Capítulo 24

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Saco las llaves de casa y entro. Me dispongo a ir a mi habitación cuando oigo que me llama mi madre desde la cocina.

—¿Sí? —pregunto.

—Deja la mochila y baja rápido. Recuerda que tienes hora con el psicólogo a las cuatro. —dice asomando la cabeza desde la cocina.

Joder, ¿iba en serio? Genial, mi madre cree que estoy loca. Lo que me faltaba.

Subo sin ganas a dejar la mochila y bajo, sin ganas también, al comedor en un paso excesivamente lento.

—Te he dejado la comida encima de la mesa del comedor. No tardes en comer. —dice mirándome con una cara asesina.

Pongo los ojos en blanco.

Me dirijo con el mismo paso de antes hacia la mesa del comedor. Al llegar, me siento y comienzo a comerme la comida. Sin ganas. Me ha fastidiado la tarde, jamás pensé que mi propia madre me enviara a un psicólogo por pasar una mala semana, o mes, sinceramente, no recuerdo cuanto tiempo pasé en estado de "no quiero saber nada de nadie".

Termino de comer excesivamente rápido para mi gusto y me levanto dirigiéndome hacia el lavabo para lavarme los dientes. Sí, aunque no me apetezca ir a un psicólogo —como a todo el mundo— no quiere decir que me deba presentar con un cacho de comida entre los dientes. Tampoco cal ir con más pinta de loca para que me quiera ver más seguido y controlar esa rareza mía de no cuidarme los dientes. Vete a saber qué cosas le pasarán por la cabeza a mi querido psicólogo.

Al tener limpios los dientes, me reviso en el mismo espejo del lavabo como es mi aspecto ahora mismo. Pasable. Decido no hacer ningún cambio en la vestimenta y bajo de nuevo a la cocina para avisar a mi madre de que ya estoy lista.

—Mama, ya estoy... —digo odiando lo que estoy por decir— nos... ¿vamos?

—Eh sí claro. Pero, yo no iré, he de trabajar. Irás tu sola. Ten —dice sacando un papel del bolsillo de su delantal—, aquí tienes la dirección. Está en el centro.

Mi cara no puede expresar más asombro a la vez que enfado. Encima de que me manda a un psicólogo, ¿he de ir yo sola? Esto ya es el colmo de los colmos. Dimito.

¿A qué se supone que vas a dimitir Melanie?

Tú calla. Nadie te ha dado vela en este entierro, conciencia.

—De puta madre... —susurro mientras cojo el papel con la dirección.

—Modera tu lenguaje, Melanie. —dice cuando ya estoy por abrir la puerta.

Parece que lo ha escuchado.

—Tranquila, hablaré de ello en la consulta. —digo saliendo y cerrando la puerta de un portazo.

Despliego el papel y leo la dirección.

Perfecto, encima está en el quinto coño, cómo no.

¿Y si no voy?

Mamá se dará cuenta de ello...

Cierto, lo verá con su bola mágica. Mejor ir.

Comienzo a caminar y después de un buen rato llego al centro del pueblo. Despliego de nuevo el papel y leo otra vez la dirección.

—Bien, esto debería de estar por aquí... —digo mirando en todas direcciones— oh, ¡bingo! —digo al divisar la consulta a unos metros de mí en la otra acera.

Miro que no venga ningún coche y cruzo a la otra acera.

Toco al timbre que hay en la pared y me abren la puerta.

—Hola —le digo a la recepcionista— soy Melanie Cooper.

—Un momento —dice mirando la pantalla de su ordenador—, bien, espere aquí fuera que ahora la llamaran.

—Vale. —digo con una sonrisa muy bien fingida. Tan fingida que parece hasta real.

Camino hacia la sala de espera y me siento en uno de los asientos a esperar a que me llamen.

No hay mucha gente en la consulta, bueno, tampoco es que sea extremadamente grande.

Pasan varios minutos y todavía seguimos las mismas personas esperando a que alguien nos llame. A parte de mí, hay 4 personas más sentadas leyendo —o eso parece— una revista mientras espera a que no-sé-quién le llame para entrar en la consulta. Desesperante. Si no estás loco, aquí esperando te vuelves uno.

El sonido que causa el movimiento del pomo llama la atención de todos los presentes en la sala haciendo que todos desviemos nuestra mirada al mismo sitio.

Una mujer con una bata —para mi gusto, horrible— que suelen llevar los doctores/doctoras, aparece de detrás de la puerta.

Espera, espera, espera un momento. ¿Me estás diciendo que todo este rato que llevo esperando aquí fuera —que para mi gusto, fue una eternidad— no había nadie allí dentro? Qué estaba haciendo, ¿jugar al solitario? Pero qué bien que viven estos psicólogos.

La que resulta ser psicóloga en vez de psicólogo —como dijo mi madre—, mira el papel que tiene en las manos para ver, y así decir, quién tiene que entrar en esa sala de interrogatorios.

—¿Melanie Cooper? —dice mirando en ambas direcciones para hacer ver que busca a alguien que ni si quiera conoce.

—Yo. —digo alzando la mano para que deje de hacer esa búsqueda tan ridícula.

—Ya puede pasar. —dice con una sonrisa.

Que empiece el interrogatorio. 

La profesora de mis sueños.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora