El presidente Wellington fue muy bien recibido por el primer ministro inglés. El señor Clinton era más bajito en persona y tenía un rostro "gracioso" en palabras mentales de Wellington. Su acento británico, además, sonaba más marcado al hablar cara a cara.
—Tome asiento, por favor —dijo Clinton—. Enseguida estarán aquí. Y podrá hacerles todas las preguntas que quiera.
—De acuerdo —Wellington asintió y sonrió levemente. Se ubicó en un cómodo asiento y paseó su mirada por el despacho, el cual era bellísimo. El primer ministro se levantó de su gran escritorio de madera, detrás del cual había una bandera de Inglaterra y otra del Reino Unido. El Reino Unido ya no existía, pero Wellington sabía que a ese hombre le costaba superar algunas cosas.
—Adelante —dijo Clinton cuando alguien golpeó la puerta.
—Señor, aquí están los científicos —informó un hombre negro que estaba vestido de traje y utilizaba un cubrebocas más negro que su piel.
—Genial, gracias.
Tres hombres que eran aún más pálidos que el presidente brasileño ingresaron en el despacho. El primer ministro los miró con una enorme sonrisa; el presidente estadounidense los estudiaba con atención. Los tres sujetos se sentaron delante de los dos mandatarios.
—Buenas tardes, señores —dijo cada uno de ellos, en inglés.
—Buenas tardes —dijo Wellington—. ¿Son ustedes los científicos que han huido de Rusia?
—Así es, Señor Presidente —contestó el primero—. Y desde entonces nos estamos refugiando aquí.
—Ya veo. Cuéntenmelo todo, por favor.
Los tres hombres se miraron entre sí. Habló el del medio.
—Un día fuimos a trabajar a nuestro laboratorio, como cualquier otro día. Y entonces nuestro jefe nos dijo que debíamos crear un nuevo virus, o mejor dicho, una nueva variante de un virus que ya existe, para un experimento.
—¡Un experimento! —exclamó el señor Clinton con sarcasmo—. Vaya experimento.
—Sí, fue un engaño —dijo el tercer hombre—. Cuando terminamos el "experimento", a las pocas semanas comenzamos a enterarnos de que por algún motivo las personas estaban "resfriándose" con frecuencia.
—Y todas prácticamente al mismo tiempo —agregó el primer científico.
—Sí... Por supuesto, al principio no nos dábamos cuenta de nada —dijo el segundo—, pero con el paso del tiempo...
—Ya era evidente —finalizó el tercer hombre.
—Y todo esto... ¿por la cuestión de la superpoblación? —preguntó el presidente norteamericano, algo incrédulo.
—Exactamente, Señor —dijo el científico que estaba en el medio—. Nos hemos enterado de que China tiene mucho interés, ya desde hace años, en deshacerse de gran parte de su población.
—¿Pero cómo es que se enteraron de eso?
—Oímos a nuestro jefe hablando por teléfono con un superior suyo —contestó el primer científico—, alguien de las esferas del gobierno.
—Oh... Esto es demasiado grave.
—¡Demasiado! —exclamó el primer ministro inglés, mientras se miraba las uñas—. Ay, están muy largas.
—Deben tomar cartas en el asunto —dijo el tercer científico—. Ustedes son los mandatarios de dos de las naciones más poderosas de la Tierra.
—¡Las más poderosas!
Wellington miró a su par inglés con el ceño fruncido.
—Así que deben tomar cartas en el asunto —continuó el científico—. Yo amo mi patria, pero no me gusta en absoluto esto que está haciendo nuestro presidente.
—¡Miles de personas han muerto y morirán gracias a este virus! —añadió el científico que estaba en el medio.
—Sí, lo sabemos. Y no se preocupen; nosotros haremos lo correcto, lo que corresponde —dijo el presidente estadounidense—: iniciaremos los juicios que sean necesarios y llegaremos hasta las últimas consecuencias.
—¡Las últimas consecuencias! —exclamó el señor Clinton.
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2041
Science FictionA fines de 2040, una nueva variante de un virus ya existente comienza a expandirse por todo el mundo, desde Rusia. Las agencias de investigación de las potencias de Occidente buscan desentrañar la verdad y aplicar represalias. Mientras tanto, una ab...