26. Soy Gordon Ramsey. (II/II).

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II. SOY GORDON RAMSEY

Sebastian Stan. 


Mierda, mierda, mierda, mierda y mierda. ¿Ya dije mierda?

Por tu bien y suerte, ignoraste a Chace mirando a Sebastian. Él iba recostado en el asiento trasero, con la mirada ida y luchando por respirar. Tu corazón estaba apretado, no podías concebir en tu cabeza que tu regalo le había causado aquello. Y pensar en que pudo habérselo comido todo te hacía sentir aún peor.

—¿Cuánto falta? —le preguntaste a Chace, volviendo la mirada al frente. Pudiste haber estado con Sebastian atrás, pero solo lo aplastarías, ahora tan solo podías parpadear las lágrimas.

—Poco. Es una pésima idea vivir tan lejos del hospital. ¿Qué si te da la menopausia?

Lo miraste.

—¿La menopausia? ¿Qué? ¿Me ves de ochenta años?

—Es una teoría, no que te vaya a dar. Digo que, en caso de emergencias, ¿no sería mejor tener un hospital cerca? Porque, seamos sinceros, no eres la persona más coordinada del mundo. Y ni hablar de tu capacidad asombrosa de arruinarlo todo.

—Yo no...

—Mi irrefutable prueba está en el asiento trasero, peleando por respirar —él señaló donde se suponía que debía ir Sebastian—. Ve con él, dale la mano y susúrrale cosas bonitas al oído. No podemos perderlo en el camino. Si lo matamos, seremos asesinados por sus fans.

—No morirá. —dijiste, tajante.

—¿Te parece mejor: lo recontra matamos?

—¡Ahora no, Chace!

Maniataste tu cuerpo hacia atrás y tomaste la mano de Sebastian. Él, al sentir el tacto tímido y tembloroso, guió sus ojos hasta entablarlos con los tuyos. Tu mirada destilaba miedo, pánico, pavor, preocupación de lo que pudiera sucederle. En cambio, la suya era tranquilizadora, apacible.

O realmente estaba tranquilo o no podía moverse.

—Debes de resistir un poco, Seb —le diste aliento—. Estarás bien, lo prometo.

Él tan solo apretó tu mano.




Ibas de arriba abajo en la sala de espera, te movías tanto que los guardias te pidieron que te sentaras, puesto que estabas poniendo nerviosas a las personas que también estaban ahí. A regañadientes fuiste sentada, pero te veías tentada a salir corriendo pabellón adentro.

—Ya sé para donde van tus pensamientos —dijo Chace, cambiando la página de una revista de chismes—. Oh, sabía que eso pasaría con ese grupo musical que nació en American Idol. ¿Tú no?

—Me siento como la mierda. —dijiste sin prestarle atención.

—Pues deberías.

Lo fulminaste con la mirada.

—Deberías decirme cosas alentadoras, no lanzarme nuevamente hacia abajo. Eso hacen los buenos amigos.

—¿Ah, sí? ¿Hacen eso? —dejó la revista en la mesa frente a él y rascó su cabeza—. Uh, bueno, puedo intentarlo. Pero no te aseguraré algo lindo... —frotó su barbilla y chasqueó la lengua—. No, lo siento, no le voy a dar ánimos. Soy realista, |t/n|, yo solo te diré que deberías sentirse como la mierda, porque te lo mereces. Y te digo esto como amigo, porque de los errores se aprende.

Imaginas • Sebastian StanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora