Un hombre de cabello castaño claro, con barba media del mismo tono, ojos marrón verdosos y de tez café claro, se encontraba pensativo en el sillón presidencial. Tenía la mirada perdida y experimentó un leve temblor cuando los recuerdos volvieron a su mente.
Rulo —como él lo llamaba— quería ser presidente. Él quería ser astronauta. Los dos solían jugar a muchas cosas en su habitación. Tenían peleas cada tanto, pero eran las típicas y tontas peleas que dos hermanos podían tener. Fuera de eso, los dos se querían mucho, o al menos él quería mucho a su hermano. Pero desde hacía tiempo no lo había vuelto a ver. Lo extrañaba más de lo que podía admitir, pero sabía que era un caso perdido. Rulo estaba muy lejos de él, tanto en sentido físico como sentimental. Rulo lo odiaba y él lo sabía. También sabía que tenía motivos para odiarlo, y aunque numerosas veces había intentado remendar su vínculo, lo cierto es que no había funcionado.
Observó un cubo de Rubik que estaba siempre sobre su escritorio. Era idéntico al que solía tener cuando niño, pero no era el original. El original se lo había quedado Rulo. A los dos les encantaba jugar con ese cubo, y le daban mil usos en los distintos juegos que inventaban.
—Si puedo armar este cubo —había dicho una vez Rulo—, seré capaz de gobernar un país.
Él se reía. Rulo estaba obsesionado con ser presidente, y él, con ser astronauta. Le gustaba imaginar que caminaba sobre la luna cuando en realidad caminaba sobre su cama.
—Cuando sea presidente, voy a financiar un programa espacial para que vayas a la luna así dejás de joder —le había dicho una vez Rulo. Rulo sabía hablar perfectamente el español en su dialecto rioplatense, y él estaba seguro de que, a pesar de que habían pasado muchos años, no había perdido esa habilidad.
Salió de sus pensamientos cuando alguien golpeó la puerta.
—Adelante —dijo. Su ministro de Salud entró en el despacho.
—Gabi, me mandaste a llamar —dijo el hombre, un anciano llamado Rosendo Afraganti, que usaba un barbijo negro.
—Sí, vení, sentate por favor —dijo el presidente de la República Argentina, llamado Gabriel Martini, mientras se colocaba un barbijo descartable. Lucía muy joven en relación a la edad que tenía. La primera medida que había tomado como presidente fue una reforma del Código Penal: la imposición de cadena perpetua para aquellos individuos acusados de homicidio culposo en siniestros en los que condujeran alcoholizados. La amplia mayoría en ambas cámaras del Congreso Nacional lo había ayudado. Esta reforma del Código tuvo muy buena reacción en la población. El presidente Martini, además, consideraba desde hacía rato la inclusión de la pena capital en el Código Penal, aunque el Pacto de San José de Costa Rica seguía siendo un impedimento que debía sortear.
El señor Afraganti se sentó en el asiento que estaba frente al escritorio detrás del cual se encontraba el presidente. Apoyó sus manos junto a un cuadro en el que había una foto de un astronauta caminando sobre la luna.
—Es la curva, ¿no? Te está asustando —dijo el ministro de Salud. El presidente Martini hizo una mueca.
—No sé si es que me asusta; era esperable que esto pasara —contestó.
—¿Estuviste pensando en la cuarentena?
—Sí, y sigo pensando que no es lo mejor —dijo el presidente sacudiendo la cabeza. El señor Afraganti apenas asintió—. En el 2020 se encerró a los argentinos durante meses y para lo único que sirvió fue para dinamitar la economía, que ya venía bastante mal. Después vivimos más de quince años sin caer en una nueva crisis, y ahora esta pandemia...
—Sí, da mucha bronca —dijo el ministro de Salud.
—Sí —dijo el señor Martini mientras se llevaba a la boca la taza de café que hasta hace un momento estaba sobre una bandejita de madera. Al presidente argentino le encantaba el café, y con gran frecuencia lo utilizaba para tomar unas pastillas que lo ayudaban a controlar su estrés y quitarle su cansancio. Tomó unos sorbos y luego devolvió la taza a la bandeja—. Que vuelva a pasar esto ahora... No, no voy a tomar las mismas medidas que ese gobierno de izquierda que destruyó nuestro país.
—Hay un sentimiento de bienestar generalizado entre la población —dijo el señor Afraganti—, debido al hecho de que la Argentina esté gobernada por la derecha en esta nueva pandemia.
El presidente movió el cuello exhibiendo su notable agotamiento.
—¿Todo bien? —interrogó el ministro de Salud.
—Sí, todo bien —resopló Martini—, dentro de lo que se puede esperar.
—Ser presidente es muy estresante, ¿no?
—Me gustaría gobernar Aruba —contestó Gabriel Martini con expresión de hartazgo. El señor Afraganti se echó a reír.
—Vamos, vamos que podés... Yo sé que preferirías estar flotando en una nave espacial, comiendo granos y... Bueno, no sé exactamente cómo es la vida de un astronauta.
El presidente hizo un gesto indicándole a su interlocutor que dejase de hablar.
—Basta, basta, no quiero ni pensarlo... —dijo. El ministro de Salud se quedó en silencio—. Yo sé que la curva sigue subiendo, pero ya no sé qué hacer. El toque de queda está, hasta donde sé, dando sus resultados, los mejores resultados que puede dar. A Europa le está yendo más o menos bien así que vamos a seguir así. Y en cuanto ellos tomen otra medida, la vamos a imitar.
El señor Afraganti se echó a reír nuevamente.
—¿De qué te reís? —preguntó, con cansancio, el presidente.
—No, de nada, perdón. Ah, por cierto, escuché lo del proyecto de la CONAE de enviar nuevamente personas al espacio. Me parece un excelente plan —dijo el ministro de Salud. El señor Martini movió la cabeza.
—Sí, qué sé yo. Es uno de esos proyectos que se pueden largar igual aunque haya una pandemia de mierda. Pero bueno...
—Sí... Ya cargué el reporte diario al sistema.
—Genial —dijo el presidente sin entusiasmo, mientras se ponía de pie—. Sisox.
Una enorme pantalla bajó del techo y dijo:
—Sí, Excelentísimo Señor.
—Mostrame el reporte diario, me voy a fumar un cigarrillo —dijo el señor Martini acercándose a una gran ventana.
—Por supuesto, Señor —dijo la pantalla y a continuación procedió a mostrar el reporte diario, mientras el presidente sacaba un cigarrillo de una caja de cigarrillos, y lo encendía. Luego miró con agotamiento lo que mostraba la pantalla, al igual que su ministro de Salud.
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2041
Ficção CientíficaA fines de 2040, una nueva variante de un virus ya existente comienza a expandirse por todo el mundo, desde Rusia. Las agencias de investigación de las potencias de Occidente buscan desentrañar la verdad y aplicar represalias. Mientras tanto, una ab...