I. MORTICIA Y PERICLES ADDAMS
Sebastian Stan.
—¡Gabriela! —gritó su madre desde la primera plana—. ¿Podrías abrir la puerta?
Ella se tragó un bufido. ¿Por qué le ordenaban a ella ir a abrir la puerta siendo que era la más lejana a ella? Sus padres estaban en la cocina y la puerta estaba a tan solo dos zancadas. La lógica no parecía ser el fuerte de los padres. El lugar en el que estén, sería una la portera.
Gabriela dejó esos pensamientos y se miró una última vez en el espejo antes de salir de su cuarto. Al dar el primer paso por la escalera, se puso nerviosa de inmediato. Su madre había invitado a la a cenar a la familia Stan sin haberle consultado antes.
No es que le diría que no, su madre los habría invitado estuviera o no de acuerdo con ella. Lo venía haciendo desde que tenía cuatro años, ambas familias eran amigas y se las pasaban creando fiestas o juntas donde concedían.
Lo que le entraban ganas de vomitar a Gabriela era que también venía Sebastian, el único hijo de la señora Stan.
El timbre tocó de nuevo y ella no pudo evitar coger aire con fuerza cuando vislumbró la gran silueta de un chico de dieciocho años parada del otro lado.
Su madre volvió a gritar.
—¡Gabriela, la puerta!
No hizo nada más que abrir y poner su mejor sonrisa de: «mi madre me matará si no hago esto».
—Hola. Bienvenidos.
—Hola, querida —saludó la señora Stan, entrando a la casa como si fuera suya. Ella le robó un beso en la mejilla a Gabriela y la miró con una enorme sonrisa—. Estás hermosa, como siempre. ¿Cómo te ha ido en la escuela?
—Uh, bien, supongo. Tengo buenas calificaciones.
—¡Estoy orgullosa de ti! Felicidades, ¿tu madre está en la cocina?
—Sí, la está esperando —señaló el pasillo que daba a la cocina—. Adelante.
—Gracias, gracias —dijo la señora Stan, dándole un apretón de brazo, antes de caminar pavoneando sus caderas hasta la cocina. Se oyó como gritaba—. ¡Qué delicia de plato!
—¿Buenas calificaciones, pez globo? —se mofó la voz de ultratumba aún plantada en la puerta.
Gabriela presionó con fuerza sus manos en puños.
—Oh, cállate, aliento de basura. ¿Piensas pasar o no? No tendré la puerta abierta para ti todo el tiempo —el atractivo vecino iba a responder, pero Gabriela le cerró la puerta en plena cara. La chica sonrió satisfecha antes de caminar hacia la cocina—. Eso huele delicioso, mamá.
—Gracias, tu padre hizo la gran mayoría.
Se sentó junto a la señora Stan en la mesa, quien miró detrás de Gabriela y escudriñó los alrededores, buscó lo que pareciera ser lo más importante del mundo.
—¿Dónde está Sebby?
—Dijo que no se sentía bien y se devolvió a casa.
La señora Stan se llevó una mano al pecho poniendo cara de dolor, como si le hubieran enterrado una daga en el corazón. La familia se Sebastian era pequeña. Solo él y su madre, siempre ellos solos, mudándose constantemente hasta que dieron con este pequeño pueblo de Connecticut.
La puerta de la cocina se abrió de golpe, Sebastian trastabilló hacia atrás, quitándose a Lunna de encima. Era un perro grande de casi un metro de altura, no le sorprendió ver a Sebastian luchando por dejarla afuera.
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Imaginas • Sebastian Stan
FanfictionImaginas de Sebastian 'perrito rumano' Stan y tú-. → Si eres nueva, ¡bienvenida a los relatos de mi desordenada cabeza, espero que tengas buen viaje desde aquí hasta que te canses! Si ya habías pasado, pero no te has quedado y la curiosidad te mató...