capítulo 38

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El centro comercial tenía diversas escaleras eléctricas y elevadores para ascender a los pisos superiores, pero nosotros optamos por las escaleras que no estaban tan llenas como los elevadores cuyo "lleno total" no dejaba entrar un alma en pena dentro.

El Mall era de tres plantas, impresionante como encontrar hoteles temáticos, y juegos que solo encontrarías en un parque temático, situado en algún lugar del West Edmonton. Tan inmenso como era el lugar el máximo frio provenía de la pista de patinaje en hielo al centro del Mall rodeada de tiendas pequeñas exclusivas del deporte donde podía encontrar desde ropa para patinaje artístico, ropa de invierno, patines en paralelo y muchas cosas relacionadas con el mundo del patinaje sobre hielo. El techo de la pista una brillante cúpula de cristal.

Mis ojos curiosos vagaban por todo lo que podía divisar desde el segundo piso donde habíamos llegado desde las escaleras, un barco tallado en madera llamo mi atención: según Adolfo fue un navío muy famoso comandado por uno de los piratas más famoso de Canadá en el siglo XIX; pero no recordaba el nombre del pirata pero si el del barco que llevaba por nombre Santa María.

Unos pocos metros más allá del navío un campo de mini golf, un zoológico y la torre de bungee decoración famosa del lugar.

—Todo es tan impresionante— les dije mientras caminábamos por el puente para cruzar hacia el otro lado.

—Y un no has visto nada...— las palabras del Adolfo quedaron pendiendo del aire cuando Juliette tiro de su mano alentándolo a entrar a una tienda.

—Tenemos que entrar— propuso juliette dando grandes saltos, mientras seguía arrastrando a su padre a la tienda llamada The Disney Store, me quede a sus espaldas sonriendo enamorada de ese par, él era tan tierno con ella, que por un momento envidie a la pequeña, imaginando que si mi vida hubiera sido normal mi padre me habría traído a una tienda así, ¿habría entrado conmigo a una tienda de juguetes? O estaría haciendo las mismas muecas de disgusto que Adolfo trataba de esconderle a su pequeña bajo esa amplia sonrisa llena de amor por su pequeña. Porque un padre es capaz de soportar todo aquello que a otros avergüenza por sus retoños. Y yo estaría repitiendo la misma acción de Juliette para que mi padre me complaciera.

Me temblaban las manos mientras toqueteaba todos y cada uno de los esponjosos peluches a mi paso, eran tan suaves y peludos, que me provocaban apapacharlos, lanzarme sobre ellos y dormir encima.

Tire de las orejas de un cerdito diminuto con pancita corrugada, estaba justo al lado de un oso con un tarro de miel quien llevaba una coqueta blusita roja con la palabra Pooh en el centro de su pecho, parecía llevarse el puño a la boca, un tigre, un burro y otros animalitos estaban en las estanterías de la misma galería.

Buscando con la mirada a mis acompañantes descubrí a Adolfo viéndome con los mismos ojos de ternura que veía a su hija, mi pecho se apretó en calor. Le devolví la sonrisa a diferencia de la coqueta de él la mía era de pena, su porte era elegante y más cuando no vestía esos trajes aburridos sin color aunque lo hacían ver caliente, sexi y follable, lo que usaba ahora le sentaba muy bien, lucia joven y fresco, capaz de conseguir una conquista de una noche en cualquier momento.

—¿Te gusta?— se acercó dónde estábamos Juliette y yo admirando la colección de "Winnie the pooh" según me dijo la pequeña.

Asentí porque era imposible no enamorarme de uno de esos adorables peluches de animalitos, mirando la etiqueta del precio, casi me fui de espaldas. —¿Es real este precio?— Adolfo tomo el peluche rosando mis manos con las suyas, levanto la etiqueta del precio. Sonrió de lado de nuevo.

—con todo y su punto cero nueve. Los treinta y un dólares son reales, hermosa— ignore su adjetivo pero era mucho más de lo que yo podía pagar.

Inocencia Robada. © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora