No creía lo que estaban viendo mis ojos e incluso creí que se trataba de una alucinación porque una parte de mí —aunque fuese mínima— quería verla y decirle cuánto la extrañaba. Al volver a mirar la silueta de la supuesta Ana, esta había desaparecido. Estuve inquieta el resto de la tarde, porque, aunque en mi mente habitara el deseo de volver a verla porque siempre querría a esa mujer, porque fue mi primer amor, otra parte de mí no quería encontrársela. Era feliz con Teresa porque ella me hacía feliz y no quería que eso se estropeara, ya que sabía perfectamente que, si resultaba ser ella realmente, todo mi mundo se pondría patas arriba de nuevo y no sabía qué sería de mí y de mi estabilidad mental. Esa poca estabilidad mental que había conseguido recuperar con mucho esfuerzo y con ayuda de mi novia y de mi mejor amiga. No quería que por nada del mundo se me volviera a arrebatar.
Teresa sabía que algo me pasaba, pero no comentó nada, cosa que agradecí. Volvimos cada una a nuestra casa y yo agradecí ese momento. No por no querer estar con ella, sino porque no me sentía cómoda con lo que había pasado. Estaba plenamente convencida de lo que había visto en un primer momento y era algo que me preocupaba mucho, pues lo había pasado muy mal y no quería que la tristeza volviera a llamar a mi puerta y que trajera a su amiga la ansiedad.
—¿Estás bien? —preguntó Carol al ver que no había pegado ni un solo bocado al croissant.
Asentí con la cabeza, sin mirarla.
—Déjate de tonterías y cuéntame qué coño te pasa. Llevas rara días y me estás preocupando. ¿Todo bien con Teresa?
Asentí de nuevo.
—¿Entonces? —dije no sé con los hombros y la miré—. Dímelo, Melanie, por favor.
—Me ha parecido verla —dije al fin.
—¿Verla? ¿A quién? ¿Ver a quién?
No me veía capaz de contestar a esa pregunta, si lo hacía me vería en la obligación de ponerme a llorar, pues no podría contener mis lágrimas.
—¿A quién has visto, Melanie? —insistió. La miré a los ojos, se quedó parada durante unos segundos y, automáticamente, abrió los ojos como platos—. No puede ser, ¿va en serio? ¿La has visto?
Asentí no muy convencida.
—¿Eso es un sí o un no? Ahora me tienes confundida.
—Es un “no tengo ni idea de a quién he visto, pero creo que es ella”. Te lo juro, Carol —dije alzando los ojos y fijándolos en los suyos—: creo que la he visto. Creo que es ella. Creo que he visto a Ana.
—No puede ser, pero ¿eso es posible? Quiero decir, te fuiste de vuestro pueblo, ¿cómo puede ser que hayáis coincidido justo en este?
—Vivimos mucho juntas, fue poco, pero intenso. Esto tampoco queda muy lejos de donde vivíamos y ya estuvimos aquí una vez y nos encantó. No tenemos a nadie en común por aquí y por eso me vine. Pero, en sí… ya conocimos esto juntas —dije con un tono melancólico.
—Os gustaba ir por donde no conocíais a nadie, ¿no?
—Así es —dije recordando, volviendo al pasado que creía lejano y olvidado—, aunque, bueno, no nos sirvió de nada como ya sabes.
—No te amargues más el día, anda.
—A veces me pregunto cómo puede ser que cuando menos nos cuidábamos de ser vistas por el mundo más nos escondíamos y cuando tuvimos el máximo cuidado posible fuimos descubiertas —pensé en voz alta, ignorando su respuesta.
—Muchas veces se ignora lo que se tiene delante y se indaga en lo que está oculto porque es más interesante —la miré y asentí, pensativa—. Era cuestión de tiempo, si lo piensas, porque su ex seguía todos vuestros pasos tratando de usar lo mínimo que tuviera para denunciaros.
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La profesora de mis sueños.
RomanceCreía no saber lo que me pasaba o simplemente rechazaba esa absurda idea que habitaba en mi mente, pero todo lo absurdo se volvió común desde que te conocí. Derribaste mis muros y me enloqueciste hasta el punto de ser el pilar que sujeta esa poca co...