7. ¿Casados en Las Vegas? (II/?)

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¿CASADOS EN LAS VEGAS?

Sebastian Stan.



Casados... tú y yo... casados. Joder. Mierda... —él golpeó la mesa—. Maldita sea —en cuanto terminó su rabieta, te miró con ojos desesperados—. ¿Por qué nos casamos?

—¿Y por qué crees que yo iba a saberlo? Iba tan o más ebria que tú, quizá me habría casado con un caballo y habría estado malditamente alegre.

—No querría ni imaginar la luna de miel de esa unión. —opinó Liz, viéndose las uñas.

—¡Pero casarnos...! —continuó él, caminando de allá para acá. Tomó su cabello entre sus manos y te miró—. ¿Cuál dijiste que era tu nombre?

Resoplaste furiosa y te levantaste del sofá, pasando a tus mejores amigas, ahora vivitas y coleando, resucitadas del más allá, halladas en la Estrella de la Muerte... que resultaron haber estado en su cuarto de hotel, sin problemas alguno como tú. Libres de culpa y de plagas.

Ya no podías con Sebastian, se quejaba todo el tiempo, como si fueras algo estúpido sin sentimientos, te sentías como basura cada vez que abría la boca para decir que eras un maldito error que no podía haber hecho.

—Casados...

—¡No puedo más con él! —gritaste con la última gota de paciencia—. ¡Hoy mismo nos divorciamos para que él siga con su vida de lujos y putas en Las Vegas!

—¡Tú te acostaste conmigo! —él replicó, siguiéndote por el pasillo—. Te has llamado puta a ti misma, no te llames puta, tú no sabías quién era yo como para llamarte puta.

—¿Por qué tantas veces putas? —murmuró Liz, como siempre poniendo comentarios en momentos inadecuados, pero la ignoraste olímpicamente.

—Y estaba feliz hasta que supe con quién caí en la cama, al parecer.

—Guau, guau, espera un segundo... —gritó ofendido—. ¿No estás feliz casada conmigo?

—Primicia nueva, príncipe. No estoy feliz casada contigo, porque no has demostrado ser más que un grano en el culo que no deja de llamarme atrocidad de la naturaleza. ¿Qué? ¿Quieres que te alce una altar y te bese los pies?

—Oigan, ya paren —intervino Chloe, viendo que él iba a responderte—. (t/n), cualquiera estaría brincando en un pie y arrancándose un ojo de la cara si estuviera casada con Sebastian Stan. Míralo nada más, es un pedazo caliente de la más rica vaca que puedas imaginarte.

Sebastian, lejos de estar ofendido por tal comentario, señaló a Chloe como si fuera su nueva pastora, sin dejar de mirarte a ti.

—Ajá, ¿ves? Ella es una buena chica, escucha a la rubia, parece ser una buena y confiable persona.

—Y tú —la nueva Papa Chloe le dijo a él—, cualquiera estaría orgulloso por ser marido de (t/n).

—¿Sólo orgulloso? —te mofaste—. Él debería de estarme lamiendo los pies por mi maravillosa paciencia, que si no existiera, ya lo estaría lanzando por la ventana.

—No me digas. Yo nunca te lamería los pies. Aunque creo que anoche lo hice, tengo la boca con sabor a calcetín.

Liz y Chloe se miraron y suspiraron. Te tomaron de la mano y le indicaron a Sebastian que las siguiera a la cocina. Lo hizo obedientemente. Te sentaron en una butaca y a él junto a ti, aunque recelosa, te corriste unos centímetros más allá, lo más lejos posible de esa bomba.

En tiempo récord, tus mejores amigas habían preparado café y unos huevos revueltos. Un desayuno ligero. Ambas se posaron frente a ustedes, con posturas de madres preocupadas.

—Ahora... ¿qué harán entonces?

—Seguir juntos —dijo él al mismo tiempo que tú decías—: Divorciarnos.

Lo miraste y te miró. Sus ojos azules eran profundos y estaban acompañados de mucho rojo. Él debía seguir teniendo algo de resaca, pero eso no lo hacía menos atractivo. La parte en que se pareciera a Yoda no iba a influir en su apariencia.

—¿Quieres seguir conmigo? —preguntaste sorprendida.

Él te miró intensamente, inclinándose un poco hacia ti, regalándole su delicioso perfume natural de mucho sexo, fiestas y alcohol.

—Eres mi primera esposa y quiero conocerte mejor, ¿quién sabe? Y tal vez, ¿quién sabe? —no ibas a decirle que repitió la misma pregunta, debía seguir algo petado—. Quizá seas la última. Mi única mujer. No te conozco, pero quiero hacerlo.

Chloe y Liz hicieron un aw al mismo tiempo.

Tú no caíste.

—Ajá, sí, muy romántico. ¿Cómo me llamo?

Su sonrisa de bobo se borró, guardó silencio y tú le lanzaste el café en la cabeza. Estaba ya frío, así que no se quemó. Aishh, pero hubieras preferido uno bien caliente. Lo querías despierto y dispuesto a firmar sin que se desmayase. Otra vez. Se había desmayado dos veces ya a lo largo de la mañana.

—¡Lo sabía! ¡Ni siquiera puedes recordar mi nombre! —miraste a tus amigas—. Vístanse inmediatamente, iremos a divorciarnos así lo quiera o no.

Caminaste como elefante a la habitación.

—¡Espera, espera, espera! —gritó él para detenerte, dista la vuelta para verlo, pero él miraba un punto fijo en la pared—. Era con... ¿R? —abriste la boca—. No, no, ¿U? ¿M? ¿N? ¿Al menos es con palabras o son números?

Chloe negó con la cabeza, obviamente cansada. Señalaste a Sebastian.

—En una hora nos vamos. Estate listo y quieto. —diste la vuelta y entraste a la habitación.


Imaginas • Sebastian StanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora