22. Hermana Stan.

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HERMANA STAN

Sebastian Stan.

 -Habrá Olstan, solo para aclarar.

...


Miraste a tu hermano Sebastian sonreírle a Elizabeth Olsen, quien comía del otro lado de la mesa de comestibles en el set. Ambos se habían hecho ojitos hace aproximadamente unos minutos atrás, desde que el tiempo de almuerzo había comenzado y, bueno, no lo habían dejado de hacer desde entonces.

Pillines

—¿Por qué no te acercas a ella?

Él apartó su mirada de Elizabeth y la dejó caer sobre la comida, tratando de disimular tranquilamente.

—Porque no quiero hacerlo.

—A mí no me engañas —diste un paso más cerca de él y cantaste—; te gusta.

Sus ojos dejaron las frutas y encontraron los tuyos, la misma mirada gatuna.

—No es cierto.

Abriste los brazos a tus costados.

—¡Que me parta un rayo si es mentira! —ambos esperaron, pero obviamente, con el inmenso y fulminante sol de afuera, no caería nada. Te mofaste de tu hermano—. ¡Ja!

—Pequeña tramposa —ladró—. Espera a que haya alguna tormenta, te pararé bajo la lluvia junto con un aparato de metal y veremos si gritas tan animada entonces.

—Moriré diciendo exactamente lo mismo que ahora, Olsen.

Un músculo en su quijada brincó a par con un brillo malicioso en sus ojos.

—No. Me. Gusta. Lizzy.

Tus cejas se movieron sugestivamente.

—¿Ahora es Lizzy?

—Siempre ha sido Lizzy.

—Pero no... —bajaste la voz, similar a la de él—. Lizzy —soltaste una carcajada—. Su nombre te salió como un gemido de tortuga.

—¿De qué «Lizzy» hablan? —preguntó la dulce de Elizabeth Olsen, acercándose a ustedes, sorprendiéndolos y congelándolos en su sitio.

Atrapados.

—Nadie. —respondieron ustedes al mismo tiempo, tenían la misma mirada de cómplices en algún crimen de ultra mega seguridad. Casi podía ver a Sebastian echándote la culpa en la corte como todo un quejica llorona. 

Él te hizo señas de que cortaría tu cabeza si tú hablabas y tú, a su vez, le hiciste señas con el símbolo de paz y una paloma, luego comenzaste a imitar a un conejo. Sebastian se hartó y rodó los ojos.

Gracias al cielo, Elizabeth estaba demasiado ocupada mirando qué escoger para el almuerzo como para prestarle atención a ambos Stan.

Agitaste la mano, restándole importancia.

—Hablábamos de otra Lizzy, una Lizzy que ya no vive aquí y que obviamente no existe.

—¿Murió?

Tu hermano te miró y gesticuló un «¿qué demonios?» silencioso.

—Uh... sí —fingiste tristeza—. Cielos, qué dolor he tenido yo en el alma. Lizzy era la cabra que teníamos yo y Sebastian en Viena, mamá nos la dejó conservar cuando pasó por su faceta hippie, ayudaba a producir maíz, vendía hierbas a señoras y se las daba de vegetariana. Aunque claro, Lizzy pereció en la batalla cuando a mamá se le ocurrió convertirse en carnívora otra vez. Adiós, Lizzy, siempre te recordaremos. #TodossomosLizzy.

Imaginas • Sebastian StanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora