Capítulo 3

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Toco débilmente la puerta de mi casa con la muleta debajo de mi brazo derecho. Odio tener que hacer esto, odio tener que volver aquí sólo porque soy incapaz de abandonar a mi madre y porque a pesar de todo me siento mal por ella.

Espero pacientemente con el corazón zumbando contra mi piel a que mi madre decida abrir la puerta, lo cual es bastante difícil porque es muy temprano. Las diez de la mañana no es una de sus horas preferidas para levantarse, debe aún estar durmiendo plácidamente en su colchón y puede que alguien más abra la puerta por ella.

Tengo miedo, creo que voy a vomitar de los nervios.

Me cuesta trabajo acostumbrarme a que debo apoyarme en una muleta para que mi tobillo pueda sanar más rápido, jamás me había lesionado de esta manera. Quiero dejarla por ahí botada y sólo la he usado durante el transcurso de regreso a casa.

Vuelvo a tocar otras tres veces más, esta vez un poco más fuerte. Suspiro un poco para tranquilizarme, parece que no hay nadie en casa pero sé que seguramente está dormida. Me alivia de una manera enferma no tener que ver su demacrado rostro inspeccionándome con disgusto y tener que lamentar todas y cada una de mis acciones desde que llegue aquí. No debería pensar de esta manera sobre ella, pero ella no merece nada de lo que tiene. Ni siquiera merece el que yo esté aquí estorbándole en lugar de internarla en una clínica.

Todos los días me cuestiono el por qué no soy capaz de dejarla o de siquiera contarle todo lo que pienso sobre ella, aunque en todo caso estoy segura de que me ignoraría. ¿Por qué no soy capaz de dejarla? ¿Por qué no soy capaz de ayudarla?

Ya estoy a punto de marcharme cuando la puerta se abre de repente, la cara adormilada y con ojeras de mi mamá me hace querer rodar los ojos al cielo al instante, ella parece tan sorprendida que ni si quiera parece moverse para respirar, sólo se queda ahí mirándome sin saber qué hacer.

Estoy segura de que no soy quién ella esperaba. La desilusión y el enojo se marcan en sus facciones de una manera poco agradable mientras espera una cantidad considerable de tiempo para que yo le diga algo.

-Hola mamá -mi voz un poco ronca me saca de balance pero me recompongo de inmediato cuando ella echa un vistazo a los lados y detrás de mí para cerciorarse de que no hay nadie más.

- ¿De dónde sacaste ese short y esa camisa tan holgada? Son de un hombre, ¿Con quién estuviste? -las palabras salen de su boca una tras otra pero me cuesta trabajo enfatizarlas una vez que su aliento alcohólico llega a mi nariz.

Ella se hace a un lado y me deja pasar aún sin haber recibido una respuesta de mi parte, no se preocupa en tratar de ayudarme y tampoco en ninguna otra cosa. Sigue caminando de corrido hasta la cocina y de inmediato noto la limpieza exagerada de la casa, frunzo el ceño, extrañada; su cabello enmarañado y su aspecto sucio desentonan con lo limpio que se encuentra este lugar. Incluso el olor a comida caliente, que es algo nuevo para mí dentro de este lugar, altera el ambiente con suma rapidez y comprueba lo que jamás pensaría que sucedería, ella está cocinando.

Esta no parece ser nuestra casa, si es que es nuestra y no suya solamente.

Llevo tanto tiempo acostumbrada a la suciedad descarada y al moho de las alfombras que me cuesta trabajo creer que todo esté limpio. No hay botellas de alcohol vacías ni latas de cerveza regadas por el suelo, incluso el olor a basurero se ha ido. Hay trastes limpios en el lavaplatos y algo casero qué comer. Es bastante extraño que haya hecho todo esto sólo por el informe que fue a dar a la comisaría. Las apariencias que antes cubría a la perfección dejaron de ser importantes hace algunos años, todos aquí saben que ella es una drogadicta sin remedio, se le nota en el rostro.

El Ángel De La Muerte | H.S | COMPLETA | (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora