuello "v", unos botines cafés oscuro, y más cosas que jamás había visto antes. Me dirigí al closet de Reynaldo y tome una sudadera azul marino, afuera comenzaba a enfriar y no quería congelarme antes de saborear las mieles de la libertad.

Di un último vistazo al hombre en la cama y salí de ahí, Reynaldo se removió desnudo sobre la cama cuando cerré la puerta, aun dormía como bebe (hugs, un bebe asqueroso y enorme).

En la sala camine de puntillas hasta la puerta, con cuidado evitando que la madera del piso crujiera con cada paso en falso donde la madera se encontraba más suelta.

Cuando abrí la puerta me estremecía al sentir el viento fresco que traía el olor a los pinos que caracterizan Canadá, golpear mi nariz, inhale fuerte y profundo para que mis pulmones se llenasen de aire fresco. Di un paso fuera de la casa, y me ajuste la sudadera, el viento estaba fuerte volando las hojas de los arboles como agujas que se encajan en la piel y se colaba entre la abertura del cuello de la sudadera.

No recordaba cuantas veces había arrugado la nariz en el tiempo que llevaba afuera, lleve una mano masajeando esta e inhale una vez más, mis fosas nasales se arrugaba cada que llegaba el olor a pino fresco, olor que se me hacía peculiarmente familiar, y para nada de mi agrado.

Un estornudo afloro desde el inicio de mi garganta antes de que avanzara por la carretera que se asomaba por entre dos pequeños cerros, mire atrás apreciando las gigantescas montañas que iniciaban en la orilla del rio maligne, a estas altas horas de la noche una liguera capa de blanca de nieve las abrigaba, me voltee y camine sin mirar atrás.

El pecho me latía a mil por hora ¿realmente seria libre? Parecía un sueño imposible del cual despertaría en cualquier momento con punzantes dolores en las costillas por la golpiza que me llevo a delirar tal escape. Quizá nunca conocí a Bastian y solo fue otra creación de la alucinación, jamás me enamore de él y el bastardo tampoco lo hizo de mí.

Me talle los ojos calientes por las lágrimas del miedo de que todo fuera un simple sueño. —¡Es real!— exclame convenciéndome. El vaho perdiéndose en el viento.

Una camioneta paso en ese momento por la carretera, 4 hombres en la parte trasera y otros cuatro en la cabina delantera, todos como en sincronía se giraron viéndome fijamente, murmurando entre si cosas que no logre escuchar. Acelere el paso no queriendo tener nada que ver con ellos. La camioneta se detuvo a unos cuatro metros de donde me encontraba, un muchacho de unos vente años que llevaba una sudadera con capucha que le cubría la mayor parte de los ojos bajo de esta.

Apuñe los ojos rogando no me detuvieran.

Volví a apresurar el paso, ahora iba casi trotando, cuando mire de reojo hacia la camioneta esta ya se encontraba en marcha.

—¡Oh no!! Van directo a la casa de Reynaldo— hubiera seguido avanzando de no ser por el muchacho de la capucha que se interpuso en el camino.

—¡Excuse!— dije apenada. El chico tenía esa misma mirada que los hombres del "jefe", ojos rojos y mirada perversa, y de no ser por esa cicatriz que corría en diagonal desde su labio inferior hasta su barbilla el fuera apuesto.

—¿where so alone?— pregunto el muchacho continuando con el idioma, una sonrisa torcida formándose al final de la frase.

—I go home— respondí y lo rodee reanudando mi caminar.

Inocencia Robada. © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora