13. Titanic. (II/II).

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II. TITANIC

Sebastian Stan.


Debes de estar jodidamente bromeando —murmuró Sebastian al ver lo que te traías entre manos—. ¿Planeas entrar a la escuela así sin más? ¡Ya cerró!

—Siempre hay un conserje que hace guardia aquí de lunes a sábado, solo iremos por él y le explicaré que quiero mi libreta de dibujos, quizá un dulce de la máquina expendedora del salón de profesores y nos marcharemos sin problema alguno. Le diremos que no nos volverá a ver y, si algo va mal, puedes firmarle su linterna, creo que es tu fan.

—Uh... (t/n), ya no creo que sea posible dibujar el atardecer en el barco.

—¿Por qué?

Miró alrededor y extendió los brazos, justificando su entorno.

—¿Porque ya anocheció?

—Debí suponer que dirías algo como eso para... —resoplaste—, ¿ya te estás echando para atrás? ¿Justo ahora? Oye, aún puedo dibujar Nueva York, solo que... de noche.

Él resopló audiblemente y tú suspiraste al notar su desconcierto. Habían vuelto a la escuela de Artes y, después de pasar a fans histéricas por Sebastian, ¡por fin llegaron! No ibas a irte de aquí hasta te llevaras tu libreta y dibujaras aunque sea un puto árbol.

Bajaste de la reja que cubría el patio trasero del instituto y caminaste hacia él.

—Soy un actor, no un allanador. —dijo él. Estaba nervioso.

—No estás allanando nada, yo estudio aquí, prácticamente es mi casa. Una casa que no tiene a mi madre yendo de allí hacia acá diciéndome tonterías sobre mi futuro o a mi abuela tejiendo en uno de los sofá más gastados de toda la sala. Y adivina qué.

—¿Qué?

—Estás invitado formalmente a pasar —le sonreíste y golpeaste el hombro, dándole ánimos. Él te clavó la mirada intensa esa que te ponía nerviosa y te apartaste, aplaudiendo—. De acuerdo. Bien. Entonces... uhm, ahora, hazme un banquito para que pueda pasar y abrirte del otro lado.

Te miró unos segundos más. Parecía impasible y reflexivo, no lo demostraba ni lo diría, pero sabías que debía de estarse cuestionando todo el plan y cómo repercutiría a futuro en su carrera. O algo así. Era una lástima que a ti no te importaba mucho el futuro.

—¿Seba...?

No te dejó continuar y pasó de ti, caminó meneando sus hombros hacia la reja y así sin más, la trepó. Sin banquitos, sin quejarse; sólo lo hizo. Confundida, pensaste que tenía un buen culo, pero luego caminaste a la puerta que se supone abrirías tú.

Sebastian la abrió y asintió.

—Vamos allá entonces, dueña de casa. Lo único que espero es que el dibujo valga la pena.




Iban caminando por entre los fríos y oscuros pasillos, dejaste el bolso con el ladrillo escondido sobre los casilleros del primer pasillo, así no cargabas con él todo el camino. En momentos así, era la mujer la que se aferraba al brazo del hombre, pero aquí estaba todo invertido. Sebastian, al no conocer el colegio, estaba aferrado a ti y no parecía dar indicios de soltarte.

Tú no te quejabas.

—¿Segura que vamos por el buen camino?

—No sé tú, pero yo no he hecho nada ilegal aún —oyeron un ruedo detrás, el de casilleros chocando entre sí. Él se aferró más a ti y sentiste como la sangre subía a tus mejillas—. Siempre me reclaman que llego tarde, esto debió de exceder los límites.

Imaginas • Sebastian StanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora