Capítulo 44

2.5K 293 35
                                    



Miércoles, aún quedan cinco días.

Juro que no paré de llorar en toda la noche. Todo lo que pasa por mi mente es que es mi culpa. No tengo otra forma de verlo, no tuve las agallas suficientes para mirarlo de frente, a los ojos y decirle algo que le rompería el corazón. Y de eso es de lo que se trata amar a una persona, ser capaz de quitar la bandita cuando sea necesario.

Tal vez, si fuera una persona a quien yo no quiero mucho, a la que no amo, que no me interesa demasiado o no me importa en lo absoluto lo hubiese hecho, pero él no es nada de eso, él es la persona a la cual quiero pertenecer cada segundo y todos los días de mi corta o larga vida. Es la luz al final del túnel y por la que me mantengo de pie un momento más.

No voy a perderlo, no como he perdido a muchas de las personas en mi vida, yéndome sin decir una sola palabra, sin explicaciones, por aburrimiento o incluso por orgullo. No estoy dispuesta a abandonarnos, porque nunca me había sentido así de feliz y tan completa ahora que tantas piezas me faltan. Tengo que ir con él y decirle todo lo que ha pasado por mi cabeza durante esta larga noche de vidrios rotos.

Ya un poco más serena y apunto de quedar rendida en la inconsciencia, el sonido del timbre llega a mis oídos tan suavemente que cuando abro los ojos me pregunto si realmente lo he escuchado, son poco más de las nueve de la mañana, nadie nunca nos visita tan temprano.

Me levanto, con los parpados marcados de insomnio y el cansancio desbordando en mi expresión, sé que luzco terrible, espero sea sólo mi imaginación que alguien esté tocando el timbre a esta hora de la mañana. Mi corazón tranquilo reanuda su marcha y la acelera cuando deslizo un poco la cortina de la ventana con mi dedo muy sutilmente para ver quién es, mis ojos se abren de par en par y me alejo de la ventana para salir corriendo al pasillo en ropa interior.

— ¡No abra la puerta, por favor! —alzo la voz lo suficiente para que logre escucharme pero no tanto como para que él me escuche desde afuera.

La señora Becher se detiene en ese instante y me mira como si estuviese yo loca, me mira sorprendida de tremendo susto que le pegué mientras se encaminaba a averiguar de quien se trataba. Entrelaza sus manos esperando pacientemente una explicación y yo cierro los ojos para suspirar cansinamente. Sé que esta vez tendré que decirle algo, ella no acostumbra preguntar, pero últimamente han habido tantas situaciones similares de las que no le cuento nada en lo absoluto, que ya es justo brindarle una pequeña explicación del porque no puede abrir la puerta de su propia casa.

— ¿Estás en bragas? —suelta una risa con bastante humor. Rayos, nunca me hubiese atrevido a salir así pero las circunstancias lo ameritaban.

Vuelvo a cerrar los ojos y rasco mi cabeza con vergüenza, estoy tan apenada, sé que no tendría por qué pero el sólo imaginar el como me veo me hace ruborizarme, me veo terrible. Pálida, amarilla incluso, ojerosa, descuidada, desaliñada. Ella nunca me había visto así de sucia, por lo menos, no como me veo cuando estoy en partes, destrozada. Procuro por lo menos estar decente, limpia, aunque desaliñada.

—Hmm, sí —murmuro no muy alto—. Tengo que irme ahora, pero sobre todo, no abra la puerta ahora ni lo que resta del día. Es Marcus, él no debe estar aquí. Prométame que no va a abrirle la puerta.

— ¿Estás molesta con él? —no sé me ocurre manera de protegerla. Ella suena tan calmada.

—Algo un poco más que eso —sé que sueno demasiado nerviosa, casi como una lunática, demasiado alterada—. En cuanto él se vaya todo estará mejor, sólo por favor, evítelo. Tengo que irme ahora. Por cierto, la bici que está en el patio de atrás, ¿aún sirve?

El Ángel De La Muerte | H.S | COMPLETA | (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora