El presidente uruguayo, Alejandro Galván, se encargó de que el termo y el mate se vieran bien ante la cámara. Ese día era la reunión anual del Mercosur, reunión que en esta ocasión, debido a la pandemia de hantavirus, se realizaba de manera virtual.
—A ver... ¿Ahí se ve bien? Sí, sí ahí está —murmuró el hombre, posicionando el termo en el escritorio. La pantalla gigante estaba baja y en ella se veían las banderas de todos los países integrantes del bloque en orden alfabético: Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay, Venezuela y Uruguay. En realidad, donde debía estar la bandera uruguaya se veía él—. A ver, Sisox, manteneme las banderas, pero achicalas y mostrame lo que está haciendo cada presidente. No puede ser que tarden tanto...
—Enseguida.
Justo cuando Sisox cumplió la orden, las banderas de Brasil y Bolivia desaparecieron y en su lugar aparecieron los presidentes de dichos países, sentados en su despacho presidencial y con la bandera nacional detrás —en el caso de Brasil, también se veía el estandarte presidencial—. Galván notó el nuevo cartel que estaba detrás de Joacunda, que decía "BRASIL: POTENCIA DEL MERCOSUR". El presidente uruguayo puso los ojos en blanco disimuladamente.
—Ah —habló Joacunda en su español rioplatense—, ¿dónde están los que faltan?
Galván achinó los ojos y observó con atención al presidente boliviano. Rafael Caligo, que tenía aspecto de alemán, parecía una piedra. Estaba tan quieto que Galván creyó que era una imagen y no una persona de verdad. No lo veía parpadear y dudaba de que parpadeara justo cuando él parpadeaba. Sin embargo, en el recorte de pantalla donde se veía el despacho presidencial boliviano, Galván pudo ver a Caligo perfectamente sentado en su asiento. Observó también que el mandatario venezolano y la presidenta paraguaya se dirigían a su asiento, y pronto sus banderas desaparecieron, y aparecieron ellos en su lugar, también con la bandera nacional de pie detrás de ellos.
—Buenas tardes, señores —dijo Joacunda con malhumor.
—Buenas tardes —dijo Galván, algo molesto.
—Buenas tardes —dijeron los mandatarios de Paraguay y Venezuela al unísono. La mujer no pudo evitar una risita por la coordinación.
—Buenas. Tardes —habló el presidente boliviano. Galván nunca había visto a un hombre tan pero tan serio hasta que conoció a Rafael Caligo.
—Que quede claro una cosa —dijo el presidente de la República Federativa de Brasil, y sus intensos ojos negros miraron con intensidad hacia la cámara—: yo no soy quien para esperar. Cuando yo me conecto ya tienen que estar todos conectados. ¿O se piensan que estoy para perder el tiempo? —los presidentes hispanoamericanos lo oían con atención—. Y encima el... presidente argentino que no aparece. Yo diría que empecemos sin él.
—Yo diría que lo esperemos —replicó Galván, que ese día tenía ganas de llevarle la contraria al presidente brasileño. Desde que habían cerrado su trato, Galván sentía que tenía con qué amenazar a su socio, y ya no se sentía tan inferior a él.
—Yo también —dijo Rafael Caligo, a quien ningún ser humano parecía intimidar.
—Yo, eh... me da lo mismo —dijo la presidenta paraguaya, Carmela Arayúñez antes de reírse. Le temblaba algo la voz cada vez que le hablaba al mandatario brasileño.
—Yo voto por esperarlo —dijo el presidente venezolano, Carlos Crobato.
Galván pudo ver el fuego que disparaban los ojos de Joacunda. Y cuando dirigió la mirada al recorte de pantalla que mostraba el despacho presidencial de la Casa Rosada, por fin observó al presidente argentino dirigiéndose a su asiento, con una taza de café en la mano.
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2041
Science FictionA fines de 2040, una nueva variante de un virus ya existente comienza a expandirse por todo el mundo, desde Rusia. Las agencias de investigación de las potencias de Occidente buscan desentrañar la verdad y aplicar represalias. Mientras tanto, una ab...