Ciudad del Vaticano - Noviembre 2041 (Idioma original)

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El papa Venusplácido I, sucesor de Tiburcio I, aún seguía escandalizado. Consideraba el territorio americano, así como el europeo y el oceánico, como tierras de paz. ¡De ninguna manera iba a permitir que tuviera lugar una guerra durante su paso por el Vaticano! Pero la guerra ya había comenzado: los primeros enfrentamientos entre la Argentina y el Brasil tuvieron lugar en la frontera entre la provincia de Corrientes y el estado de Río Grande del Sur. Las tropas argentinas habían invadido el estado más austral de Brasil, y avanzaron hasta que los brasileños les presentaron batalla.

El papa estaba a punto de rendirse, después de sucesivos intentos de comunicarse con los beligerantes, cuando el presidente argentino atendió la videollamada.

—¡Ah, por fin! —dijo el papa, que era conocido por su habilidad para hablar numerosos idiomas: romano, italiano, inglés, alemán y español—. ¡Señor, le pido que detenga ya mismo sus tropas! ¡Que reine la paz en las Américas!

Detrás del escritorio del presidente había dos banderas presidenciales. Gabriel Martini, conocido por su extremo ateísmo, se llevó a la boca su taza de café y parpadeó dos veces.

—Señor, le he atendido por gentileza. No pienso detener las tropas ni nada parecido. El conflicto con el Brasil, lamentablemente, no puede resolverse de otra forma que no sea la guerra. El señor Joacunda se ha negado a oír mis pedidos.

—¡Pero hombre! Nuestro deber como seres humanos solidarios es exportar nuestras vacunas al mundo. ¡Todas las personas deben salvarse! —Martini frunció el ceño—. El camino que ha elegido Paulo Joacunda, por supuesto, no es el correcto. Pero es lo que se la ha ocurrido. No puede usted negarle la posibilidad de proteger a su población de virus. Debe usted aprender a ser más solidario.

El presidente argentino, atónito, apoyó la taza sobre un platito de porcelana y cortó la videollamada enseguida. El papa Venusplácido I quedó boquiabierto. Bajó la mirada, pensativo, y decidió hacer nuevamente el intento de videollamar a la República Federativa de Brasil. Para su sorpresa, el presidente brasileño por fin contestó.

—¡¿QUÉÉÉ?! —gritó Paulo Joacunda, en español, apenas su rostro apareció en la pantalla gigante. Su interlocutor trató de mantener la calma.

—Señor Joacunda, veo que por fin ha decidido atenderme. Sólo quería decirle que reprocho la decisión que ha tomado de producir la vacuna argentina —el presidente brasilero se puso rojo. Detrás de él estaba la bandera nacional, a la izquierda, y el estandarte presidencial, a la derecha—. Sin embargo, entiendo que es lo único que se le ocurrió hacer para poder vacunar a su población. Lo entiendo y lo respeto. Pero quisiera que esta absurda guerra con la Argentina se detuviera cuanto antes.

—Pues al parecer la guerra no se detendrá, hombrecito —contestó Joacunda—. Y sinceramente, su opinión al respecto no me puede importar menos. ¡Ya deje de molestarme!

Dicho esto, cortó la videollamada. El papa, nuevamente boquiabierto, se puso de pie de inmediato y salió de su despacho. Con el temblor que provocó al cerrar la puerta tiró abajo la fotografía enmarcada que había sobre su escritorio, donde se lo veía tocando su antigua guitarra eléctrica, en la época en que formaba parte de la banda de rock llamada "Los sionistas". 

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