Londres, INGLATERRA - Noviembre 2041 (Traducción del inglés)

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El señor Clinton, sentado a su escritorio —sobre el que había una fotografía enmarcada de una toma aérea de la ciudad de Puerto Stanley— frunció el ceño cuando le pareció que su par estadounidense apareció en la pantalla.

—Señor Wellington, ¿cómo le va? Creo que se está quedando sin luz. Por favor, haga algo al respecto que apenas lo veo.

—Ah, sí, claro.

El presidente norteamericano se puso de pie, se dirigió a los interruptores, encendió la luz eléctrica y luego volvió a su asiento.

—¿Eso está mejor?

—Sí, gracias.

—Bien, pues... Dígame qué le han informado desde el MI6, qué han dicho estos científicos rusos. Necesito saberlo ahora mismo —dijo el presidente.

—Sí, claro. Los científicos han confesado haber sido obligados por el presidente ruso a crear un virus que fuera fácilmente exportable a todo el mundo —informó el primer ministro.

—Pero... ¿Con qué objetivo?

—Al parecer, con el fin de reducir la superpoblación. En este punto, me quedé algo extrañado. Rusia no está superpoblada, al contrario.

—Entonces...

—Pero —el señor Clinton hizo como si nadie hubiera hablado—, estos científicos aseguran que Rusia se ha complotado con China y Corea. Esos Estados, usted sabe, sí están superpoblados. Lo cual, en principio, sí tiene algo de sentido.

—Sí, por supuesto... —dijo Wellington, pensativo.

—Estos hombres se han escapado de su patria y se han refugiado aquí porque ese loco, el presidente ruso, los está buscando para... Bueno, ya sabe usted para qué.

—Sí, claro, comprendo... ¿Y qué sugiere usted que hagamos ahora, al respecto? Con esta información ya podemos comenzar a mover la justicia internacional.

—Sí, por supuesto. Y es eso lo que haremos. Les iniciaremos todos los juicios que correspondan a la maldita Rusia, China, Corea y todas las naciones que haga falta.

El presidente estadounidense asintió con la cabeza.

—Ah, por cierto, me han llegado las noticias de la guerra sudamericana —dijo el señor Clinton. Acto seguido se movió para agarrar algo y enseguida reapareció en la pantalla gigante sosteniendo una bandera brasilera—. ¡Vamos, Brasil! ¡Viva!

Wellington no pudo más que reírse.

—Hombre, me causa usted gracia. Pero no me parece un asunto gracioso en absoluto.

Clinton puso los ojos en blanco.

—Sí, comprendo —dijo, sin mucho interés—. Y también reconozco que lo que ha hecho el presidente brasileño es una atrocidad. ¡Si a mí me lo hicieran corto la cabeza de inmediato! Pero bueno, esta es una excelente oportunidad para ver el potencial que tiene cada país en cuanto a fuerzas armadas. Y honestamente...

El primer ministro se quedó en silencio para llevarse a la boca una taza que probablemente contenía té.

—Les he enviado notificaciones a cada uno —dijo Wellington—. Pero la Argentina no piensa detener sus tropas. Y sé que tiene razón, pero en realidad me gustaría detener esta guerra.

—¿Por qué? Deje que se maten entre sí. No me podría importar menos a mí. El asunto del virus, Rusia y China es definitivamente más importante.

El presidente hizo una mueca.

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