Buenos Aires, ARGENTINA - Noviembre 2041 (Idioma original)

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Gabriel Martini, con anteojos de sol y una gorra con visera, caminaba a paso tranquilo por las calles de Buenos Aires. Andaba cabizbajo, con la cabeza claramente inmersa en algún pensamiento obsesivo.

La guerra iba bien. O no. No estaba seguro. Las tropas argentinas habían destruido ya las capitales de dos estados brasileros, pero los brasileros habían hecho lo mismo con las capitales de cuatro provincias argentinas. Además, se habían instalado en la provincia de Formosa como si tuvieran intención de anexionarla a su territorio, pero eso tenía sin cuidado a Martini.

La Armada Argentina y la Marina de Brasil inminentemente se enfrentarían en las costas uruguayas. El presidente argentino quería evitar a toda costa que se bloqueara el puerto de Buenos Aires. ¡No otra vez! Eso era simplemente inadmisible.

El objetivo de la guerra era que Brasil, es decir, Paulo Joacunda detuviera la producción de la vacuna argentina. Pero Martini sabía, o suponía, que ese objetivo recién se alcanzaría cuando la Argentina ganara la guerra (y si es que la ganaba, claro está). El mandatario brasileño no iba a dar el brazo a torcer antes de una derrota. O quizá, llegado el momento, ni siquiera reconocería la derrota. Mientras tanto, ambos Estados se destruirían mutuamente. ¿Acaso tenía eso algún sentido? Para Martini no, pero no podía permitir que el Brasil produjera su propia vacuna, a costa suya.

Recordó lo que había informado Wellington, el presidente estadounidense, en la Reunión Interamericana. A pesar de que aún le sorprendía la noticia, se dio cuenta de que no estaba tan asombrado. "Cualquier cosa se puede esperar viniendo de Rusia", pensó. Y también pensó que era una verdadera locura. Todas las personas que se habían enfermado con ese virus, todas las que habían sido internadas, todas las que habían muerto. Y las que se enfermarían, las que serían internadas, las que morirían... ¡Una locura!

Se detuvo en seco, frente a una casa. Era alta, de al menos tres pisos, y blanca. Martini se quitó los anteojos de sol y parpadeó. Avanzó dos pasos y le echó un vistazo al amplio patio de la casa. De pronto un montón de recuerdos comenzaron a pasar por su cabeza.

Tenían una pileta redonda de lona que era enorme. Pasar los calurosos días de verano allí era fantástico. Con Rulo. Tenían pistolas de agua. Y llenaban bombuchas con agua. Y se escondían cosas en la pileta, objetos que luego tenían que buscar. Y el tiempo pasaba tan, tan lento.

Rulo lo quería. Y él quería a Rulo. Los dos se querían. Después de todo, eran hermanos.

"Ojalá pudiera volver el tiempo atrás", pensaba Martini. Pero no podía. Y ya era demasiado tarde. Era una bomba de tiempo.

—Ruuun, ruuun.

Rulo imitaba el sonido de una moto de agua mientras movía un juguete en el agua de la pileta. Martini se reía e imitaba esa onomatopeya con otro juguete.

—El buque de guerra atacaa, ¡ataca! —exclamó Rulo aquella vez. Los dos hermanos jugaban a que eran naciones que estaban en guerra.

—La armada alinea sus buques y se prepara para el contraataque —dijo el pequeño Martini entre risas. Y Rulo también se reía. A Martini le encantaba su risa.

La guerra la terminó ganando Rulo.

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