Buenos Aires, ARGENTINA - Agosto 2041 (Idioma original)

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Gabriel Martini entró en el Cementerio de la Recoleta por la mañana. A pesar de que su custodia había insistido en acompañarlo, él se negó, y aunque existía la posibilidad de cerrar las puertas del cementerio para que nadie más entrara y él fuera el único allí, él se negó aún más.

Llevaba un sobretodo marrón, una agobiante bufanda roja, un gorro polar, y un barbijo negro. Gracias a esas prendas no sentía frío en absoluto, pero la bufanda lo estaba asfixiando.

Caminaba a paso lento y con la cabeza gacha. Sabía perfectamente el camino, había pasado por ahí un montón de veces, desde chiquito. Levantó la mirada en un cruce de caminos y comenzó a observar, una vez más, las distintas tumbas y los asombrosos mausoleos. Pensó que, como presidente de la Argentina, el día en que muriera estaría enterrado ahí y, quizás, un ¿hermoso? —si es que se lo podía describir así— mausoleo se levantaría sobre su cadáver.

Sólo esperaba ser enterrado cerca, o al lado, de sus papás.

Dobló en una esquina y llegó al lugar. Sus ojos estaban, como siempre que se encontraba allí, enrojecidos y llenos de lágrimas. Se arrodilló frente a las dos tumbas, en las que se leía "VÍCTOR OSVALDO MARTINI (1960-2003)" y "ANA PAULA SANTOS DE MARTINI (1962-2003)". Y comenzó a llorar.

Pasaron unos minutos hasta que sintió la mano en el hombro. Se dio vuelta, asustado, y observó a su novia.

—Juli, ¿qué hacés acá? —preguntó.

—Necesito que me hables —dijo ella arrodillándose junto a él—. Que me cuentes.

Martini miró las tumbas y bajó la cabeza. Su novia lo abrazó con fuerza. Cuando se separaron, volvió a hablar:

—Gabi... ¿qué fue lo que les pasó? Por favor, necesito saber.

Martini la miró a los ojos y se tomó su tiempo para contestar.

—Era un campamento escolar —dijo con lágrimas cayendo por sus mejillas. La señorita Ambriosi lo oía con mucha atención—. Yo tenía ocho años. Y un día me empezó a doler la panza. Me dolía mucho. Hablé con las maestras y les dije que quería que me pasaran a buscar. Llamaron a mis... a mis papás y les contaron lo que estaba pasando. Ellos dijeron que iban a mandar al chofer para que me pasara a buscar... Pero yo no quería —Martini sacudió la cabeza y su voz se quebró. Su novia tenía una mano apoyada en su hombro—. Yo quería que me pasaran a buscar ellos. Insistí e insistí. Quería que ellos vinieran... Y entonces dijeron que iban a venir, que me iban a pasar a buscar —Martini tenía el rostro enrojecido y la señorita Ambriosi le apretaba con fuerza la mano—. Y cuando... Cuando estaban yendo para el campamento... chocaron —Martini cerró los ojos y su novia sintió un golpe en el pecho—. Chocaron con un tipo que estaba borracho —confesó Martini. La señorita Ambriosi abrió bien los ojos—. Y... fue casi instantáneo.

El presidente argentino se echó a llorar desconsoladamente y su novia lo abrazó con mucha fuerza.

—Si yo no les hubiera pedido que vengan... —dijo Martini en el pecho de la mujer.

—Gabi no, no te hagas esto.

—Pero es la verdad —dijo el hombre apartándose. Miró de nuevo hacia las tumbas—. Ellos estarían acá. Eran tan... tan jóvenes. Y si yo no les hubiera exigido que vinieran...

—Gabi, no —la señorita Ambriosi tomó el rostro de su novio con ambas manos—. No te hagas esto. No es tu culpa.

—¡Sí es mi culpa!

—No. Fue un accidente. Los accidentes pasan y no es culpa de nadie. O a lo sumo fue culpa del borracho ese. Pero no fue tu culpa. Vos sólo querías ver a tus papás.

—Y ahora ya no los puedo ver más —dijo Martini antes de echarse a llorar de nuevo. Su novia lo abrazó una vez más y él se sintió protegido pero débil.

—Gabi —dijo ella acariciándole la cabeza—, ellos sí te ven, creeme. Te están viendo ahora. Desde arriba. Están viendo cómo conducís el país y todo lo que hacés. Están muy orgullosos. Y saben que no fue tu culpa.

Martini mantuvo su cabeza en el hombro de su novia por un rato, escuchándola.

—Rulo nunca me lo perdonó —dijo. La mujer cerró los ojos al oír ese nombre. Ella había sido novia de Rulo durante un tiempo, cuando ambos eran adolescentes e iban juntos a la universidad. Rulo siempre había estado enamorado de ella, pero ella en realidad sentía cosas por Gabriel, el hermano de Rulo. Cuando le confesó esto, Rulo se enfureció muchísimo con ella y con Gabriel. Desde entonces lo odiaba aún más y seguía odiándolo con todas sus fuerzas.

—No le des bola, Gabi. Ya sabés cómo es Rulo.

Martini se apartó de nuevo y se frotó los ojos.

—Sí, ya sé cómo es. Pero tiene razón. Yo le saqué a papá y a mamá. Si no me hubiera dado ese berrinche...

—Gabi, basta, en serio. No puedo verte así —dijo la señorita Ambriosi antes de ponerse de pie—. Vení, vamos.

Su novio, aún arrodillado, la miró.

—¿A dónde? —interrogó.

—No sé, a pasear, a tomar algo por ahí. A que te despejes un poco. Este día es horrible para vos y lo sé, por eso necesitás mantener la mente ocupada.

Martini dudó antes de tomar la mano de la mujer. Se puso de pie y ella pasó un brazo por su espalda. Empezaron el camino de regreso. 

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