Ottawa, CANADÁ - Marzo 2041 (Traducción del inglés)

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El primer ministro canadiense, Francis Trotland, se encontraba pensativo en el asiento de su despacho. Acababa de terminar una videoconferencia con Inglaterra, Francia, Alemania y otros Estados europeos.

—Bueno, has oído lo mismo que he oído yo —dijo Trotland.

—Sí —contestó su mano derecha, sentado del otro lado del escritorio del primer ministro, sobre el que había una fotografía enmarcada de una hoja de arce—, es importante contar con el apoyo de las potencias europeas.

—Así es. En caso de que Estados Unidos decida ir a guerra contra Rusia y... sus eventuales aliados, pues nosotros iremos a guerra también apoyando a los estadounidenses.

—Así es. ¿Crees que en efecto estamos cerca de una guerra?

El primer ministro hizo una mueca, pensativo.

—Me gustaría creer que no. Creo que una guerra en este momento sería, eh, devastadora para toda la humanidad. Rusia, ¡China! No creo que les tiemble el pulso si consideran necesario lanzar una bomba atómica o algo por el estilo. ¡Y no quiero que se extinga así nuestra existencia!

—No, por supuesto, nadie quiere eso.

El señor Trotland sacudió levemente la cabeza.

—Eso quiero creer. Ahora que ya no está la ONU para resolver los conflictos... —dijo.

—Bueno, tampoco es que la ONU fuera muy efectiva —replicó su interlocutor—. Por algo se disolvió.

—Sí, lo sé. Tienes razón, pero al menos era algo...

—Los rusos... y los chinos... no son estúpidos, ellos tampoco quieren que toda... la vida, la existencia termine así.

—Sí, supongo que pienso lo mismo. Pero no entiendo entonces para qué crearon esta enfermedad —dijo el primer ministro.

—Bueno, eso no está probado aún. Debemos esperar, a ver qué nos comunica el señor Wellington, los ingleses... etcétera.

El señor Trotland suspiró hondamente.

—Tráeme un té, por favor —pidió.

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