Brasilia, BRASIL - Noviembre 2041 (Idioma original)

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Paulo Joacunda partió en dos un lápiz cuando vio que en la pantalla gigante aparecía la bandera estadounidense. Sisox anunció un comunicado de urgencia, y el mandatario brasileño ya se imaginó por dónde venía la cosa.

—Ja, debí haberlo esperado. El imperialismo nuevamente quiere imponer las reglas de juego... ¡Sisox, ábrelo!

En la pantalla desapareció la bandera norteamericana, y en su lugar Sisox mostró un documento oficial emitido por la Casa Blanca. El presidente lo leyó rápidamente e intentó mantener la calma.

Este es un comunicado destinado a la República Argentina y la República Federativa del Brasil. Por favor, hermanos americanos: les pido que haya paz. Estamos viviendo un momento muy complicado a nivel global: ¡la pandemia del HANTA-40 se está llevando muchas vidas! No pueden permitir que una absurda guerra se consuma aún más vidas.

Detengan esta guerra en este momento, se los pido por favor. ¡Los hermanos americanos deben estar siempre unidos, y más en estas circunstancias!

Señor Ronald Wellington

—Ya me lo imaginaba —soltó Paulo Joacunda—, "que haya paz, que haya paz". ¡El colmo de los colmos! Los Estados Unidos se han encargado de hacerle daño a todo el mundo durante décadas. ¡Debe ser el país más sanguinario del mundo! ¡Que este negro me venga a decir a mí lo que tengo que hacer es el colmo, simplemente el colmo!

Alguien golpeó la puerta del despacho, y de pronto el señor Prieto asomó la cabeza.

—Paulo, por el amor de Dios, ¿qué son esos gritos?

—Ven aquí, querido, ven, no sabes quién nos ha enviado un mensaje... —dijo Joacunda con ironía. El ministro de Guerra ingresó en el despacho y cerró la puerta tras él. Se quitó el cubrebocas mientras avanzaba hacia su interlocutor.

—¿De qué estás hablando? —interrogó.

—El presidente de los malditos Estados Unidos nos ha enviado un comunicado diciendo que detengamos la guerra y qué sé yo... ¡Como si yo la hubiera iniciado!

—Paulo, por favor, sabes perfectamente que sí, que tú la has iniciado. Aunque no directamente, sí de forma indirecta al provocar a la Argentina. ¡Te dije que fabricar su vacuna era una locura!

—No me interesa tu opinión, Jacobo, ya la conozco —dijo el presidente brasilero—. Este maldito hombre no tiene por qué enviarnos este tipo de comunicados. ¡¿Dónde radica la soberanía?! No está hablando con el presidente de Haití, o con el mandatario del microestado lleno de vacas. Esos sí son Estados absolutamente manipulables, ¡pero no el gigante Brasil!

—¿Acaso estás poniéndote al mismo nivel de los Estados Unidos? Paulo, tienes que tener un límite.

El presidente se puso rojo y enseguida había otro lápiz partido a la mitad. El ministro se mostró impaciente.

—Jacobo, decide de una vez por todas de qué lado estás.

—Paulo, intento decirte qué es lo correcto. ¡Pero estás tan cegado que no te das cuenta de nada! El presidente argentino, mal que nos pese, ha reaccionado como cualquiera podría esperar. Tú comenzaste a fabricar su vacuna sin su autorización, él te pidió que te detengas, tú no lo hiciste y entonces te declaró la guerra. Y esto se irá de nuestras manos cada vez más si no lo detenemos cuanto antes.

—Pues lamento decirte que esto no se va a detener, ¡esto acaba de empezar! —exclamó Joacunda. Su interlocutor abrió apenas la boca.

—¿Qué quieres decir? —preguntó, con cierto temor.

—Que el Brasil irá a la guerra con Argentina. ¡Y ya sabemos quién ganará! Las pequeñas y débiles fuerzas armadas argentinas no tienen posibilidad de ganarles a las enormes y poderosas fuerzas brasileñas. ¡La grandeza le pertenece a nuestro querido Brasil! Y nos quedaremos con parte de su territorio y todo.

—¡Paulo, por el amor de Dios, ¿qué estás diciendo?! ¿Te estás oyendo a ti mismo?

—Sí, por supuesto, Jacobo. Esto acaba de comenzar.

—Es una locura, Paulo. Lo mejor que puedes hacer es no ir a la guerra con Argentina, y detener la producción de su vacuna.

—¡Eso nunca! —gritó el presidente brasileño—. Este es el principio del fin de la Argentina. ¡Ja!

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