CÁLLATE, JAY
Sebastian Stan.
—Oh, por todos los dioses del sexo. Míralo ahí, tan imponente y... bueno... famoso. Me pregunto si tendrá un gran...
—¡Okey, guau, no vayas allá!
—¿Qué? Un famoso como él tiene el dinero para agrandárselo. Puede que no, puede que sí, ¿quién sabe? Lo único acertado, es que te gustaría que lo hiciera. ¿Y a quién no? Sólo imaginarlo en...
—¡Jay! —le gritaste a uno de tus mejores amigos—. No quiero saber si tiene un gran aparato reproductor masculino, sólo quiero saber si me recordará, han pasado un par de años desde la última vez que nos vimos y él sin duda ha pasado por mucho.
La camarera del café llegó y les entregó la cuenta y preguntó si se les ofrecía algo más, todo su desayuno ya estaba ingerido y pronto iría a parar al baño, así no dijiste que no.
—Estudiaste con él en Rutgers —dijo Emma—, supongo que te recordará, dijiste que eran amigos o algo así. Es decir; conociste a Sebastian Stan en sus años dorados. Eres como la Liz Taylor de James Dean, ¿tú también sabes algún secreto jugoso de él?
—¿Sobre el tamaño de su...?
—Por favor, Jay. Nada de hablar sobre eso en el desayuno.
—Mi querida, (t/n). ¿Por qué no admites que te gusta aún?
—A mí no me gusta nadie.
—Ajá, entonces —él se calló de pronto y abrió la boca, asombrado—. ¡Santa cachucha! —gritó, tapándose la boca con sus manos—. Está mirando para acá, ¡está mirando para acá! ¡Prodúcete, prodúcete, (t/n)! Tal vez tengan hijos y tú tienes manchas de café en la comisura de los labios, espero que eso no le desaliente el equipo, si sabes a lo que me refiero.
Te sentaste derecha y acomodaste toscamente tu cabello, sintiendo el corazón empezar a correr a toda prisa. Jay te limpió la boca mientras Emma bebía de su mocha, sin prisas. Nerviosa hasta sentir las pulsaciones de tu corazón en las manos y en los topes de tus oídos, te giraste a verlo nerviosa, pero Sebastian estaba mirando su teléfono aburridamente del otro lado del café.
Oíste la risa de Jay tras de ti. Te giraste a él y le pegaste un zape.
—¡Ay! —él rió aún.
—No es gracioso —rumiaste—. Tuvimos una buena amistad...
—Que quisiste que pasara a más, lo entiendo. Míralo más, por favor. ¡Ahógate en ese hombre, incúlcate con su belleza! Vamos... —tomó tu rostro e hizo girar tu rostro hasta él—, es un caliente pedazo de carne. Imagínatelo en la cama.
—(t/n) debe de saber cómo es en la cama.
La fulminaste con la mirada.
—Nunca tuvimos sexo, sólo fuimos amigos. Muy buenos amigos.
—¿Ah, sí? Pues entonces te reto a que lo vayas a saludar, si fue taaaan amigo tuyo, ve y dile un simple «hola».
—Uh, uh, uh —brincó Jay, sacó de su bolsillo un papel y un lápiz y escribió algo. Entonces te tendió el papel y sonrió—. Dale mi número, dile que no muerdo y no le voy a los gatos —mordió el aire con picardía—, prefiero perritos rumanos.
Miraste a Emma.
—¿Qué apuestas?
—Si te atreves... te daré mi iPod. Si no lo haces, tú me darás el tuyo.
Te paraste de golpe, ignorando el número de Jay y caminaste a la mesa de Sebastian Stan, pensando en qué le dirás. Lo que sabías, es que ni muerta le entregabas tu iPod a Emma. Una cosa era morir de vergüenza y la otra era morir sin tu música.
Él estaba tan pegado a su teléfono que no alzó la vista cuando te paraste junto a su mesa. Estaba exactamente igual que como lo recordabas, aunque algo más mayor... sus facciones ya no eran aniñadas, sino las de un hombre hecho y derecho. Se veía caliente.
—¡Que no se mueran de hambre, querida! —gritó Jay a lo lejos—. ¡Tus niñas merecen acción! Yuuuuuuhu, equipo (t/n). Dame una...
—Cállate, Jay. —le dijo Emma, metiéndole una galleta a la boca.
—Uh, hola. —le dijiste, temblando de los nervios. ¡Listo, listo, listo! ¡Lo habías hecho, no perderías tu iPod!
Sebastian ni siquiera subió la mirada del teléfono.
—Hola, aquí está —tendió la cuenta con unos billetes y continuó con sus asuntos—. Quédate con el cambio, no quiero andar con monedas en mis bolsillos.
Miraste los billetes y luego a él. Algo en ti se rompió y, una parte memorable, la joven de dieciocho años, sonrió con nostalgia. No obstante, esa chica ya no estaba, había una mujer que sabía lo que quería y que no tenía dinero para pagar la cuenta de su propio desayuno, así que diste un paso atrás, despidiéndote de él silenciosamente y corriste a tu mesa.
—Vámonos. —rugiste, tomando tu chaqueta, tomando a Jay del brazo para levantarlo.
—¿Qué? ¿Por qué...? —vio que tiraste el dinero de Sebastian en la mesa, sobre su cuenta, y cerró la boca—. Al coche, señoritas. ¡Al coche ahora mismo!
Salieron corriendo del café, demasiado nerviosos para estar serios. Los tres rieron como adolescentes, hace mucho que no hacías esto, desde que abandonaste a Sebastian. Él te había enseñado a hacerlo y no pudiste haber tenido mejor maestro.
Cuando Jay encendió el coche, oíste a alguien gritar. Era él, debió de haberse topado con la verdadera camarera.
—¡Oye! —gritó furioso—. ¡Ladrona, ven a...!
Jay metió reversa y él pudo finalmente verte, quedando en medio del estacionamiento, con la mirada perdida en la tuya y con el asombro vinagrado en el rostro.
—¡Me la debías, Sea Bass! —gritaste tú, sonriéndole—. ¡Fue un gusto volver a verte, por cierto! ¡Y hasta nunca, pequeño bandido!
—¡Pregúntale por el tamaño de su pene!
—¡Cállate, Jay! —gritaron tú y Emma al mismo tiempo.
El auto dio la vuelta en la siguiente salida y perdiste de vista a Sebastian. Mañana viajarías a Europa para vivir con Emma. Ésta sería la última vez que lo vieras en persona. Para siempre.
...
¡Holaaaaaa! ¿Cómo están? Espero que bienín bombín. Éste Imagina surgió después de ver la película de Zach Efron con Robert De Niro, ¡es tan chistosa! Y para mayores de 18, así que ojo:3
¡Pásense por mi otra historia, «Buscando mi Musa», les va a gustar!
Bye.
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Imaginas • Sebastian Stan
FanfictionImaginas de Sebastian 'perrito rumano' Stan y tú-. → Si eres nueva, ¡bienvenida a los relatos de mi desordenada cabeza, espero que tengas buen viaje desde aquí hasta que te canses! Si ya habías pasado, pero no te has quedado y la curiosidad te mató...