CDMX, MÉXICO - Febrero 2041 (Idioma original)

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El presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Rigoberto Beltrán, tenía un sombrero de charro en la cabeza y firmaba unos documentos en su escritorio, sobre el que había una fotografía enmarcada de un taco.

—La población mexicana, sin duda, ha crecido muchísimo en los últimos años. Y décadas. Demasiado. Demasiada población —decía el señor Beltrán mientras sacudía la cabeza. Su vicepresidente, Alfredo Catán (quien tenía un bigote muy particular) movía la cabeza afirmativamente—. Ten —dijo Beltrán entregándole una pila de hojas a su compañero.

—Gracias. No te preocupes, con este... plan, nos encargaremos de solucionar ese... inconveniente —contestó el vicepresidente de México. Beltrán mostró una sonrisa ancha.

—Sí. Y no sólo eso: también debilitaremos a Estados Unidos. ¡Los Estados Unidos de América, claro! Los Estados Unidos Mexicanos se harán un poquito más poderosos.

—Claro que sí, no cabe duda. Ahora bien, he intercambiado algunas palabras con el señor Putrido. Describió al gobierno con la palabra "inacción" —dijo el señor Catán. El presidente levantó ambas cejas—. Claro, él no está al tanto de todo... Bueno, de todo de lo que nosotros sí estamos al tanto.

—Bueno, ya he hablado varias veces con el ministro —dijo Beltrán—. Y sé que piensa que no estamos haciendo nada respecto al virus... y creo que es evidente que, en efecto, no estamos haciendo nada. Pero yo viví encerrado mucho tiempo cuando pasó lo del COVID, ¡así que simplemente les estoy haciendo un favor a todos los mexicanos! Un hermoso favor —el presidente, tentado, se echó a reír sin parar. Su vicepresidente también se tentó.

—En el fondo, es cierto, todo esto resulta muy gracioso.

—¡Claro que sí! Ya estoy harto. Que se salven los que se tengan que salvar y que mueran los que tengan que morir. Honestamente, ¡no podría importarme menos! —el señor Beltrán, a continuación, respiró hondamente al sentir un olor extraño. Su vicepresidente lo miró con curiosidad.

—¿Qué sucede?

—Oh, nada, es este sombrero —dijo Beltrán quitándoselo—. Ya está muy sucio. Llévalo a lavar, por favor, y tráeme otro.

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