Kiev, UCRANIA - Febrero 2041 (Traducción del ucraniano)

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Voldomir Prisinsky, presidente de Ucrania, se acomodaba la corbata a cara de perro. Del otro lado del escritorio donde estaba sentado —sobre el que había una fotografía enmarcada de la última central nuclear inaugurada en el país— se encontraba Leonid Krasinsky, el primer ministro ucraniano; ambos utilizaban un cubrebocas. Krasinsky se entretenía dibujando mientras conversaba con el presidente.

—No voy a negarlo. Porque sería una estupidez hacerlo —dijo el señor Prisinsky—, pero esto de que Rusia se crea que siempre nos puede obligar a hacer todo lo que quiera... Es agotador.

—Agotador —repitió el primer ministro mientras garabateaba unas rayas y curvas.

—Sí. Y lo peor es que puede. Que tiene con qué. Importantes acuerdos económicos, financieros... que tenemos firmados con Rusia y que nos conviene tener firmados, actualizados. Esto... Se hace de verdad muy difícil.

—Difícil —repitió el señor Krasinsky a la vez que jugaba con el lápiz que tenía en la mano.

—Sí —dijo el presidente ucraniano mirando a su interlocutor seriamente—. Y si esto sigue así, no me quedará otra opción más que despedirlo a usted y soltar las bombas atómicas.

—Atómicas —repitió el primer ministro y de pronto sus ojos se agrandaron—. Espere, ¿tenemos bombas atómicas?

—¡No! ¡Es que usted no me está escuchando!

—Ah. Sí, lo siento, es que ya estoy hasta la cabeza con este tema. Rusia es... poderosa. Dominante.

—Asfixiante —agregó el señor Prisinsky.

—Sí, eso, asfixiante.

—¿Sabe usted que he oído que hay científicos que... que se oponen a todo esto?

El primer ministro se mostró interesantísimo.

—¿Ah, sí? —preguntó.

—Sí. Si tan sólo... No, no sé si lo van a hacer. No creo que puedan.

—¿De qué está hablando?

El presidente ucraniano suspiró.

—Nada, déjelo ahí. No sé si tenemos esperanza. Esto es demasiado —dijo.

—Bueno, si recurriéramos a la ONU, podríamos... Ah, espere, la ONU ya no existe. ¿A dónde nos vamos a ir a quejar? —dijo el señor Krasinsky.

—No, pero si le digo que quejarnos no nos serviría de nada. No nos conviene en absoluto tener a Rusia en nuestra contra.

—No, no, por supuesto. Ahora bien, ¿qué le parece mi dibujo?

El presidente ucraniano puso los ojos en blanco. 

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