capítulo 31

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—Quizá si empiezas en separar la ropa en secciones de color— cerré los ojos a tan dulce melodía que era su voz al despertar.

—¡¡Señor!!— me levanté rápidamente del cesto viéndolo, por segunda vez en el día al despertar, su cabello lucia igual que ayer, alborotado, sus ojos hinchados de dormir, solo había un detalle, «¡no traía camisa!» así que pude admirar su trabajado cuerpo de hombre. Pase saliva a duras penas.
Me quede viendo anonadada su trabajado cuerpo, la respiración se había vuelto fuerte y entre cortada.

—Te pasa algo Mirleth— dijo tranquilo, apoyándose contra la lavadora cruzando sus tobillos en una pose de revista.

—NN-No, no sé, señor— tartamudee, ¿porque este hombre causa esa reacción en mí? ¿Por qué maldita sea? ¡¡Es mi jefe!! Si continua todo esto tendré que renunciar.

El señor Adolfo dibujo una mueca en forma de sonrisa que lo hacía ver más atractivo, mi reacción le causaba gracia, creo que ya se dio cuenta que me pone nerviosa su presencia... tan cercana.

Camino hacia el cesto tomándolo y poniéndolo sobre el lavador.

Comenzó a separar la ropa en secciones, blanca, de color y mezclilla.

Me acerqué a él ayudándole a terminar de separar la ropa.

—Alcánzame el jabón del estante aquel— apuntó al estante que se hallaba junto al lavadero.

Me puse de puntillas, pero no le alcance, di un par de brincos y ni así fue suficiente.

Un par de manos sujetaron mi cintura elevándome hasta alcanzar sin esfuerzo el jabón líquido.

Lo vi de reojo, me sonroje, podía sentir su respiración tan cerca de mi cuello, con delicadeza me dejo en el suelo dejándome acorralada junto al lavadero, el cuerpo me temblaba, quería salir corriendo pero mis piernas en ese momento dejaron de funcionar —Gracias— susurre, mis mejillas estaban ardiendo en este punto.
Adolfo corrió un mechón que recién se asomaba, hacia atrás de mi oreja.
Sus ojos se posaron en los míos por un par de segundos hasta que salí de su encierro escurriéndome por el costado libre.

Coloque dos tapas de jabón líquido, que según leí las indicaciones eran las medidas para tantos litros de agua, programe el siclo de lavado y la lavadora hizo su trabajo, no necesite poner la ropa porque él ya la había puesto.

—¿Cómo es que sabes hacer esto?

—Antes de casarme y tener gente que hiciera las cosas por mí, vivía solo. Entonces tienes que aprender a hacer los quehaceres por ti mismo—

—Entonces tú, los asías.

—Aja— gorjeo con aprobación. Se movió en su lugar descruzando y cruzando de vuelta los pies. —Me estaba preguntando, como es que tú no sabes hacer nada de esto, acaso ¿nunca lavaste tu ropa?— Si supiera lo que ha sido mi vida. Solté una risita negando. Nunca antes había visto un aparato como este, de todos modos aun que lo hubiera tenido no tenía la ropa suficiente como para pasar lavando; sería más un desperdicio de jabón y agua, para lavar las tres tristes garras de ropa que tengo.

—Tuve una vida difícil, nunca antes vi un... emm— ¿cómo se llama? Me pregunte— Aparato de esta magnitud.

Soltó una carcajada por mi insolencia, pero al ver que era verdad lo que decía guardo silencio. Frunció el ceño mirándome fijamente.

—Tus padres eran de, bajos recursos— susurro lo último como si ser pobre fuera malo en su mundillo.

—No, o es lo que supe de ellos hace un par de días, en realidad tienen mucha plata, pero eso no me interesa a estas alturas de la vida. Es solo... digamos, que nunca los conocí— baje la vista observando las sandalias del señor. —Demonios— susurre para que el señor no me oyera, y salí corriendo.
—¿Que sucede Mirleth?— hablo, viniendo tras de mí.

Inocencia Robada. © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora