Sgo. de Chile, CHILE - Diciembre 2041 (Traducción del inglés/Idioma original)

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El presidente chileno, Santiago Aricunda, asistió a la nueva Reunión Interamericana, nuevamente por videollamada. Estaban presentes todos los mandatarios americanos, con excepción del mexicano. El señor Wellington, luego de recordarles a sus oyentes las "atrocidades" que habían cometido y estaban cometiendo los mandatarios de Rusia, China, Corea, Japón, Ucrania y México, pasó luego a hablar sobre una "alianza militar estratégica".

—Los Estados europeos también se unirán y coordinarán esfuerzos para castigar a estos países que han hecho tanto daño a sus propios pueblos, y a toda la humanidad. Necesito saber, por lo tanto, si puedo contar con ustedes para lo mismo.

—¿Para qué? Perdón —dijo la presidenta paraguaya, Carmela Arayúñez. Aricunda revoloteó los ojos. Wellington suspiró.

—Para unificar fuerzas para intervenir militarmente en los Estados en cuestión.

—¿Qué sería exactamente "intervenir militarmente"? —interrogó Carlos Crobato, el mandatario venezolano. Aricunda sintió que algunos de sus pares hispanoamericanos eran sencillamente estúpidos. El primer ministro canadiense, Francis Trotland, parecía pensar lo mismo, o al menos eso demostrada la expresión de hartazgo en su rostro. Aricunda le echó un vistazo al presidente brasilero, que se veía tan furioso como siempre, y al argentino, que en cambio estaba tan tranquilo como era lo usual, fumando un cigarrillo.

—Pues, invadir dichos territorios en caso de que sea necesario —contestó el presidente estadounidense—. Para poder acabar con la producción de este virus y las nuevas cepas que puedan crear. Para detener y arrestar a los autores materiales e intelectuales de esta gran atrocidad.

—Ah, ya veo...

—¿Pero no sería esa una forma de comenzar una guerra? —cuestionó el presidente uruguayo, Alejandro Galván, quien parecía harto de las guerras.

—En efecto, quizás... Pero nuestro objetivo siempre ha sido la paz —aclaró Wellington—. Son ellos los que han cometido estas atrocidades. Y sabrán ustedes que nosotros no podemos quedarnos de brazos cruzados. ¡Nuestros pueblos han padecido esta terrible enfermedad, con un fin totalmente absurdo!

—Sí, eso me parece una locura —habló Aricunda—. Los responsables deben pagar por el daño cometido.

—¡Exactamente! —convino Arayúñez, levantando las manos—. ¿Y qué tenemos que hacer?

—Para empezar, mantenernos todos unidos. ¿Recuerdan lo que les pedí en la anterior reunión? —dijo Wellington. Aricunda le echó un nuevo vistazo a su pares argentino y brasilero. Sabía que el presidente estadounidense les estaba hablando especialmente a ellos—. Me alegra que esté reinando la paz nuevamente en el continente americano. Es necesario que estemos todos juntos para poder ser más fuertes. Todos los Estados americanos y europeos deben enfrentar y condenar estas atrocidades.

—¡Así se habla! —exclamó Arayúñez. Aricunda frunció el ceño, al igual que casi todos los oyentes restantes, incluidos Joacunda, Martini y el propio Wellington—. Paraguay movilizará sus fuerzas armadas si es necesario... ¡Uy, hacía tanto que no ocurría esto!

—Por el amor de Dios —se oyó el comentario que masculló el presidente brasileño. Gabriel Martini se llevó una taza (probablemente de café) a la boca, y levantó las cejas. 

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