capítulo 34

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Estaba desesperada por irme de ese lugar, se sentía como si estuviera dentro de una de esas cárceles de metro por metro, mire por quinta vez el reloj en el escritorio, ansiosa porque dijeran que eso era todo y pudiera irme; pero como el mundo estaba conspirando en mi contra un hombre rechoncho con grandes anteojos colgando del puente de su nariz aviso que la reunión se prolongaría hasta nuevo aviso, ya que había temas muy importantes que tratar aun.

—Dos horas se van rápido— alguien me dijo desde algún lugar dentro de la oficina.

Podría ser cierto y se fueran rápido pero no me apetecía durar más de quince minutos aquí.

No vi ninguna otra cara conocida a excepto la de Fer quien no se despegó en ningún momento de mí, esperaba ver a Julian o Rebekka por algún lado, pero esa área no era de su jurisdicción o no les pertenecía, ellos trabajaban en «ayuda inmigrantes».

—¡Señorita, Allen!— dijo el mismo hombre rechoncho, se quitó los anteojos sin dejar de ver entre los papales que salían de la impresora.

Tenía pequeñas y diminutas pecas en la nariz y se extendían hasta el cuello, su cabello parecía un peluquín rojizo mal puesto. —Respecto a la denuncia que se realizó el día 25 de junio del año en curso en contra del señor Braden Davenport y la mafia llamada los caballeros— hiso una pausa bebiendo del café helado en la taza olvidada en la esquina del escritorio, se acomodó de nuevo los anteojos observando las hojas —y gracias a los datos que nos proporcionó para dar con el paradero de estos, le informo que giramos una orden de aprensión por todo México, ya que el día del cateo a la casa de seguridad ubicada a las afuera de la México 15 el señor Braden y otros de sus hombres se dieron a la fuga— el hombre continuo hablando aunque deje de prestarle atención cuando dijo que Braden se dio a la fuga.

La tarde se fue en informes y más informes, pistas de supuestos paraderos, imágenes que me dieron a ver para ver si podía identificar los cuerpos sin vida impresas. Tenía el estómago revuelto para cuando termine de ver la última foto. Conocí tres de seis personas, Fer me regalo una hermosa sonrisa, con pulgares arriba de que lo estaba haciendo bien.

Me hablaron sobre el cateo, lo que salió mal, las personas que capturaron, para al final hablarme de mi visa de trabajo y de turista para los E.U. A. lo que era bueno ya que me la entregarían en ese mismo momento, pero aun así no podía salir del país por lo menos no hasta dentro de dos meses más.

Para cuando salimos de las oficinas de la embajada, el sol ya se había ocultado y las estrellas comenzaban a brillar en el azul inmenso del cielo. El titilar de las estrellas me causaba nostalgia, cuantas noches me perdí de tan bonita vista, cuantas puestas de sol fueron privadas de mis ojos por estar pasando un castigo que no merecía, privada de la luz, el agua y la comida... amaba las puestas de sol, tenía ese vago recuerdo que venía a mi mente cuando más delirante estaba, así que no podía asegurar que fuera real o no... recuerdo haber cerrado los ojos y vislumbrar al este; una variedad de colores, rojo, rosa, naranjado como despedida, después la luz incandescente se desvanecía dando paso al anochecer con el mejor concierto a la luz de la luna, las estrellas cintilan al compás del canto de los grillos, si prestabas atención a las nubes oscuras que cubrían las paredes invisibles podías apreciar a los curiosos meteorito entra y desaparece en medio del inmenso espacio en el cielo.

El viento soplo fuerte levantando el vestido dejando colar el frescor de la noche. Tenía piel de gallina, el delgado suéter no estaba sirviendo para protegerme del frio. Entonces no tenía con que cubriré. Fue una mala idea no ponerme un pantalón y algo más abrigado. Hacía tres días que llovía por las noches, —«Dios esta triste por la crueldad de sus hijos en la tierra»— habían sido las últimas palabras de una de las tantas chicas cautivas, momentos antes de dejar escapar su último aliento; no sé porque aun lo recuerdo, era solo una niña de cinco años bajo la lluvia de una noche nublada, la lluvia se había intensificado, uniéndonos a todas en un círculo para mantener el calor, o por lo menos nos habíamos pegado lo máximo que las cadenas nos permitieron movernos. Había tenido tanto frio esa noche que jamás lo olvidare, tampoco olvidare los ojos cafés de la chica que hablaba de dios y su misericordia, hasta que dejo de hablar, y sus ojos dejaron de suplicar por su salvación a su creador.

Inocencia Robada. © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora