capítulo 36

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Domingo 12:17 a.m.

Recién abría los ojos la luz que se colaba por la ventana, era cegadora y dañaba mi perfecta visión, aunque tampoco era tan buena por las mañana, los cerré de vuelta gruñendo por lo importuno que era el sol por despertarme tan temprano, más cuando la cabeza me taladraba como en ese momento; parpadee lentamente para acostumbrarme a la luz, tal como los días en los que recién salías de un cuarto obscuro después de estar casi una semana encerrada con solo una vieja colchoneta mal oliente, sin nada que te cubra del frio, más que tu propia e inexistente grasa. El cuarto era peor que estar en el sótano con esos cuerpos en estados de descomposición.

14/mayo/2005

Odio mis cumpleaños declaraba constantemente cada día del año exactamente el 14 de mayo.

Hoy era ese día la fecha que más odio, cumplía siete años, cuatro años de dolorosa tortura.

Baya forma de celebrar mis santos, este día los hombres de Braden nomas por su pelotas y diversión, me habían dejado encerrada en un cuarto donde no se colaba ni un rayo de luz "lunar o solar" llevaba cuatro días muriendo lentamente de hambre, sed y frio, mis pequeños huesos eran notorios con cada paso de los años, mi piel se tornaba más blanca de lo habitual con el transcurrir del tiempo, aunque muchas capas de suciedad y mugre la cubrían.

El lugar era espantoso, no tenía ventanas, sus paredes eran de yeso, se supone que el yeso es blanco pero este era de un color oscuro verdoso, las paredes estaban cubiertas de moho por la falta de ventilación y el hedor provenía del canal que se encontraba cerca.

El techo parecía ser el nido perfecto de las arañas, las paredes tenían rasguños y manchas de sangre, no se sabía si olía más feo adentro o afuera, el canal era de aguas negras o eso fue lo que supuse, tampoco es que fuera una experta.

Ratas, cucarachas y ranas, eran mis fieles compañeras en aquel espantoso cuarto, no tenía foco; el único rayo de luz que tenía era por las mañanas que se colaba por entre las rendijas de la puerta de abajo.

Un bote de Fierro era mi baño donde hacia mis necesidades, estaba en alguna esquina de la habitación, no sabía bien su posición... ¡todo el tiempo andaba a tientas! Tampoco era que lo usara mucho, no cuando tienes el estómago vacío,

Mis ojos estaban tan acostumbrado a la oscuridad que fui capaz de distinguir las pequeñas siluetas de los animalitos en el suelo, —¡un lobo hambriento me dijo que hoy es tu cumpleaños!— la sonrisa maliciosa en el rostro del hombre en la puerta me hiso encogerme en el lugar, tratando de ocultarme. La luz segaba mis ojos por eso no pude ver lo que llevaba entre sus manos hasta que sentí las restricciones apretarse alrededor de ambas muñecas. —¡Ten un feliz horroroso cumpleaños!— dijo volviéndose para cerrar la puerta de nuevo.

Ese día por ser mi cumpleaños había tenido que llevar las cadenas en mis manos, pesaban más de una tonelada, parecía que fueron hechas para castigar y causar dolor, se me dificultaba bastante poder levantar las manos del suelo.

Del pie izquierdo pusieron otra cadena con una gran bola de metal de dos toneladas o más, apenas y podía mover la pesada bola metálica unos centímetros...

Podía escuchar sus movimientos afuera y uno se estaba acercando rápidamente entre risas y tumbos torpes.

La puerta se abrió de golpe, apuñe los ojos tirada en el piso como un trapo viejo cubriéndome de la luz que encandilaba mis ojos hasta dejarlos. Las gruesas lágrimas habían formado un charco bajo mi mejilla, el hambre me estaba matando al igual que ellos... ¿qué clase de satisfacción pueden tener ellos al torturar a una niña indefensa? Siempre me lo preguntaba pero la respuesta nunca llegaba.

Inocencia Robada. © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora