20. ¿Casados en Las Vegas? (III/?).

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III. ¿CASADOS EN LAS VEGAS?

Sebastian Stan.


Se habían casado en una iglesia donde el sacerdote predilecto era nada más ni nada menos que Elvis Presley, un Elvis Presley alcohólico que te bailaba como Michael Jackson por dos dólares.

¿Podía ser su unión más original que ésta?

—¡Aquí ya llegué yo! —gritó una animada chica castaña desde la parte de atrás de la capilla, trayendo entre sus manos un álbum de fotografías y una caja de cartón llena de artículos románticos, como tazas, calendarios y más chucherías—. Estas son los obsequios de su boda, me dijeron que no querían cargar con mucho, así que me las encargaron.

—Francisca pensaba venderlas en eBay —habló Elvis con un tono grave, acercándose a ustedes con un paso tambaleante. Se tomó otro trago de su ron y gruñó cual bestia—. Guooooooao dash, esto está buenísimo. ¿Quieres un poco, Fran querida?

—Púdrete.

Liz se adelantó, ignorando a la pareja y sacó unos lentes en forma de corazón de la caja y se los puso. Entonces tomó el álbum de fotos y revisó, no pudiste ver su expresión debido a los lentes, pero sus movimientos se ralentizaron. Chloe se entrometió a su lado e hizo igual.

—Oh, mierda.

—Uh, (t/n) —comenzó Chloe, rascándose la nuca y haciendo una leve mueca—, luces tremendamente atractiva en tanga.

Abriste tus ojos y chillaste.

—¿Qué?

—Yo quiero ver —se animó Sebastian, quitándoles el álbum de las manos. Él quedó con la boca abierta en cuanto Liz le cambió de página—. Santa madre de los patos gordos... ¡esa es mi esposa! ¿No es adorable?

—No soy tu esposa, soy exesposa.

Elvis soltó una risa seca.

—Eso dolió en los huevos y ni siquiera me lo dijiste a mí, doble patada en las pelotas entonces. No te desalientes, muchacho —le palmeó la espalda a Sebastian—. Solía pensar que la peor cosa en la vida era terminar solo. No lo es. Lo peor de la vida es terminar con alguien que te hace sentir solo.

—¿Eso no lo dijo Robin Williams?

—Oye —lo señaló en acusación—. No me digas como hacer mi trabajo, hijo.

Sebastian rodó los ojos y continuó viendo las fotos. La curiosidad era demasiada para tolerarla parada ahí sin hacer nada, así que caminaste a su lado para ver el álbum de fotos. Sebastian estiró el libro para que tú pudieras verlo y frunciste el ceño.

—¿Quién me puso esa tanga?

—Espero que yo. —dijeron Sebastian y Elvis al mismo tiempo. Francisca resopló y se marchó tras la tienda nuevamente.

—¿Y quién te puso esa ropa tan ridícula? —le preguntaste a Sebastian, refiriéndote a su traje de novio, el cual tenía plumas en los pantalones y una camisa negra con estampados de dientes de león.

Antes de que Sebastian abriera la boca, el gordo de Elvis lo interrumpió.

—Espero que yo. —ronroneó. Volvió a beber de su vaso y lo dejó sobre la encimera.

Todos lo miraron unos instantes antes de decidir ignorarlo. Por su bien.

—Lucen tan, tan bien juntos —dramatizó Liz, quitándose los lentes, entonces alzó una taza en donde salías tú con Sebastian besándose en el infaltable «puede besar a la novia»—. Me llevaré uno de éstos a casa, te lo daré como obsequio de bodas, Chloe, para que nunca digas que no te regalo nada.

Imaginas • Sebastian StanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora