Paulo Joacunda estaba jugando al golf en las afueras del Palacio de Planalto cuando recibió la terrible noticia.
Los señores Cormeni y Prieto, ministros de Salud y de Guerra respectivamente, se acercaron nerviosos al presidente. Este los vio llegar y puso los ojos en blanco.
—Dios mío, no me dejan descansar ni un minuto... —masculló antes de lanzar una bola de golf.
—Señor Presidente —habló el señor Cormeni con temor. El presidente brasileño lo miró con odio.
—¿Qué se le ofrece? —interrogó colocando otra bola de golf en el sitio desde donde iba a lanzarla—. ¿No ve que estoy en medio de una maravillosa partida de golf?
—Paulo, tenemos algo que decirte —dijo el señor Prieto antes de que el presidente pudiera lanzar la siguiente bola. Joacunda apoyó el palo de golf en el suelo y lo miró con agotamiento.
—Pues díganmelo ya.
El ministro de Guerra miró al de Salud.
—Dígaselo usted —dijo Cormeni.
—No, mejor dígaselo usted —contestó Prieto.
—No, usted tiene más...
—¡¡Ya díganme lo que me tienen que decir!! —ladró el presidente. Los dos ministros bajaron la cabeza.
—Eh, Paulo, resulta que... —comenzó Prieto.
—¡Habla ya!
—Que Argentina está produciendo una vacuna —dijo el señor Prieto por fin.
—¡¿QUÉ?! —gritó Joacunda antes de lanzar con toda su furia la bola de golf, que salió disparada junto con el palo, a una velocidad increíble: ¡cualquiera hubiera dicho que esa bola atravesaría el Océano Atlántico!
—Sí, así es —dijo el señor Cormeni con terror, mientras veía el palo y la bola de golf alejándose.
—¡LO VOY A MATAR! —gritó el presidente brasileño mientras caminaba con notable furia hacia la Casa de Gobierno.
—¿A quién vas a matar, Paulo? —le preguntó Prieto siguiéndolo.
—A ese hombre. Le voy a meter el Obelisco por donde no le da el sol. ¡Me va a conocer! —dijo Joacunda mientras seguía avanzando, pisando cada vez más fuerte.
Los ministros Cormeni y Prieto se miraron aterrorizados.
—Señor Presidente —le dijo una de sus asesoras a Joacunda cuando este llegó a la Casa de Gobierno—, Uruguay está llamando.
—¡BLOQUEE A ESE RAQUÍTICO PAÍS DE UNA VEZ POR TODAS! —gritó Joacunda con todas sus fuerzas.
—Dice que es urgente, Señor Presidente —dijo la mujer siguiendo los pasos de Joacunda—. Que tiene que ver con la vacuna argentina y que le va a interesar.
El presidente brasileño miró a su asesora entre dudoso e interesado.
—Que no me moleste nadie —dijo antes de avanzar hasta el despacho presidencial.
Dentro, Sisox estaba baja y la habitación se veía iluminada de azul y en menor lugar de color oro. El presidente Joacunda se sentó en su escritorio y fulminó con odio la bandera uruguaya. Sin embargo, dijo:
—Atender.
El presidente uruguayo, Alejandro Galván, apareció en la pantalla gigante. Se veía realmente emocionado, y Joacunda no sabía por qué.
—Me han dicho que me estaba llamando —escupió este último, hablando en español, más precisamente en dialecto rioplatense—. Pero no le atendí por eso sino porque también me han dicho que lo que me tiene que decir es importante. Bueno, lo escucho, y si no me resulta importante, le aseguro que le haré pagar el tiempo que me está haciendo perder.
—No se preocupe usted, no le haré perder nada de tiempo —replicó Galván—. Supongo que ya se ha enterado de que Argentina está...
—¡Ni lo mencione! —gritó Joacunda. Galván sintió temor—. Dígame lo que me tiene que decir o le corto.
—Bueno, pues... Mire, le contaré. Hace varios meses, cuando fui a una visita de Estado a la Argentina, instalé una cámara y un micrófono en el despacho presidencial de la Casa Rosada —dijo Galván. El presidente brasileño mostró un repentino interés en lo que escuchaba. Galván se interrumpió para sonreír y luego continuó—: Y pues, desde entonces mi, eh, servicio de inteligencia ha estado viendo y oyendo todo lo que ocurre en ese despacho. Y se sorprenderá al saber que tengo ni más ni menos que la... fórmula, podríamos decir, de la vacuna argentina.
Joacunda levantó ambas cejas, muy asombrado.
—¿Está por decir lo que yo creo que está por decir? —interrogó. La sonrisa del presidente uruguayo aumentó.
—Sí. Eh, supongo. Tranquilamente en este momento le podría pasar a usted la fórmula —dijo Galván— y... Bueno, ya sabe usted lo que sigue.
El presidente brasileño se mostró pensativo. Sus ojos negros y penetrantes iban de un lado a otro.
—¿Todo esto es absolutamente desinteresado? —interrogó. Galván se echó a reír y eso lo irritó.
—Comprenderá, compañero, que nada es desinteresado, y menos cuando hablamos de, eh, cuestiones políticas —dijo Galván.
—¿Y qué es lo que quiere a cambio? —preguntó Joacunda con profundo odio en su voz.
—Bueno, pues... Aún no lo sé bien. Pero algo que me beneficie, que beneficie al Uruguay. Inversiones, préstamos de grandes suma de dinero sin interés o incluso gratuitos, o directamente que me transfiera dinero.
Joacunda se mostró nuevamente pensativo. Odiaba estar negociando con el hombrecito que gobernaba ni más ni menos que el raquítico Uruguay, pero la propuesta era muy interesante, mucho más de lo que había esperado.
—¿Y por qué no produce usted la vacuna? Su país —le dijo al uruguayo. Este se puso algo nervioso—. Ah, no me diga, es porque no tiene la capacidad.
—Sí, bueno, no viene al caso —contestó Galván—. ¿Le interesa la oferta o no?
—Por supuesto que me interesa —dijo Joacunda de inmediato.
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2041
SciencefictionA fines de 2040, una nueva variante de un virus ya existente comienza a expandirse por todo el mundo, desde Rusia. Las agencias de investigación de las potencias de Occidente buscan desentrañar la verdad y aplicar represalias. Mientras tanto, una ab...